jueves, 20 de diciembre de 2018

Pensar y sentir de mujer, en la exposición colectiva “Divergencias radicales”

Artistas participantes en la colectiva "Divergencia radicales"

Para romper el hielo, dos temeridades: una, esta es una de las mejores muestras colectivas del 2018; y dos, no es una exposición feminista, aunque no estaría mal si lo fuera. 

La singular exposición “Divergencia radicales”, organizada por la emergente Asociación Dominicana de Artistas Visuales (ADAV) en el Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA, llama a la atención por la convocatoria aguerrida del variopinto universo de creadoras dominicanas contemporáneas. Dado que se trata de exponentes femeninos en su totalidad, es inevitable pensar que se trata de otra batalla de los sexos, de discursos artísticos orientados hacia la oposición total y aguerrida contra el contexto de patriarcado, el abordaje del problema de la invisibilidad social de la mujer, el ahondamiento en las circunstancias históricas de discriminación, o bien, que recoge los pormenores del proceso de  confrontación de género que viene dándose en las sociedades occidentales a partir de la década de los sesenta en todos los ámbitos de la cultura, incluso a lo interno de la lengua misma, en donde se apela a un lenguaje inclusivo. Pero precisamente, este evento llama a la atención porque su línea conceptual central no es de índole sexista per se.

Obviamente, es natural que la presentación de un inventario de hallazgos estéticos y logros creativos de un colectivo homogéneo refuerce el posicionamiento genérico. Lo que es palpable, como veremos después de catar las sensibilidades expuestas, es el sentimiento de empoderamiento absoluto, el uso del albedrío creativo de la mujer en tanto sujeto, al margen de ideologías, tabúes, prejuicios y tradicionales condicionamientos. Las artistas han elegido expresarse de formas diversas, o divergentes, en función de sus necesidades y aspiraciones, de las urgencias de sus individualidades. Las radicalidades en las diferenciaciones discursivas, más que como oposición, se constatan en los grados de riesgos asumidos por cada creadora para expresar su perspectiva del tiempo presente.

Insisto, la confrontación genérica no es el tema axial de la exposición. Las divergencias no están ahí, deben buscarse en las formas que estas creadoras perciben su entorno y en los elementos que privilegian para su apropiación emotiva del mundo. Hay divergencias en motivos, lenguajes, medios, recursos y técnicas utilizadas. Hay divergencias en los tratamientos, algunos tradicionales y otros experimentales. Hay divergencias en las perspectivas, pues algunas se aferran al plano, en tanto otras procuran la tridimensionalidad. Unas prefieren métodos pictóricos, otras se afianzan en el dibujo, moldean piezas escultóricas o se inclinan por lo efímero de las instalaciones y las ejecuciones audiovisuales. Con fortuna, las obras expuestas van de lo descarnado a lo preciosista, del barroquismo a lo kitsch, del realismo al surrealismo, desde el plano a la tridimensionalidad, configurando divergencias –y también convergencias– en formas y fondos que procuran contener, y trascender, las circunstancias.

En fin, la exposición “Divergencias radicales” recoge gran parte del portafolio del arte hecho por mujer en estos momentos en el país, unificado bajo el contexto de una “contemporaneidad” que abarca propuestas cuya conceptualización se originaron en el contexto finisecular, desde finales de los ochenta, pero también visiones discursivas recientes que bordean el emergente universo de las “millennials”. Veamos, a continuación, el abigarrado inventario creativo propuesto.




a)       Sensibilidad social

El tratamiento de las circunstancias sociales enfrentadas por la mujer es abordado con vehemencia por Inés de Tolentino, artista radicada en Paris desde hace años, con dos obras, en la que predomina un dibujo de líneas firmes y limpias como de trazos de plantillas rememorantes tanto del “Pop art” como de las infantiles mariquitas recortables. Tolentino, sobre un sutil tramado gráfico en la que predomina el collage de papel moneda y un material rojizo transparentes, tipo encajes, perfila a una joven en medio de los avatares sórdidos del amor vendido. Son retratos que testimonian de forma contundente la moderna trata de blancas, o mejor: la objetualización de la mujer, sometida al placer del hombre. Por el collage de tipos de moneda (euros, dólares) las obras parecen aludir a la realidad de mujeres criollas que, obligadas por la miseria, se prostituyen en sociedades del primer mundo. El sutil fondo floreado, a modo de cortinas o sabanas, no logra matizar la tragedia.



Judit Mora, por su parte, aborda el drama humano de envejecer. Propone dos retratos en los que se perciben los efectos alienantes propios de la decrepitud, del pasar de los años. En el primero aparece un anciano de rostro definido mediante un dibujo realista y detallista en matices grises, cuyo medio cuerpo aparece apenas delineado a partir de aguadas pinceladas a manos libres. El detonante imaginativo nace de un trazo continuo de pincel grueso en azul que dota al viejo personaje de una actitud napoleónica como alegorizando locura. En el otro cuadro se aprecia igual tratamiento para un rostro femenino envejecido. Esta vez la línea azul perfila una cortesana tipo Maria Antonieta, o bien, Juana la loca.



b)      Visión identitaria

Más que en la confrontación sexista, en esta exposición se da en la vertiente identitaria. Como veremos, al menos tres pintoras exploran de forma explícita los rasgos fisionómicos y culturales afrocaribeños.

Destaca Iris Pérez con su siempre impactante tratamiento de la idiosincrasia criolla, con sus estudios anatómicos y sus emocionales retratos. Esta artista presenta dos cuadros de simplificada composición. En el primero, “Colección vital”, sobre trazos escriturales esquematiza a una mujer entre rosas y espinas. Del rostro de perfil destaca el ojo alerta matizado por una sombra azul, y los rojos labios que remiten a un anecdotario romántico. En tanto, en los “Camino del ser”, también enmarcados por espinadas rosas, se destacan dos seres (un tanto andróginos), colocados de espaldas, acaso espejeados, en actitudes congeladas como de tótems, o bien, de cuerpos en un sarcófago. Las posiciones inertes de los individuos contrastan con los ojos abiertos, creando la paradoja de seres suspendidos pero contemplativos. La rigidez de los cuerpos parece referir la muerte, pero el mirar ávido a la vida. Como en Oswaldo Guayasamín, nos abocamos a retratos de línea fuerte, de impactantes claroscuros.




