Antonio Guadalupe, entre sus obras |
Aún en mi tercera visita, no dejo de maravillarme de las
colosales dimensiones del Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA. Se
me antoja que, en sus 12000 metros cuadrados, sus diseñadores procuraron hacer
converger al Teatro Nacional y al Museo de Arte Moderno. Sus facilidades
diversas (salas expositivas, salones de convenciones, cine, estación radial y
televisiva, etc.) no tienen parangón en el país y, probablemente, tampoco en
Centroamérica. Bueno, tal vez por chauvinismo santiaguero, exagere un poco. En
todo caso, es digna de celebración la visionaria y arriesgada apuesta del
empresario Dr. Príamo Rodríguez de comprometer gran parte de su patrimonio en
la culminación de un proyecto que, por su naturaleza cultural y de servicio
comunitario, está lejos de ser económicamente rentable, salvo como honroso
baluarte de nuestra identidad nacional.
En esta ocasión me dirijo a la Sala de Exposiciones
Temporales, presta a inaugurarse con la individual “Diálogo de fauna, sol y
agua”, del maestro Antonio Guadalupe. Es un acogedor espacio concebido acertadamente
para, con una programación dinámica, historiar y socializar los aportes
visuales de los artistas contemporáneos criollos.
En el cielo del amplio lobby situado en la tercera planta
hay desplegada una entrañable colección de 30 originales sombrillas (obviamente, acorde
con el título de la exposición, para “sol y agua”), pintadas a
manos, a partir de seis modelos básicos que pueden ser adquiridos por los
diletantes. Son objetos cotidianos que han sido convertidos en soportes de la
creatividad del artista; como prístinos prismas recogen gestualidades
gráficas, manchas multiformes luminosas, coloreadas a partir de variaciones
pasteles de amarillos, ocres, azules y verdes, que celebran el exotismo del
movimiento de la luz.
Inmediatamente después del grato colorido de esta “vereda
tropical”, enrumbo hacia las áreas formales de exposición. La primera impresión
fue la de arribar a una inmensa y posmoderna cueva, rememorantes de las del
Pomier, de esfumadas paredes convergentes, adornadas con estampas rupestres escarbadas
persistentemente por finos estiletes. Pero de lo que se trata es de la
imaginación febril de Guadalupe expuesta en una colección pictórica
contundente. Los amplios lienzos ciertamente asemejan paredes y también, a
veces, espejos. Contienen una grafía de líneas trazadas por carboncillos gruesos,
que hábilmente perfilan un universo naif, simplificado, casi infantil, que,
pese a la agilidad gestual, pretenden, con paradójica meticulosidad, domar el
azar. Esto es, hay una espontaneidad preconcebida, o bien, un ordenado caos; en fin, un coqueteo formal atrevido y poético.
Como en las superficies terrosas donde los primeros
humanos prefiguraban el objetivo de sus excursiones de caza, Guadalupe, en
tanto aventajado behique, primero disemina doquiera manchas acuosas sobre las
cuales perfila formas lanceoladas que nos remiten a una mitológica fauna, a un
insólito ecosistema insular. Está clara la voluntad del artista de rastrear los
elementos identitarios dominicano, a partir del legado mítico de los habitantes
originarios de la isla. Su indagación es lúdica e irreverente, tanto se
alimenta de los mitos creacionales como de las teorías evolutivas. En sus
telas, imágenes zoomorfas apenas delineadas juguetean entre fértiles vaginas que alegorizan el origen de la vida. La imaginación del artista hace caleidoscopios
del agua con que impregna sus telas, regenerando y replicando siluetas orgánicas,
hasta constituir, sólo con su mágica paleta, nuestra diversa fauna caribeña.
La presente muestra recrea la dicotomía entre
originalidad y réplica en la concepción de una obra artística, no como problema estético sino como estrategia de mercadeo. Al igual que las sombrillas colgadas en el recibidor, los
numerosísimos cuadros de gran formato expuestos lucen concebidos, replicados, a
partir de un trazado compositivo y de una simbología básica plasmada en tres o
cuatro esquemas gráficos originales. La reproducción serial de obras similares
en planos compositivos, texturas e incluso de intensidades tonales apasteladas,
seguro facilita la comercialización de las obras individuales, en tanto ofertas
fácilmente adaptables a los gustos epidérmicos de los compradores. Desde el
punto de vista de la curaduría y montaje expositivo, sin embargo, esta
uniformidad gráfica, impone retos para contrarrestar los posibles atisbos de
monotonía visual y mantener despierto el interés de los espectadores comunes. Afortunadamente,
en estos holgados escenarios de techos altos, la reiterativa simbología de
Guadalupe fluye espléndidamente pudiéndose disfrutarse la excelente factura de
los dibujos, la limpieza de los colores y el depurado estilo pictórico.
Enhorabuena a Melany Rodríguez y al personal del Centro
de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA por esta excelente muestra con la
que abren su Sala de Exposiciones Temporales. Alto es el nivel de expectativas fijado
para la calidad de las exposiciones futuras.
© Fernando Cabrera