sábado, 22 de octubre de 2011

Palabras para Salomé, en su día y el nuestro


Por Fernando Cabrera

(Palabras leídas en acto solemne ante su tumba, en el Altar de la Patria, el 21 de octubre de 2011, en el marco del III Festival Internacional de Poesía Santo Domingo 2011)


Salome Ureña de Henríquez constituye un modelo de persona integral. Toda vez que además de ser poeta excelsa, educadora pionera y patriota, también luchó por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres con resultados admirables siempre.

Desde su nacimiento en Santo Domingo, el 21 de octubre de 1850, hasta su muerte, 46 años después, el 6 de marzo de 1897, encontramos referentes de buen vivir y bien ser, aun en medio del álgido entorno socio-político de  guerras independentistas y restauradoras. Sus padres fueron el escritor Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León. De su madre recibió formación en lectura y escritura (de acuerdo con la costumbre de la época que restringía la educación de las niñas a escuelitas en casas privadas). Su padre, en tanto, la introdujo en el estudio de los clásicos españoles y franceses.

El 11 de febrero de 1880, a la edad de treinta años, se casó con el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal (destacado escritor que, más tarde, alcanzó la presidencia de la República). De esta unión nacieron cuatro hijos: Francisco, Nicolás Federico (Pedro), Max y Camila, todos personajes imprescindibles de nuestra literatura de mediados del siglo XX. De consagrarse un día del ensayista, sin dudas el honor correspondería al 29 de junio, natalicio de su hijo, el humanista de América y maestro de maestros, Pedro Henríquez Ureña.

Loable el compromiso de Salomé Ureña expresado en acciones para el desarrollo de las potencialidades de la mujer. Sin alharacas, en la segunda mitad del siglo XIX, enfrentó la ideología social que relegaba la mujer a roles estrictamente domésticos y subordinados; encarnando su derecho a la educación, al ejercicio profesional y al uso creativo del lenguaje. Cuando aún en el mundo era considerado inadecuado que una mujer escribiera, Salomé asumió esta responsabilidad, reflejando en su poesía sus propias experiencias y la del entorno.

Discípula aventajada del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, también puso en la picota los convencionalismos machistas al fundar, el 3 de noviembre de 1881, el primer centro femenino de enseñanza superior: el "Instituto de Señoritas", graduando las primeras maestras normales en un esquema de educación positivista que aún perdura.

Salomé Ureña fue patriota cabal. Si bien los movimientos independentistas establecieron las bases socio-políticas para la consolidación de la patria dominicana,  autores como José Joaquín Pérez, Gastón Fernando Deligne y Salomé, con textos sustentados en temáticas y matices del habla criolla, empezaron la desarticulación de los referentes ibéricos coloniales aun prevalecientes en la cultura de la nación emergente.

Salomé Ureña no solo fue la primera poeta propiamente dominicana, aún permanece como una de las figuras centrales de nuestra lírica. En 1867, a los 17 años, publicó sus primeros versos en el Boletín Oficial de Santo Domingo bajo el seudónimo Herminia, nombre que usó hasta 1874 —acaso para evitar las restricciones propias de la ultraconservadora sociedad decimonónica, cual lo hicieran en otros ámbitos escritoras como Aurore Dupin, Mary Ann Evans, Cecilia Böhl de Faber)—. Posteriormente continuo publicando en los periódicos El Universal, La Opinión, El Nacional, El País, El Estudio, y también en Letras y Ciencias.

Su producción abarca unas sesenta composiciones tanto líricas como épicas, escritas en lenguaje sencillo y transparente. En sus versos aborda temas patrióticos, indigenistas, familiares y de amor a la naturaleza. Por la profundidad conceptual, propiedad y belleza expresiva, su obra trascendió el ámbito nacional, recibiendo críticas favorables de autores de la dimensión de Marcelino Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó.

 Al final, una evocación necesaria:

Salomé, amada nuestra, por tu brillante hoja de vida, desde 1972, este Altar de la Patria, es tu morada; y este 21 de Octubre, por tu natalicio, el día de nuestra propia celebración.

Tu legado, en ejemplo y palabras, nos compromete a velar por la permanencia de la poesía, la justicia y el conocimiento, en momentos en que doquiera se enseñorean sus opuestos, esto es, el despego a la belleza y la indolencia social. Cuan válido hoy, como ayer, el llamado que haces en tu poema Ruinas: «¡Patria desventurada! ¿Qué anatema / cayó sobre tu frente? / Levanta ya de tu indolencia extrema: / la hora sonó de redención suprema / y ¡ay, si desmayas en la lid presente!»