Asimismo, Yuli Monción, en su memoria diluida titulada “Algo que casi me soñé”, de ambiciosa factura y bien lograda terminación, nos ofrece un trabajo de dibujo intenso en el cual abundan, trazadas con líneas firmes, formas lanceoladas y matices de sombras húmedas. En primer plano emerge una composición de mujeres negras que, al integrarse a la selvática naturaleza onírica, nos remiten al África.

En igual tesitura se expresa Lucia Méndez en el díptico que contiene la “historia de una herida”.  Con un expresivo dibujo, destaca la especificidad racial de mujeres un tanto legendaria, de abuelas negras, cuyos vestidos sólidos, cerrados, ofrecen entrañables planos de texturas y colores. En estos rostros se percibe fuerte dolor, angustia, desamparo, por las heridas que, en pechos y corazones, infringen los zarpazos que a diestra y siniestra va dando la muerte a su paso.





c)       Montajes verticales esculto-pictóricos

Procurando despertar un sentimiento de “extrañeza”, algunas de las expositoras acuden a un cambio de perspectiva visual y a la dilución de la sutil línea entre los géneros visuales. Así tenemos a Lucía Albaine Schott que nos convoca a un nuevo mundo a partir del montaje, sobre el plano de una circunferencia bermellón vertical, de piezas de cerámica que remiten a un entorno mineral enriquecido por texturas de corales y conchas cubiertas de lava o savia derretida.

De igual manera, Thelma Leonor propone una instalación, a modo de relieve, de piezas de cerámicas. En la misma, tubos arcillosos, de unas seis pulgadas de largo y dos de ancho, definen dos circunferencias concéntricas, como labios vaginales. En el centro de la composición, y unas pocas rezagadas fuera de él, se concentran manzanas ennegrecidas, acaso por el pecaminoso placer, a modo de fluidos espermatozoides. Digamos que si no de fertilidad reproductiva y goce, el trabajo de Thelma lo es de fecunda imaginación.




d)      Experimentaciones pictóricas tridimensionales

Con la misma estrategia de asombrar al diletante, América Olivo hace una apuesta eclética al volumen y a los materiales, proponiendo, primero, un acolchado rectángulo en tela en el cual se asienta una espiral cromática apastelada a modo de arcoíris simplificado, compuesto a partir de degradaciones del verde, rojo y amarillo, que invita hipnóticamente a una divertida búsqueda abstracta. Y, segundo, con una gran circunferencia en pronunciado relieve aumenta la apuesta a los efectos ópticos y cinéticos. En ambas obras se apoya en la tridimensionalidad y en la ornamentación barroca, expresada en la última mediante triángulos apastelados matizados con lentejuelas, alfileres y placas metálicas de diferentes colores y texturas, distribuidas aleatoriamente en abierta provocación lúdica. Ambos trabajos proponen el adorno, la ornamentación kitsch, como signo de la civilización de lo aparente y, cual diría Mario Vargas Llosa, del espectáculo.

Asimismo, Gina Rodríguez, con otra obra de experimentación esculto-pictórica, retorna a los años de finales de los noventa, y a su mejor momento creativo, expresado en su exposición “Ojos de bolero”. Sobre un paño amarillento con un fuerte tratamiento de texturas y manchas ocres, doradas y cobrizas, emerge una composición geométrica, seriada, formada a partir de nueve circunferencias dispuestas a modo de pupilas móviles; una de las cuales, la central, contiene la provocación de una bombilla eléctrica que al iluminarse actúa como eje central de su experimentación visual.

e)      Mitos y fabulaciones

No todas las provocaciones son formales, algunas exponentes mantienen la integridad de las técnicas pictóricas y desplazan sus búsquedas hacia planos de contenidos, de significados. Es el caso de Maritza Alvarez, la cual conocí como fotógrafa en un paradigmático trabajo sobre cementerios. Esta vez expone un díptico en el cual grafica una equilibrada visión de la sexualidad humana. Por las manzanas y la foresta parecería procurar la recuperación gráfica del mito bíblico de Adán y Eva. En el primer cuadro aparece la anatomía del varón con su sexo enhiesto, sobre un fondo rojo que responde al estereotipo de la pasión y acaso de la violencia. En la otra obra aparece el cuerpo de la mujer sobre un fondo azul, acaso procurando decodificar este color para hacerlo simbolizar, contrario al uso, la femineidad y la naturaleza pródiga. En ambos trabajos, lo erótico parece sugerido sutilmente por caballos de madera que aparecen en primer plano, necesariamente alegorizando un juego que no puede ser otro que el ayuntamiento de los cuerpos.




De igual manera, Gini A. Berrido, sobre superficies pintada con acrílico con tal técnica de brillo y limpieza que simula la fina terminación del óleo, nos propone dos fábulas nocturnas. La primera obra presenta un panorama coronado por una gran luna llena encima de una línea de horizonte definida por modernos edificios iluminados que sirven de telón de fondo a una figura, mitad Lego y mitad humana, que cosecha rosas rojas, en tanto es contemplado por una multitud expectante de figuras antropomorfas apenas delineadas. El otro cuadro, con la misma luna y la foresta, refiere una especie de deidad que tanto puede simbolizar al viento como a una etérea entidad ancestral que metamorfosea en terrosa humanidad.




f)        Barroquismo visual, surrealismo, figuración abstracta y extravagancia matérica

Con experimentaciones en el plano pictórico, la mayoría de las exponentes se aventuraron por la incorporación mediante collages, materiales y referencias diversas, de elementos que procuraron enriquecer, más allá de las posibilidades de la línea y el color, sus discursos visuales. Así, Pilar Asmar presenta, con buena factura, dos trabajos oníricos, surreales, que combinan rostros y cuerpos de trazos realistas sobre composiciones selváticas. En uno destaca un metafórico corazón colgado de la luna, en tanto en el otro acontece la recomposición de la figura humana en un contexto diluido, cual, si se tratase de la armonización de la identidad del Ser individual en la naturaleza. La textura y los colores son llamativos.

