miércoles, 15 de agosto de 2018

Antonio Guadalupe y sus grafitis primigenios

Antonio Guadalupe, entre sus obras


Aún en mi tercera visita, no dejo de maravillarme de las colosales dimensiones del Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA. Se me antoja que, en sus 12000 metros cuadrados, sus diseñadores procuraron hacer converger al Teatro Nacional y al Museo de Arte Moderno. Sus facilidades diversas (salas expositivas, salones de convenciones, cine, estación radial y televisiva, etc.) no tienen parangón en el país y, probablemente, tampoco en Centroamérica. Bueno, tal vez por chauvinismo santiaguero, exagere un poco. En todo caso, es digna de celebración la visionaria y arriesgada apuesta del empresario Dr. Príamo Rodríguez de comprometer gran parte de su patrimonio en la culminación de un proyecto que, por su naturaleza cultural y de servicio comunitario, está lejos de ser económicamente rentable, salvo como honroso baluarte de nuestra identidad nacional.

En esta ocasión me dirijo a la Sala de Exposiciones Temporales, presta a inaugurarse con la individual “Diálogo de fauna, sol y agua”, del maestro Antonio Guadalupe. Es un acogedor espacio concebido acertadamente para, con una programación dinámica, historiar y socializar los aportes visuales de los artistas contemporáneos criollos.  

En el cielo del amplio lobby situado en la tercera planta hay desplegada una entrañable colección de 30 originales sombrillas (obviamente, acorde con el título de la exposición, para “sol y agua”), pintadas a manos, a partir de seis modelos básicos que pueden ser adquiridos por los diletantes. Son objetos cotidianos que han sido convertidos en soportes de la creatividad del artista; como prístinos prismas recogen gestualidades gráficas, manchas multiformes luminosas, coloreadas a partir de variaciones pasteles de amarillos, ocres, azules y verdes, que celebran el exotismo del movimiento de la luz.

Inmediatamente después del grato colorido de esta “vereda tropical”, enrumbo hacia las áreas formales de exposición. La primera impresión fue la de arribar a una inmensa y posmoderna cueva, rememorantes de las del Pomier, de esfumadas paredes convergentes, adornadas con estampas rupestres escarbadas persistentemente por finos estiletes. Pero de lo que se trata es de la imaginación febril de Guadalupe expuesta en una colección pictórica contundente. Los amplios lienzos ciertamente asemejan paredes y también, a veces, espejos. Contienen una grafía de líneas trazadas por carboncillos gruesos, que hábilmente perfilan un universo naif, simplificado, casi infantil, que, pese a la agilidad gestual, pretenden, con paradójica meticulosidad, domar el azar. Esto es, hay una espontaneidad preconcebida, o bien, un ordenado caos; en fin, un coqueteo formal atrevido y poético.

Como en las superficies terrosas donde los primeros humanos prefiguraban el objetivo de sus excursiones de caza, Guadalupe, en tanto aventajado behique, primero disemina doquiera manchas acuosas sobre las cuales perfila formas lanceoladas que nos remiten a una mitológica fauna, a un insólito ecosistema insular. Está clara la voluntad del artista de rastrear los elementos identitarios dominicano, a partir del legado mítico de los habitantes originarios de la isla. Su indagación es lúdica e irreverente, tanto se alimenta de los mitos creacionales como de las teorías evolutivas. En sus telas, imágenes zoomorfas apenas delineadas juguetean entre fértiles vaginas que alegorizan el origen de la vida. La imaginación del artista hace caleidoscopios del agua con que impregna sus telas, regenerando y replicando siluetas orgánicas, hasta constituir, sólo con su mágica paleta, nuestra diversa fauna caribeña.

La presente muestra recrea la dicotomía entre originalidad y réplica en la concepción de una obra artística, no como problema estético sino como estrategia de mercadeo. Al igual que las sombrillas colgadas en el recibidor, los numerosísimos cuadros de gran formato expuestos lucen concebidos, replicados, a partir de un trazado compositivo y de una simbología básica plasmada en tres o cuatro esquemas gráficos originales. La reproducción serial de obras similares en planos compositivos, texturas e incluso de intensidades tonales apasteladas, seguro facilita la comercialización de las obras individuales, en tanto ofertas fácilmente adaptables a los gustos epidérmicos de los compradores. Desde el punto de vista de la curaduría y montaje expositivo, sin embargo, esta uniformidad gráfica, impone retos para contrarrestar los posibles atisbos de monotonía visual y mantener despierto el interés de los espectadores comunes. Afortunadamente, en estos holgados escenarios de techos altos, la reiterativa simbología de Guadalupe fluye espléndidamente pudiéndose disfrutarse la excelente factura de los dibujos, la limpieza de los colores y el depurado estilo pictórico.

Enhorabuena a Melany Rodríguez y al personal del Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA por esta excelente muestra con la que abren su Sala de Exposiciones Temporales. Alto es el nivel de expectativas fijado para la calidad de las exposiciones futuras.


© Fernando Cabrera