Madre, maestra, poeta y musa, amada Salomé, en tu nombre y en tu día, poetas de acá y de allá (en fin, soñadores del mundo), venimos a beber de tu memoria como de una inagotable fuente, en tanto nos avocamos a la más enriquecedora y vital experiencial: renovar nuestros votos con las palabras esenciales, esas que, como tú, encarnan todos los ideales de la humanidad.

viernes, 19 de agosto de 2011

Poema sobre Wall Street y demás centros espiritistas.

Guernica  (detalle), pintura de Pablo Picasso

¡USURA! 
(Del poemario Gaia, Fernando Cabrera)


En Wall Street (y en los demás centros espiritistas) ni máscaras blanqueadas, ni ostentosas esencias de jazmín y pachulí pueden con tanta fetidez de agiotistas desarraigados de los valores del bien; ni el electrónico sintetizador disimula su operático lloro de fantasmales cocodrilos por bursátiles caídas futuras; ni el sortilegio del oro de seiscientos sesenta y seis billones —numerología fabulosa hasta para negar a Cristo— ni la subida del techo parasitario de Goliat ha de recuperar la armonía de los ya añejos diapasones hechos con la madera de las casas y economías destruidas, para devolverle confianza ciega a los amantes engañados… ¡Súper usura! [i]


[i] “El oro, común sepulcro es. La usura, común sepulcro, destruye a los hombres, a las ciudades y a los gobiernos. Ésta Gerión es. Súper usura”. Pound, Ezra, Cantares Completos, Canto XLVI, Editorial Joaquín Mortiz, S. A., Tabasco, México, págs. 224-25.

viernes, 29 de julio de 2011

Entrega de Premios Nacionales Dominicanos

Thimo Pimentel, Fernando Cabrera, Brunilda Contrera

Fernando Cabrera, por la obra “Ser poético. Ensayos sobre poesía dominicana contemporánea”, recibió el Premio Nacional de Ensayos Literarios Pedro Henríquez Ureña, que anualmente otorga el Ministerio de Cultura, en acto realizado el 18 de julio de 2011, en el Teatro Nacional Eduardo Brito, Santo Domingo, República Dominicana.
Según el jurado de premiación, compuesto por Adolfo Castañón  (México), Rafael Courtoisie (Uruguay) y Pura Emeterio Rondón (República Dominicana), esta obra:  “recoge el análisis que, a través de una prosa cuidada y sugerente, va recayendo sobre la obra poética de autores dominicanos variados, jóvenes casi todos.  La obra armoniza la honda penetración en el sentido de cada texto, con el uso del instrumental técnico pertinente y bien administrado en cada caso, junto al juicio crítico expresado con subjetividad propia del ensayista literario.”
Con el acercamiento a autores y obras poéticas específicas escritas en las últimas tres décadas, Cabrera, amplía el panorama delineado en su análisis contenido en la obra “Utopía y Posmodernidad” (merecedor, en el 2007, de este mismo galardón) en la que enfoca el rol de los movimientos estéticos de las letras nacionales de cara a las circunstancias finiseculares, de fin de milenio.
En el siguiente enlace, informacion detallada sobre demas autores y obras galardonadas en este acto.

domingo, 3 de julio de 2011

Johnny Pacheco en Voz Ajena

Lidia Leon, Johnny Pacheco y Fernando Cabrera,
ArteVivo 2004

¡SALSA-FANIA, JOHNNY, DANOS MÁS...![i]