En tanto, Josefina Berrido, apuesta radicalmente al collage, ofreciendo una composición gráfica aguerrida a partir de cartones de diferentes textura y colores, y de papeles superpuestos diluidos por una aguada amarilla que actúa como luz diurna, definiendo un fondo acuarelado a una figura central carnavalesca: una quimérica mujer, una crisálida humana, dispuesta a la concupiscencia. Nueva vez la preponderancia de elementos ornamentales y el barroquismo cromático referido en otras piezas expuestas.




Marcia Guerrera, por su lado, presenta dos trabajos de figuración abstracta, concebidos a partir de una cuidada elaboración de planos de colores macizos en los cuales predominan matices ocres, azules y verdes. Los cuadros presentan un fuerte entramado de líneas verticales y horizontales que al coincidir definen formas geométricas invasivas, perfilan superficies y formas, que desembocan en una suerte de crucigrama matérico, de un barroco calidoscopio de tonos enriquecidos que procuran atrapar la selvática esencia del suelo marino.

De manera coincidente, Myrna Ledesma, propone un paraíso tropical concebido al modo de la grafía de Wilfredo Lam, contenedor de una abigarrada trama de múltiples planos de color. El barroquismo formal, de troncos convencionales pero cubiertos de cáscaras y hojas pletóricas de texturas con arabescos, acaso, con su atrevida celebración de la luz, procura crear una metáfora de la diversidad de las selvas tropicales y lo real maravilloso de la cultura latinoamericana. Es un cuadro preciosista en el cual la autora se ha tomado muchos riesgos.

Como excepción, la caótica cotidianidad de Rosalba Hernández contrasta con los febriles juegos visuales coloridos de las exponentes referidas en esta sección, especialmente con el florido universo de Ledesma, al plantear en dos cuadros monocromáticos, concebidos sólo a partir de la gama de los grises, composiciones un tanto naif basadas en miríadas de figuras antropomorfas, construcciones urbanas y apenas vegetación, el retrato carnavalesco de nuestra sociedad criolla. Ambas obras de Rosalba, en un golpe de mirada alegorizan cuanto acontece, tanto ridículo como sublime, en nuestros barrios populares y ciudades tercermundistas.




g)       Sensibilidad 3D: instalaciones, esculturas y ensambles.

El carácter antológico de esta exposición se afirma en la inclusión de los principales géneros artísticos que las mujeres dominicanas están cultivando, palpable en los trabajos desligados de la pintura referidos a continuación.

Así tenemos que, Marivel Liriano, participa con la sobria instalación titulada “Organícense. Organícense”, la cual, a modo de inventario, sobre un elongado paño negro, presenta una colección de embalajes blancuzcos de diferentes formas y tamaños, dispuestos en torno a líneas que parecerían retratar a Danilo de los Santos. De estar dedicada a Danicel, esta instalación ha de referir los aprestos del viaje emprendido por el admirado artista hacia la luz, hacia la eternidad. A partir de la hoja de vida del principal historiador del arte dominicano, y del título de la instalación, aflora, como una suerte de moraleja, la impostergable necesidad de los artistas de abocarse a la solidaridad, a contundentes muestras de apoyo mutuo como el expresado en esta exposición para enfrentar, sobre las divergencias y convergencias estéticas, los riesgos y distracciones de esta apremiante globalidad líquida.



De forma provocativa, Guadalupe Casasnovas, nos deleita con bien logrados ensambles de madera de vetas finamente pulidas y bisagras metálicas. Sus artefactos escultóricos que, por su detonante versatilidad me recuerdan los antipoéticos de Nicanor Parra, representan tanto animales de caparazones articulados, tipo camarones y langostas, como dispositivos maquinales, tecnológicos, verbigracia la obra titulad “Obturador” que representa al diafragma o pupila mecánica utilizada por las cámaras fotográficas para atrapar la luz.

Asimismo, Evelim Lima, nos propone su instalación denominada Barreras de espinas, de la serie 13, constituida por once conjuntos escultóricos, compuesto por una base de charamusca o viruta de madera de las que emergen escuálidas y deshojadas ramas espinadas junto a las cuales yacen rosas de hierro, como en una suerte de metáfora otoñal de lo efímero de la belleza, o de la fragilidad de la vida.

Convocando al vértigo, Patricia Castillo, presenta una instalación conformada por dos triángulos de cáñamos de colores contrapuestos (blancos y negros) que suspendidos desde el techo sostienen dos troncos rústicos de unas treinta pulgadas de largo y un diámetro de unas cuatro pulgadas. La artista llamó a este trabajo Patatús, nylon y madera. El patatús, intuyo, sugiere la impresión de mareo del diletante al procurar, del cielo al suelo, atisbar sentidos de esta composición.

Saltando del plano pictórico, Iris Pérez, completa su participación con dos esculturas verticales de la serie “Bosque Tropical” que, en la misma línea identitaria de sus pinturas, procuran visiones ancestrales y telúricas, esta vez a partir de troncos de madera Campeche, de poco más de un metro, con ranuras verticales con incrustaciones de cerámicas multiformes seriadas.




h)      Performances audiovisuales

Completan el abigarrado inventario sensible, cuatro provocativas y comprometidas realizaciones audiovisuales, a saber: Maricarmen Rodríguez, en “Dembow Inevitable”; Sole Fermín, con “Amen de Mariposas”; Mónica Ferreras, en “El piquete”; y Lina Aybar, con “Huellas”. Pienso que para mayor comprensión y disfrute, convendría que estos espectáculos –performances, o bien, producciones audiovisuales– sean proyectados en una sección especial de cinefórum, o mejor, representados en vivo en una de las modernas salas del mismo CCCD, quizás como acto de clausura de esta exposición.

