sábado, 22 de octubre de 2011

Palabras para Salomé, en su día y el nuestro


Por Fernando Cabrera

(Palabras leídas en acto solemne ante su tumba, en el Altar de la Patria, el 21 de octubre de 2011, en el marco del III Festival Internacional de Poesía Santo Domingo 2011)


Salome Ureña de Henríquez constituye un modelo de persona integral. Toda vez que además de ser poeta excelsa, educadora pionera y patriota, también luchó por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres con resultados admirables siempre.

Desde su nacimiento en Santo Domingo, el 21 de octubre de 1850, hasta su muerte, 46 años después, el 6 de marzo de 1897, encontramos referentes de buen vivir y bien ser, aun en medio del álgido entorno socio-político de  guerras independentistas y restauradoras. Sus padres fueron el escritor Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León. De su madre recibió formación en lectura y escritura (de acuerdo con la costumbre de la época que restringía la educación de las niñas a escuelitas en casas privadas). Su padre, en tanto, la introdujo en el estudio de los clásicos españoles y franceses.

El 11 de febrero de 1880, a la edad de treinta años, se casó con el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal (destacado escritor que, más tarde, alcanzó la presidencia de la República). De esta unión nacieron cuatro hijos: Francisco, Nicolás Federico (Pedro), Max y Camila, todos personajes imprescindibles de nuestra literatura de mediados del siglo XX. De consagrarse un día del ensayista, sin dudas el honor correspondería al 29 de junio, natalicio de su hijo, el humanista de América y maestro de maestros, Pedro Henríquez Ureña.

Loable el compromiso de Salomé Ureña expresado en acciones para el desarrollo de las potencialidades de la mujer. Sin alharacas, en la segunda mitad del siglo XIX, enfrentó la ideología social que relegaba la mujer a roles estrictamente domésticos y subordinados; encarnando su derecho a la educación, al ejercicio profesional y al uso creativo del lenguaje. Cuando aún en el mundo era considerado inadecuado que una mujer escribiera, Salomé asumió esta responsabilidad, reflejando en su poesía sus propias experiencias y la del entorno.

Discípula aventajada del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, también puso en la picota los convencionalismos machistas al fundar, el 3 de noviembre de 1881, el primer centro femenino de enseñanza superior: el "Instituto de Señoritas", graduando las primeras maestras normales en un esquema de educación positivista que aún perdura.

Salomé Ureña fue patriota cabal. Si bien los movimientos independentistas establecieron las bases socio-políticas para la consolidación de la patria dominicana,  autores como José Joaquín Pérez, Gastón Fernando Deligne y Salomé, con textos sustentados en temáticas y matices del habla criolla, empezaron la desarticulación de los referentes ibéricos coloniales aun prevalecientes en la cultura de la nación emergente.

Salomé Ureña no solo fue la primera poeta propiamente dominicana, aún permanece como una de las figuras centrales de nuestra lírica. En 1867, a los 17 años, publicó sus primeros versos en el Boletín Oficial de Santo Domingo bajo el seudónimo Herminia, nombre que usó hasta 1874 —acaso para evitar las restricciones propias de la ultraconservadora sociedad decimonónica, cual lo hicieran en otros ámbitos escritoras como Aurore Dupin, Mary Ann Evans, Cecilia Böhl de Faber)—. Posteriormente continuo publicando en los periódicos El Universal, La Opinión, El Nacional, El País, El Estudio, y también en Letras y Ciencias.

Su producción abarca unas sesenta composiciones tanto líricas como épicas, escritas en lenguaje sencillo y transparente. En sus versos aborda temas patrióticos, indigenistas, familiares y de amor a la naturaleza. Por la profundidad conceptual, propiedad y belleza expresiva, su obra trascendió el ámbito nacional, recibiendo críticas favorables de autores de la dimensión de Marcelino Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó.

 Al final, una evocación necesaria:

Salomé, amada nuestra, por tu brillante hoja de vida, desde 1972, este Altar de la Patria, es tu morada; y este 21 de Octubre, por tu natalicio, el día de nuestra propia celebración.

Tu legado, en ejemplo y palabras, nos compromete a velar por la permanencia de la poesía, la justicia y el conocimiento, en momentos en que doquiera se enseñorean sus opuestos, esto es, el despego a la belleza y la indolencia social. Cuan válido hoy, como ayer, el llamado que haces en tu poema Ruinas: «¡Patria desventurada! ¿Qué anatema / cayó sobre tu frente? / Levanta ya de tu indolencia extrema: / la hora sonó de redención suprema / y ¡ay, si desmayas en la lid presente!»

Madre, maestra, poeta y musa, amada Salomé, en tu nombre y en tu día, poetas de acá y de allá (en fin, soñadores del mundo), venimos a beber de tu memoria como de una inagotable fuente, en tanto nos avocamos a la más enriquecedora y vital experiencial: renovar nuestros votos con las palabras esenciales, esas que, como tú, encarnan todos los ideales de la humanidad.