Por Fernando Cabrera
Mario Vargas Llosa |
Uno de los aciertos de Mario Vargas Llosa en La
Fiesta del Chivo fue recurrir al monologo interior o flujo de conciencia para
permitirnos ahondar, como nunca antes, en la personalidad de Rafael Leónidas
Trujillo. Nos perfiló, a partir de un acerado español dominicano, las luces y
sombras humanas del sátrapa. Así, en el segundo párrafo del capítulo dos, de
esta interesante visión foránea a unos de los períodos históricos definitorios
del siglo XX y el presente dominicano, nos encontramos con una visión íntima de
lo que fue la fundación de la Policía Nacional Dominicana:
“A la disciplina debo todo lo que
soy», se le ocurrió. Y la disciplina, norte de su vida, se la debía a los
marines. Cerró los ojos. Las pruebas, en San Pedro de Macorís, para ser
admitido a la Policía Nacional Dominicana que los yanquis decidieron crear al
tercer año de ocupación, fueron durísimas. Las pasó sin dificultad. En el
entrenamiento, la mitad de los aspirantes quedaron eliminados. Él gozó con cada
ejercicio de agilidad, arrojo, audacia o resistencia, aun en aquellos, feroces,
para probar la voluntad y la obediencia al superior, zambullirse en lodazales
con el equipo de campaña o sobrevivir en el monte bebiendo la propia orina y
masticando tallos, yerbas, saltamontes. El sargento Gittleman le puso la más
alta calificación: «Irás lejos, Trujillo». Había ido, sí, gracias a esa
disciplina despiadada, de héroes y místicos, que le enseñaron los marines.”
Al centro Mario Vargas Llosa, acompañado de Edwin Espinal, Fernando Cabrera y Caros Fernández-Rocha |
Acaso de los Marines, pues, el espíritu militar apabullante, arbitrario, de una entidad que está llamada a ser un organismo civil garantista de la paz social a partir solo del imperio de las leyes.