A modo de conclusión

Al final, y concluyendo el año 2018, justo es reconocer al Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA sus acertados criterios de gestión cultural mostrados hasta el momento y su política de inclusión abierta que va –y esto sólo relación a las artes visuales– desde la celebración de los artistas consagrados, expresado en la excelente muestra pictórica de Antonio Guadalupe, y el estímulo de figuras emergentes como Melanio Germán y sus versiones iconográficas de la Virgen María y sus advocaciones, hasta la apertura a colectivos creativos pujantes como el Grupo Fotográfico de Santiago (GRUFOS) y la emergente Asociación Dominicana de Artistas Visuales (ADAV) propiciadora de ambiciosos proyectos como el que nos ocupa, esta exposición “Divergencias Radicales”, contentiva de algunos de los principales discursos del arte concebido por mujeres en la actualidad. La filosofía académica, universitaria, que hay detrás del CCCD necesariamente ha de actuar como antídoto contra todo tipo de elitismo y voracidad materialista.

Enhorabuena a las artistas, curadores, museógrafos y organizadores de esta importante muestra.




© Fernando Cabrera

jueves, 13 de diciembre de 2018

“Al filo del desagüe”, desahogo danzario de Maricarmen Rodríguez

Maricarmen Rodríguez en "Al filo del desagüe"

Maricarmen Rodríguez tiene una figura lánguida, sublime y la más amorosa sonrisa. La conocí hace años, me decía que era bailarina. Y sí, bailaba al caminar, pero en las tablas, sobre el escenario, no la vi hasta ahora, cuando se ha desdoblado sobre su timidez para ser otra, la ninfa, la deidad ágil como gacela, devoradora de emociones. No tardé en conocer de su exitosa trayectoria en la Compañía Nacional de Danza Contemporánea.

Hoy la he disfrutado en “Al filo del desagüe”, un apasionante monólogo o desahogo corporal, una valiente apuesta coreográfica de danza moderna. Ha participado con esta singular danza teatralizada sin diálogos verbales, pero si gestuales, en el X Festival Internacional de Teatro de Santo Domingo, junto a dos representaciones unipersonales, “Museum” y “Cuenta, Yova, cuenta” realizadas por Javich Peralta e Ingrid Luciano respectivamente, bajo el título de “Tríptico”, en función ofrecida en la Sala Julio Alberto Hernández del Gran Teatro Cibao, este jueves 13 de diciembre. Estoy gratamente sorprendido por el alto nivel de profesionalidad exhibida en las tres cortas pero intensas representaciones. La complicidad de años me ha obligado, en primera instancia, a mirar atentamente el profesional danzar de la musa santiaguera. Oportunidad habrá para abordar críticamente las otras conmovedoras y convincentes actuaciones.

Maricarmen, por su parte, logró encarnar convincentemente a una mujer sometida, pero de sangre hirviente; con movimientos de ninfa por un bosque de sombras y apena luces. Para su drama danzado la música fue, más que fondo, argumento indispensable al ofrecer la dramaturgia faltante, la provocación dramática, el perfume embriagante para la pasión y la crisis existenciales dibujadas en la tridimensionalidad por su cuerpo esbelto, elástico y vigoroso.

El vestuario y la escenografía, concebidos por ella, no pudieron ser menos. Apenas un sillón de rojos cojines iluminado en un plano medio y, al frente a la derecha, un árbol de pino sintético. Durante toda la escenificación de “Al filo del desagüe”, la danzante Maricarmen apareció apenas vestida con una bata negra transparentada y una braga carmesí que parecía erotizarse en las rutinas de entregas sexuales indeseadas a las que obligan las normas sociales. Después, este minimalista vestuario se amplió con un delantal que, como referente visual de tradicionales roles, se hizo extensión de su pelo, de su ser domesticado.

Durante toda la función, de los que nos habló el rostro dolorido y el grácil cuerpo tensado armónicamente como cuerda de acero, fue del peregrinar de su género, del femenino, enfrentado al mundo hostil y discriminante que cantó Aída Cartagena Portalatín en su poema “Una mujer está sola”. La danzante, indecisa, expectante, inició su insólito danzar reajustando obsesivamente su segunda piel, el ropaje de los convencionalismos, mostrando su inconformidad contra los contranaturales corsés que le impone la sociedad a la mujer para ocultar su corporeidad sexualizada. En este contexto de autorregulación, de represión autómata, con una presencia que lo inundó todo resonó una “Serenata Cubana” tocada por los dedos ciegos de Frank Emilio Flynn. Estremecían aquellos acordes clásicos, rápidos, expresivos, aquellos adornados arpegios gorgojeantes que enmarcaban el ingenuo coqueteo de quien, asintiendo maquinalmente en la espera (del tren, el autobús, la pareja, de Godot o algún sentido de la vida), resignadamente se entregaba al azar.

Los gestos de la danzante lucían entonces rutinarios, hasta que de forma inesperada se detuvieron totalmente. La danzante, entonces, se desplomó sobre el sillón que precariamente adornaba el escenario. Desde la sumisión, desde una posición lastimeramente subordinada, aquella adoradora del movimiento permitió que acontecieran los rituales de un cuerpo tomado por voluntad o sin ella. Lo que devino fue un agónico agitar, la egocéntrica objetualización de la persona. Un silencio duro como piedra pautó el crimen de la libido. El ayuntamiento copulatorio fue propuesto a partir de piernas abiertas en toda su posibilidad, en un imposible ángulo de 180 grados que dejó al descubierto, indefensa, la delicada intimidad.

Tras el metafórico coito, se desató el caos. De manos de la virtuosidad de Flynn, esta vez en la pieza “Rapelle Toi”, autoría del también compositor cubano Ignacio Cervantes, el escenario se llenó todo de una sonoridad convocante de reminiscencias. Las manos ciegas para la luz del concertista, no lo fueron para la memoria; hicieron resonar las teclas blancas y las negras con sus alientos en bemoles y sostenidos pariendo armonías más que disonancias, a partir de las cuales, después del indeseado sexo, la danzante detenida, congelada, rompió la inercia para vestir, también obligada, los demás roles impuestos por la conservadora sociedad de su entorno.

