Por Fernando Cabrera
(Palabras leídas en acto solemne ante su tumba, en el Altar de la Patria, el 21 de octubre de 2011, en el marco del III Festival Internacional de Poesía Santo Domingo 2011)
El 11 de febrero de 1880, a la edad de treinta años, se casó con el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal (destacado escritor que, más tarde, alcanzó la presidencia de la República). De esta unión nacieron cuatro hijos: Francisco, Nicolás Federico (Pedro), Max y Camila, todos personajes imprescindibles de nuestra literatura de mediados del siglo XX. De consagrarse un día del ensayista, sin dudas el honor correspondería al 29 de junio, natalicio de su hijo, el humanista de América y maestro de maestros, Pedro Henríquez Ureña.
Loable el compromiso de Salomé Ureña expresado en acciones para el desarrollo de las potencialidades de la mujer. Sin alharacas, en la segunda mitad del siglo XIX, enfrentó la ideología social que relegaba la mujer a roles estrictamente domésticos y subordinados; encarnando su derecho a la educación, al ejercicio profesional y al uso creativo del lenguaje. Cuando aún en el mundo era considerado inadecuado que una mujer escribiera, Salomé asumió esta responsabilidad, reflejando en su poesía sus propias experiencias y la del entorno.
Discípula aventajada del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, también puso en la picota los convencionalismos machistas al fundar, el 3 de noviembre de 1881, el primer centro femenino de enseñanza superior: el "Instituto de Señoritas", graduando las primeras maestras normales en un esquema de educación positivista que aún perdura.
Salomé Ureña fue patriota cabal. Si bien los movimientos independentistas establecieron las bases socio-políticas para la consolidación de la patria dominicana, autores como José Joaquín Pérez, Gastón Fernando Deligne y Salomé, con textos sustentados en temáticas y matices del habla criolla, empezaron la desarticulación de los referentes ibéricos coloniales aun prevalecientes en la cultura de la nación emergente.
Salomé Ureña no solo fue la primera poeta propiamente dominicana, aún permanece como una de las figuras centrales de nuestra lírica. En 1867, a los 17 años, publicó sus primeros versos en el Boletín Oficial de Santo Domingo bajo el seudónimo Herminia, nombre que usó hasta 1874 —acaso para evitar las restricciones propias de la ultraconservadora sociedad decimonónica, cual lo hicieran en otros ámbitos escritoras como Aurore Dupin, Mary Ann Evans, Cecilia Böhl de Faber)—. Posteriormente continuo publicando en los periódicos El Universal, La Opinión, El Nacional, El País, El Estudio, y también en Letras y Ciencias.
Su producción abarca unas sesenta composiciones tanto líricas como épicas, escritas en lenguaje sencillo y transparente. En sus versos aborda temas patrióticos, indigenistas, familiares y de amor a la naturaleza. Por la profundidad conceptual, propiedad y belleza expresiva, su obra trascendió el ámbito nacional, recibiendo críticas favorables de autores de la dimensión de Marcelino Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó.
Salomé, amada nuestra, por tu brillante hoja de vida, desde 1972, este Altar de la Patria, es tu morada; y este 21 de Octubre, por tu natalicio, el día de nuestra propia celebración.
Madre, maestra, poeta y musa, amada Salomé, en tu nombre y en tu día, poetas de acá y de allá (en fin, soñadores del mundo), venimos a beber de tu memoria como de una inagotable fuente, en tanto nos avocamos a la más enriquecedora y vital experiencial: renovar nuestros votos con las palabras esenciales, esas que, como tú, encarnan todos los ideales de la humanidad.