Actrices cubanas e invitada dominicana (Foto: Federico Férnandez) |
Por Fernando Cabrera
Asistí a una entrañable función dramática dentro del 4.º Festival de Artes Escénicas de Santiago, presentado por Teatro Utopía dentro de TEATRAPO 2025, con el apoyo del Ministerio de Cultura y la alcaldía del municipio de Santiago. La obra representada fue Ofelia, un montaje del Grupo de Experimentación Escénica La Caja Negra que obtuvo el premio Aire Frío en 2022. Se trató de una producción realizada por mujeres y un hombre. Participaron cinco actrices (Yanisleydys Labori Cuevas, Thalía Martínez Árias, Leydi Reynosa Vásquez, Maibel del Río Salazar y, por supuesto, la talentosa anfitriona, Astrid Gómez Martínez), la violinista Herfy Violinist, la pianista Ana Irina Pérez Perelló y, para evitar quejas por exclusión de género, el percusionista Eliezer Ramírez. El atrevido libreto de visibilización y reivindicación femenina es también original de un hombre: Juan Edibelto Sosa, que también ejerció de director. La productora del montaje fue Clara Betsy Ávila Echeverría. La obra presenta a los siguientes personajes: Ofelia (una mujer de todas las edades con una experiencia de mil vidas), las moscas, Marlene, Reyita, Luz Divina, la abuela y la niña Rihanna.
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Grupo de Experimentación Escénica La Caja Negra y Teatro Utopía |
Se trata, en definitiva, de un universo eminentemente femenino. Bajo el lema «Ofelia», las actrices caribeñas, de depurado histrionismo y gracia, alternaban desde sus personajes haciendo referencias a experiencias vitales comunes y asumiendo memorias generacionales de bisabuelas, abuelas, madres e hijas, en un visceral cuestionamiento del sistema machista y patriarcal en el que han crecido, o mejor dicho, sobrevivido a duras penas.
La excusa literaria y de ficción nos remite al
universo shakesperiano de Hamlet, especialmente al personaje de Ofelia, hija de
Polonio y hermana de Laertes. Perteneciente a la nobleza, está enamorada,
aunque sin muchas esperanzas, del príncipe Hamlet, heredero de la corona de
Dinamarca, que, debido a su posición, tiene poca libertad para casarse con
quien quiera. Contra todo pronóstico, surge entre ellos una relación amorosa trágica
que recuerda a la de Romeo y Julieta, ya que también está marcada por la tragedia:
la muerte inesperada de Polonio, el padre de Ofelia, a manos de Hamlet. En este
contexto, Ofelia muere ahogada tras caerse de un árbol al río, en medio de un
amargo y poético sinsabor.
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Astrid Gómez Martínez, del Teatro Utopía |
Las actrices rescatan a Ofelia y sus trágicas circunstancias para narrar, con sabor criollo, los avatares que atraviesan las vidas de todas las mujeres en todas las épocas y circunstancias. Los diálogos, a veces fragmentarios, relatan de manera descarnada las vivencias en torno a los dramáticos hechos a los que las mujeres se han enfrentado a lo largo de la historia: la invisibilización, la exclusión, la violación y la violencia. Las palabras se acompañan de un rico lenguaje corporal y de una ambientación musical operística, con canciones interpretadas con gran calidad vocal, afinación y ritmo. Al igual que el personaje de Ofelia, que canta varias canciones y explica el significado simbólico de las flores que ofrece (aunque algunas interpretaciones difieren), las actrices se pasean por diferentes melodías, interpretadas con gran calidad vocal, armonías polifónicas, afinación y ritmo.
Las chicas cantaron estupendamente. En ocasiones, la pianista les doblaba o complementaba las voces. Las canciones, la gestualidad, la expresión corporal, los bailes y los argumentos nos sumergieron en el drama y en la sensación constante de cuestionamiento. El repertorio musical incluyó géneros diversos y algunas canciones populares y bailables que permitieron a las actrices explotar la sensualidad característica del Caribe. Reconocí algunas, como Lo material, Tuyo, Bacalao con pan, Canto de cuna y Canto yoruba en honor a Yemayá. Pero, sobre todo, destacaría Las Mañanitas, una ranchera de mariachis que, paradójicamente, aquí se interpreta como un himno a la alegría, el amor y la vida.
El ritmo del montaje es galopante de principio a fin de la representación, de aproximadamente una hora de duración y en un único acto continuo, a partir de una escenografía minimalista y experimental, lo que se denomina teatro pobre, tendencia que algunos grupos, como Gratey y Gayumba, asumieron en nuestro país en la década de los ochenta. La representación tiene lugar en el teatro, tanto en el escenario como en el pasillo. Comienza con cinco personas (las actrices), que se desplazan entre el público para después entrar en escena. En el escenario hay un pilón campesino enorme que, además de su utilidad habitual, funciona como contrapunto sonoro y efectista. También hay un sofá, sillas y diversos elementos que las actrices irán incorporando paulatinamente. En el fondo, hay tres músicos que acompañan en directo las interpretaciones líricas.
Sala HIC, Centro de la Cultura Ercilia Pepín (Foto: Federico Férnandez)
Todo sucede en el escenario, ante la mirada atónita
del público. Incluso los cambios de escenografía y, especialmente, de vestuario
de las chicas, que alcanzan un tímido semidesnudo, se ajustan al carácter
conservador de este estreno en Santiago, ya que la función es apta para todos
los públicos. Probablemente, en la producción original cubana estos eran más
reveladores y provocativos. La vehemencia y autenticidad de las
interpretaciones realistas me recordó al método del director ruso Konstantín
Stanislavski, que se centra en la búsqueda de la verdad emocional del actor a
través de la conexión con sus propias experiencias y emociones para recrear los
sentimientos del personaje. Las actrices y los músicos lograron diluir con
efectividad el concepto de cuarta pared, esa separación invisible y metafórica,
al involucrar creativamente al espectador y obligarlo a dejar su rol pasivo
para integrarlo íntimamente en el drama.
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Actriz cubana |
Ofelia es un personaje de ficción y, en el siglo XVI, la Dinamarca de Hamlet era un reino lejano. Paradójicamente, en la obra cubana, Ofelia no representa a una mujer irreal ni Dinamarca al país nórdico de linaje vikingo. En esta obra, un coro de voces femeninas grita, canta y protesta contra el papel que la historia, la religión, la sociedad y la biología les han asignado. En esta ocasión, Dinamarca simboliza la escasez y las restricciones que aún persisten en Latinoamérica, la República Dominicana y Cuba. Al ser un lugar distópico, se cuestiona fuertemente su sociedad, la guerra, las pestes de injusticias sociales, la explotación sexual de la mujer y su cosificación, representada como una cruel caricatura de grandes senos y traseros. De ahí este canto de trincheras, en el que todo gira en torno a las flores (lo femenino) y el poder (en representación del padre, del poder patriarcal).