El delantal corporizó los milenios de cultura patriarcal. Modosita en lo aparente, la danzante Maricarmen integró sumisamente a su anatomía aquella extensión infame, hasta que, en simbólico gesto de parir –o mejor, de menstruar– aquella pieza de infortunio dejó fluir en círculos, la rabia contenida. Sin embargo, la simulación filial, familiar, la conformidad, la venció como siempre. Cansada, sometida, nuevamente se dejó caer en el rojo sillón de sus lamentos.

Yació inerte, desesperanzada, sobre un silencio doliente, por unos pocos segundos que se antojaron eternos; hasta reaccionar marcialmente ante la agresión de un irritante timbre que preconizó el advenimiento de los ruidos de la calle, los estertores de una cotidianidad decadente. En la banda sonora, grabada con alevosía, se percibía la prisa maquinal de la época, la absurdidad de la emergente posmodernidad de signos escatológicos cruzados, acentuada magníficamente por los arpegios de la vibrante trompeta asordinada de Louis Armstrong en la pieza de jazz blues titulada “Saint James Infirmary”. Aún vestida de intimidad opresiva, la danzante asistió a un devenir pautado a partir de ajenas voces de deportivas y noticieros televisivos, de intrascendentes diálogos familiares y barriales. Este fue el clímax de su ritual dramático y danzario.

Después de los estertores crepitantes del día a día, devino la calma. Nos percatamos que se avecinaba una última concesión vital. En el extremo derecho del escenario, a modo de simbólica redención, fue tomando importancia el icónico pino. Su lanceolada forma no tenía otra intención que apelar a nuestra sensibilidad expectante, a esa condición humana que, aún en las peores circunstancias, jamás se resiste a la fe y a la utopía. Con la motivación de la celebración de la natividad cristiana, de la navidad, la danzante pareció recuperar algo de aliento, en tanto se abocó a cumplir con el libreto de la manada, con el guion social de temporada. Maricarmen, la danzante, estaba lista para un final que auguraba el reinicio del marcador de los pesares por venir. Sin mayores recursos técnicos, la simple ornamentación de aquel árbol navideño preludió el desenlace de aquella danza, la pausa del del movimiento, la dilución del sonido en el silencio y a la degradación de la iluminación en el negro de un escenario que no precisó la caída del telón.

Confieso que he disfrutado esta coreografía de singular estética, de eclecticismo técnico que tanto nos hace rememorar a François Delsarte y su “gimnasia expresiva”, a Emile Jaques-Dalcroze y su apuesta a cuerpos poseído del espíritu de la música, como a Rudolf Laban y su apuesta a las aceleraciones y los frenos repentinos para signar la tensión o distensión dramática.

Lo cierto es que Maricarmen Rodríguez en este entrañable desahogo se ha valido de todo. Más que bailar –y lo ha hecho estupendamente, pero alejada de las formas clásicas–, ella ha vivido. La frágil mujer enardecida por los sonidos y los silencios pasó a expresar libremente sus necesidades mediante cada parte de su cuerpo. Más allá de las armonías preciosistas usuales, su ser se desarticuló rítmicamente en viscerales reacciones para expresar angustias existenciales reprimidas, en fin, las humanas esperanzas que obstinadamente se diluyen en lo nimio, lo inútil y lo intrascendente.




© Fernando Cabrera

sábado, 6 de octubre de 2018

León David y la paradoja de una prosa sencilla, Tomo V, Ensayo y crítica, Obras completas

Jorge Tena Reyes, Federico Henríquez Gratereaux, León David, José Luis Corripio, Fernando Cabrera

Mi primer contacto con León David fue a través de su obra Poema del hombre anodino (1980), en el cual, desde ámbitos nerudianos, celebraba el escarceo cotidiano; propiciando una inusitada aceptación entre lectores, al congregar “multitudes” en sus recitales. Eran los ochenta, época en que muchos de sus ensayos también veían la luz en su columna periodística. Después conocí otras sus propuestas conceptuales y creativas en las que éste consolidó una fuerte personalidad escritural a partir de ingentes desafíos formales, tanto en poesía como en prosa, aferrándose a recursos clásicos relegados por muchos, acaso como estrategia contestaria, rebelde,[i] ante los usos y abusos que, en nombre de las vanguardias y las ideologías, acontecían en la finisecularidad literaria nacional.

Confieso que, al ser convocado para la presentación de este Tomo V de su obra completa, titulado Ensayo y Crítica, empecé a prepararme, con ardua calistenia, para una misión que de entrada se me antojaba maratónica, retadora. Para mi sorpresa, pese a lo profuso y diverso del contenido de la obra, de sus características humanísticas renacentistas, mi lectura atenta ha devenido en un fluido y placentero viaje en el tiempo. No es para menos, pues la obra que hoy celebramos, compendia memorias axiales y entrañables de finales del siglo XX dominicano, fruto de un excepcional ejercicio de diarismo, cual testifica el autor en el prefacio: “es la recopilación de artículos aparecidos, durante varios meses en el periódico matutino ‘El Nuevo Diario’, en el espacio de la columna titulada ‘Adentro’, que salía de lunes a viernes con despiadada regularidad, para deleite de unos pocos y desdicha de muchos”. (David, 2018, p. 13)  

Esta singular columna me hizo rememorar la del escritor español Antonio Gala en la que, con igual espíritu creativo, plasmaba sus “Charlas con Troylo” en el suplemento cultural del periódico El País Dominical, desde el 22 de julio de 1979 hasta el 16 de noviembre de 1980. En ambos casos, se trataba de interminables monólogos con aspiración de dialogo, uno con su perro y el otro con un lector desconocido. Las anécdotas y reflexiones en ambas columnas nacían de una dinámica imaginativa intensa y sincera. León David nos refiere que fueron fruto de una “juguetona artesanía intelectual que si bien puede restar rigor racional y claridad analítica a los temas que abordan, no deja también, con sus imperfecciones, de contribuir a infundir a los razonamientos un tono menos serio, más ligero, más espontáneo”. (David, 2018, p. 14) Lo cierto es que la prisa que caracteriza al mundo periodístico liberó, para nuestro beneplácito, las exigencias regulares del adornado estilo característico de nuestro autor, brindándonos la posibilidad de percibir en toda plenitud e intensidad, sin madejas ni artilugios que despejar, sus audacias conceptuales, sus atrevimientos figurados y sus provocaciones y herejías. Una estrategia de sencillez expresiva, sabemos, es inusual en León David. Libemos, pues esta fruta de estación.

En esta recopilación hay un confeso acto de fe. Los artículos, según el autor, han sido recuperados en su estado natural, sin transformaciones; con todas las paradojas, contradicciones, malabarismos lógicos, fantasías y, en especial, con sus metáforas servidas con frescura dialógica, coloquial. Por la desnudez e intensidad discursivas, este Tomo V acaso recoge la voz más sincera y auténtica de la ensayística de León David. Es prosa, pero hecha con el mismo material imaginativo y conmovedor de su poesía.

La obra contiene un arriesgado testimonio existencial y un fuerte compromiso personal, palpable en el hecho de que, pese a la obvia erudición multidisciplinaria, resultante del conocimiento y manejo de obras fundamentales de la cultura universal destaca la ausencia de referencias intertextuales documentadas. Esta carencia casi total de citas explícitas hace recaer sólo en León David la responsabilidad tanto por los posibles desaciertos como por los hallazgos, dice: “No es motivo de vergüenza ni temor explayar mi yo de manera que los demás se enteren, tengan siempre presente, no olviden ni por un momento de que quien piensa, siente y opina de esa forma es el que escribe y nadie más… Mientras me gratifique obrar de esta manera les aseguro que seguirán oyendo hablar de mí con el mayor y más absoluto desenfado.” (David, 2018, p. 159)

La extensa labor de periodismo cultural –o mejor, intelectual– aparece compilada en dos volúmenes de aproximadamente trescientas páginas cada uno. El primero contiene las secciones “Literatura y Arte”, “Valores cotidianos” y “Política, ciencia y sociedad”. En tanto el segundo volumen está compuesto por las secciones “La búsqueda de lo absoluto”, “El holocausto” y, repite, las separatas “Valores cotidianos” y “Política, ciencia y soledad”. El autor refiere que mantuvo intacta la naturaleza de los artículos, pero que se tomó la licencia de agruparlos según los ejes temáticos antes referidos. En esta recomposición se perdió la cronología, pero se extrañan poco las fechas de las publicaciones originales, salvo en los casos de temáticas aguerridas atinentes a aspectos de creación literaria e ideología relacionados con el parnaso de nuestro país de letras. Hubiese sido ilustrativo –al menos para el morbo– conocer las circunstancias e identificar a los antagonistas para los cuales nuestro Quijote cultivó ortigas y cardos, lanzó dardos envenenados y con quienes cruzó espadas.

En ese sentido, la sección más jugosa es la separata “Literatura y Arte” del primer volumen, en la que saltan a la vista las heridas de guerra. Esta bitácora existencial y poética inicia con el reconocimiento de la nulidad, desde perspectiva utilitaria, del oficio que tanto lo apasiona. En ese sentido expresa con vehemencia: “Mi escritura es inútil, total y absolutamente inútil, como la vida misma; posee esa maravillosa gratuidad precaria en la que me complazco encontrar su más hondo significado.” (David, 2018, p. 22) Asimismo, lamenta la inconsistencia del material que moldea: “la palabra es frágil como el cristal del hombre que en ella se contempla”. (David, 2018, p. 23) Obviamente, León David es ese hombre, Narciso frente al agua, que procura descubrir al mundo en su reflejo. Para él la palabra y su escritura se validan como pasión incontinente, o mejor, incontenida. Casi con vergüenza, confiesa su adicción a metáforas que, cabalgando verbos, hilan parentescos y derivaciones que expanden los límites de lo real.

El autor, de manos de Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, para el cual “el estilo es el hombre” (David, 2018, p. 30), se afana en justificar su peculiar, florida y barroca escritura, planteada acaso como artefacto dadaísta: “Me temo que mi forma de expresión y las cosas que digo pueden producir perplejidad a más de una persona.” (David, 2018, p. 30) Es evidente, por la reincidencia temática en una decena de artículos, que su elaborada forma de expresión tanto le envanece y satisface, solazado en la diferencia cultivada, como le preocupa, por los desencuentros y destierros posibles: “No descarto en absoluto la posibilidad de que la reacción sea muchísimo menos inofensiva: indignación, indiferencia, desprecio.” (David, 2018, p. 30)

Razones había, y aún hay, para su aprehensión. Por décadas, León David ha venido sufriendo en carne haber tentado, con su original y notable escritura, al monstruo del ego de los correligionarios de la imaginación. La ofensa de este autor ha sido tal que, aún con una excepcional producción literaria, compuesta por más de una treintena de obras de calidad sobresaliente en los diferentes géneros cultivados (a saber: poesía, ensayo, teatro, crítica de arte, etc.), ha sido metódicamente neutralizado por la competencia de colegas en posiciones de poder, y dejado fuera de lauros y reconocimiento sobradamente merecidos por la exigua crítica especializada criolla[ii]. De hecho, con una solvencia creativa tan notable no se entiende cómo, por ejemplo, a estas alturas, aún no se le ha otorgado el Premio Nacional de Literatura. Me aventuro a afirmar que son contados los casos de los últimos premiados cuyos aportes literarios puedan equipararse a los de León David.

Sospecho, sin embargo, que esta malquerencia no ha sido fortuita, sino que, en aras de intereses de originalidad y diferenciación, ha sido meticulosamente cultivada y provocada por León David, precisamente a través de muchos de los artículos de esta columna “Adentro”, arriesgadamente colocada en la página editorial del “El nuevo Diario”. En la misma, el autor testimonió sobradamente sus afectos y desafectos, sus oposiciones a caudillos intelectuales y a sus “capillas”; al tiempo que se vanagloriaba, socarronamente, de su singularidad. En muchos artículos se percibe modestia expositiva, humildad en la reflexión, pero también un dejo de la urticante suficiencia nacida del convencimiento del autor de estar infaliblemente en lo cierto: “Si por casualidad me preguntasen qué aspecto de mí mismo es el que más me agrada, creo que no vacilaría ni un momento en contestar: mi capacidad para percibir las cosas que siempre he visto como si las estuviera viendo por primera vez. /…/ No estoy más allá de las cosas; no me he evadido de la realidad. Mis actos dan constancia de ello… ¿Será que los demás no han podido encontrarla?” (David, 2018, pp. 142-144)

El pecado original de Juan José Jimenes Sabater, el hijo del intelectual Juan Isidro Jimenes Grullón, fue crear un personaje literario, un heterónimo o seudónimo, tan peculiarmente llamativo como los creados por Walt Whitman y Pablo Neruda, con igual aspiraciones cosmogónicas, incontinencia verbal y propensión a colocar su ser, su Yo, como epicentro del universo: “Me he llegado a preguntar en más de una ocasión si al escribir de la manera en que lo hago sobre el tópico omnipresente de mi yo no estaré granjeando la indiferencia cuando no la hostilidad de muchos potenciales lectores.” (David, 2018, p. 73) Afanado en definir un espacio simbólico en el cual, al modo de Huidobro, el escritor sea Dios, León David no ha buscado en circunstancias o fenómenos, en la exterioridad, las preguntas ni las explicaciones. Ha apostado a la indagación visceral, interior, intimista; jerarquizando a partir de sus propias prioridades y sus intereses, el devenir del mundo. Ha hecho de su vida la materia y la sustancia de su poesía, aún más, de toda su escritura creativa. En sus textos se manifiesta lo anecdótico y autobiográfico, pero también lo simbólico y universal. El nombre de su columna: “Adentro”, probablemente haya surgido, precisamente, de la valoración del yo, de lo propio, en comparación de lo de “Afuera”, de los demás, de los otros. Cabría sospechar que su distendida actitud de creador-diletante en perpetuo estado de ocio, de delectación y éxtasis poético, enfermaba de envidia a más de uno.

Lo cierto es que, sin dudas, León David ha sido un hombre de armas tomar, o mejor, de “palabras tomar”; toda vez que no ha escatimado esfuerzo en provocar y asumir duelos verbales. No ha temido alejarse, como lobo estepario, de la manada. Al contrario, acaso con cierto dejo de sadomasoquismo, ha provocado los conflictos. De ahí que, en momentos de tensión política y social a raíz de eventos históricos traumatizantes, como la guerra del 65 y los primeros doce años de gobierno del Dr. Joaquín Balaguer, haya sacado a relucir con insistencia su distanciamiento del compromiso ideológico, marxista, tan en boga aun en la literatura de la década de los ochenta. Es enfático al señalar que “La buena literatura política es primero literatura y luego acción política; la buena literatura social es primero literatura y luego crítica de la sociedad”. (David, 2018, p. 49)

Su posición a favor de una literatura atenta a valores estéticos siempre ha sido firme. A la palabra ideológicamente comprometida se complacido en oponer una poética preciosista y en concordancia con la filosofía. Alto ha sido el precio pagado por León David al explorar temáticas alejadas de la estética marxista, como puede observase en la cita siguiente: “Los que escriben sobre otras cosas (sobre la intimidad, por ejemplo) y tienen la desdicha de hacerlo en lenguaje menos directamente obvio, realista y convencional que el que suele emplear el ‘literato social’ es inmediatamente condenado a los fuegos eternos del infierno pequeño burgués, acusado de los horribles crímenes de formalismo, subjetivismo decadente, cobarde escapismo o inmoralismo excéntrico y novelero”. (David, 2018, p. 88) En cierta forma, desde las reseñas contenidas en estas columnas diarias –y esto en concordancia con Silvio Rodríguez[iii]– se pueden vislumbrar los muertos de la felicidad de León David[iv], los celosos intelectualoides de las “capillas”[v] para los cuales, antes y aún ahora, ha sido impensable un ser satisfecho[vi] en medio de nuestra explotada cotidianidad tercermundista.

Muchos de estos artículos muestran a un León David regocijado asumiendo roles contracultura. Desde la reflexión ontológica y sociológica, el autor se explaya en el cuestionamiento de preceptos morales[vii], etiquetas sociales[viii], afanes perfeccionistas[ix], paradojas socialistas, actitudes imparciales engendradoras de dictaduras, y también en el develamiento de dobleces religiosas[x]. En fin, deconstruye el perfil “progresista” de las sociedades contemporáneas, anteponiendo un discurso que rememora las utopías sesentistas encarnadas por las comunidades hippies centradas en paradigmas individualidad, amor, libertad y paz. En ese mismo tono, de rebeldía humanística, se inscriben los numerosos ensayos en que advierte de un catastrófico final para el planeta de no cambiarse el curso predador, consumista, de la nuestra civilización: “Acaso mi visión es demasiado pesimista y trágica? ¿Estamos fatalmente condenados a un desastre colectivo? No lo sé. No soy adivino; aunque pretendo ser profeta”. (David, 2018, p. 443)

En estos espacios simplificados, León David libró grandes batallas[xi], entre las que destaca, por las continuas referencias en múltiples artículos, la sostenida con colegas por las etiquetas de elitista hecha a su persona y a su obra, al considerarlo, según sus palabras: “una especie de aristócrata del intelecto encerrado en su desdeñosa y aséptica torre de marfil o una suerte de anacoreta de las ideas aislado en la montaña de la subjetividad” (David, 2018, p. 62). Las respuestas a la “subjetividad” de esos ataques, también documentada en la referida columna, no fue otra que la reafirmación del autor en su estilo, esto es, la validación de su renuencia a ajustar formas o contenidos para agradar gustos de terceros, cual sugiere con preguntas a modo de mea culpa: “¿Seré un ególatra enfermizo? ¿Por qué no adopto, aunque sea de vez en cuando, como para variar, un atuendo expresivo diferente?” (David, 2018, p. 482) A este respecto, vale destacar, como curiosidad de esta compilación, que sólo la prisa de la publicación diaria, parece haber logrado distender el corsé autoimpuesto de su barroquismo estilístico, de su prestidigitación lingüística selvática.

Otra disputa documentada reiterativamente en esto artículos es la resultante de la incomprensión de sus pares a los múltiples dones intelectuales recibidos y cultivados por León David, cual se aprecia en la siguiente reflexión: “Y basta de filosofía poética o de poético filosofar. Suele decirse que la poesía es mala filosofía y la filosofía resulta, por lo general, de pésimo gusto poético. Nada tengo para refutar esta afirmación. No intentaré, por tanto, refutarla. Me resignaré a que los filósofos me miren con desprecio y los poetas con incrédulo asombro.” (David, 2018, p. 262) Lo cierto es que en las páginas de su columna “Adentro” hay constancia de lo cómodo que se siente León David andando siempre en el filo de la navaja. En este sentido, paradigmática es la reseña de una carta recibida, o inventada, incluida en el ensayo titulado “Mi postulado literario”, en la que un lector sale en defensa de su renacentista legado, cual puede apreciarse en la siguiente cita: “No te inquietes, León David, ni ante los que se indignan ni ante los que se asombran de tus sensatas locuras de escritor terrestre. Yo, que te sigo a ratos, que aprovecho los huecos que me deja esta materialidad rutinaria en que vivo, siento, cuando te leo, que me tomo de tu mano y soy, por un instante, ser humano.(David, 2018, p. 63)

En fin, los variopintos intereses creativos y el albedrío eclécticos de sus escarceos intelectuales, lejos de restar hondura y seriedad a la copiosa obra de este importante autor, ofrecen perspectivas atractivas y retadoras. Más aún, como es el caso, cuando en este Tomo V ha desnudado su estilo hasta una sencillez en él inaudita. Esta vez sus inquietudes axiales en torno a la humanidad y su destino, aparecen enhebradas en un discurso gratamente preciso. Con facilidad, incluso el lector común, puede aventurarse por la riqueza de su pensamiento sin las cacofonías de los ornamentos. Todavía, advierte el mismo León David, se trata de una escritura para élite, dice: “Y seguiré siendo escritor de élites no porque semejante título me enorgullezca sino porque, a fin de cuentas, en un país mayoritariamente analfabeto el que tiene la posibilidad de leer –no diré ya apreciar– cosas como éstas es una minoría…” (David, 2018, p. 43) Sin embargo, se aprecia en la brevedad y simpleza compositiva de estos textos su vocación de llegar a una “inmensa minoría”[xii] de lectores significativamente mayor que la del resto de su ensayística crítica.

Enhorabuena, pues, al prolífico y lúdico pensador que es León David por este Tomo V de su obra completa, que seguro ha de ser devorado por los antiguos colegas y por la nutrida generación de nuevos escritores; obligando a unos, los más viejos, a justipreciar su obra singular y valiosa, y motivando a otros, los traviesos “millennials”, a beber de la sabiduría de este singular maestro.



[i] “Meditar es revolucionario. Nada más subversivo que sumergirnos hasta el fondo de nuestro propio ser.” (David, 2018, p. 197)
[ii] “… crítica injusta y arbitraria”, lamenta. (David, 2018, p. 104)
[iii] En su canción “Pequeña serenata diurna”, del álbum Día y flores (1975)
[iv] “… voy por el mundo con la sonrisa a flor de labios y esa desfachatada desnudez interior que los demás fácilmente pueden tomar por pedantería…” (David, 2018, p. 177)
[v] “No me gustan las capillas intelectuales ni los círculos literarios. /…/ No pertenezco ni quiero pertenecer a ninguna capilla, a ninguna corriente, a ningún movimiento. /…/ Escribo para universalizarme; para ofrecer mi experiencia única e individual al conjunto de los hombres y a la intemporalidad de la existencia” (David, 2018, pp. 103-105)
[vi] “Soy lo que quiero ser, quiero ser lo que soy… y soy feliz” (David, 2018, p. 469)
[vii] “Yo no soy un hombre moral. /…/ Sé que lo que estoy diciendo no puede gustar y me va a traer problemas…” (David, 2018, pp. 124-126)
[viii] “Necesitamos etiquetar a los demás para no verlos como son sino como nos gustaría que fueran.” (David, 2018, p. 133)
[ix] “Soy un hombre totalmente limitado e imperfecto”. (David, 2018, p. 205)
[x] “… tanto la Iglesia Católica como entre la secta atea de los marxistas, predomina una visión demoníaca, dicotómica, determinista y teológica que se emparenta más con la magia que con una razonable fe en la razón humana y en el universo.” (David, 2018, p. 239)
[xi] “Guerra despiadada y sin cuartel que a veces se manifiesta subterráneamente entre falsas sonrisas, engañosos abrazos y mendaces felicitaciones…” (David, 2018, p. 104)
[xii] En consonancia con Juan Ramón Jiménez, para quien los lectores de poesía constituyen una inmensa minoría, según dedicatoria al frente de varios libros, León David refiere: “Hoy no me produce el menor escozor saber que soy un escritor de minorías” (David, 2018, p. 11)

Bibliografía

David, L. (2018). Ensayo y crítica. Adentro (Volúmenes I y II). Tomo V. In Obras completas. Santiago: Editora Unicornio (Puerto Rico) e Impresora Buho (Santo Domingo).



© Fernando Cabrera