Nada de beat  o  twist, menos de roca rodando, sólo salsa…  Salsa no de Versalles,  salsa no de España,  salsa no de Italia;  salsa latina,  caribe salsa que se prepara cual pregón de madre vieja. He aquí la receta: sobre tres cucharadas de café, dos de azúcar y unas picas de mambo, guarachacha y chachachá, marinadas en cazuela de barro, con habanero son, guagancó, pasión y jazz; para suavizar la pasta, añadir ternura a ritmo de corazón, un poquito de manteca y generoso repique de timbal; poner en baño-María,  acompasados cinquillos y tresillos de tensada piel de chiva parida y chivo cimarrón,  luego, pa’ que se  ponga picante hay que ponerle candela, arenas en sol derretido y ron...  El sabor del manjar está en la salsa: salsa Moré, salsita del origen, Caballero, de Cuba o de la calle Cuba, Johnny, del Santiago primero. Salsa Celia, salsita, criollo fonema, canta’o criollo, que solo se traduce cuando la sensibilidad hace diana en el ritmo: ritmo de voces en rumbón  y tumbao multiplicadas…  La palabra es salsa, salsa de agua-ají y pimienta, salsa de risas arrebatadas; lánguida salsa, salsa sensual, salsa mestiza, salsa mulata, salsa sin par, salsa sangre trascendida;  salsa que a trópico huele; salsa jugosa que las penas colorea de azul mar o azul cielo; emoción de tierra adentro; salsa maná que trasciende el sabor del momento.  Salsa que agria se pone en soledad. ¡Salsa Sanabria, salsa de estrellas, no importa marca,  queremos salsa, Pacheco, danos más!... Salsa de Anaisa y Changó, de misterio a contrapelo, salsa que destila el cuerpo   que aspira otro cuerpo.  Salsa que ensalza a la gracia plena, al dibujo y al mariposeo; necesidad de Atlántico redimida marcando los acordes breves con breves jadeos; salsa para comensales de sonidos y silencios; salsa, golosa danza y contra-danza: gusto justo en el punto de las ganas de hombre y la sensualidad de la dama; almas ebullicientes en el paso  y en el paso y medio, en la argucia del antebrazo al rodear la estrecha cintura, de la mano que reboza en donde la espalda acaba: toma y daca, daca y toma, alucinante salsa que cuanto más placer da, acaba...  ¡La vida es salsa, Salsa-Fania, Johnny, danos más...!







[i] Cabrera, Fernando; "Johnny Pacheco en Voces Ajenas", Edición homenaje Festival ArteVivo 2004, Santiago de los Caballeros, Republica Dominicana.  Referencia en http://diariolibre.com.do/noticias_det.php?id=31017

miércoles, 8 de junio de 2011

Ser poético, de Fernando Cabrera, Premio Nacional de Ensayos

Agradezco la solidaridad y el aprecio de todos mis familiares, amigos y lectores, especialmente de aquellos que desde anoche temprano han estado llamando para notificarme que mi libro "Ser poético. Ensayos sobre poesía dominicana contemporánea" acaba de recibir el Premio Nacional Pedro Henríquez Ureña, género Ensayo Literario.  

Invito a leer la referencia completa que ha publicado hoy el periódico Diario Libre, puesto que seguro han de simpatizar con los ganadores de los demás renglones; celebro con particular entusiasmo, por las cercanías generacionales y afectivas, los reconocimientos otorgados a Rosa Silverio (Premio Salomé Ureña de Henríquez, género Poesía a su obra “Arma Letal, más loca que  una cabra”) y Pedro Antonio Valdez (Premio Manuel de Jesús Galván, género Novela, a su obra “La salamandra.”)


martes, 7 de junio de 2011

Trébol de cuatro hojas

           El Ministerio de Cultura de la República Dominicana invita a la puesta en circulación de la obra Trébol de cuatro hojas, del poeta Fernando Cabrera, en acto a efectuarse en el Palacio Consistorial de Santiago de los Caballeros, el miércoles 15 de junio de 2011 a las 8:00 p.m. La obra será presentada por el Lic. José Rafael Lantigua, Ministro de Cultura.
         Trébol de cuatro hojas reúne las obras poéticas de Cabrera publicadas entre 1990 y 2001. Sobre la peculiar estrategia que unifica el conjunto, de configuración del aliento poético en forma de poemas-libros, José Mármol expresa: “Cabrera pone en práctica una teoría poética, a través, como debe ser siempre, de la concreción misma del poema. /…/ Esta poética crece en el desafío al prejuicio preceptivo y retórico de la escisión entre prosa y poesía, entre nivel coloquial y nivel culto o lenguaje figurado.”
            Asimismo, José Enrique García destaca el apego del escritor santiagués a recursos expositivos tanto épicos como líricos en su propósito de ofrecer una visión holística del tiempo presente: “Poemas extensos, estructurados en base a fragmentos que bien pueden operar como piezas aisladas, así como piezas del conjunto. Esa búsqueda de lo trascendente humano desde lo interior pasando por la misma cotidianidad tan entrañables al ser como las esencias ontológicas. /…/ Tono, por momentos, solemne, otro, discursivo narrativo. Imágenes que procuran sorprender por las relaciones que establecen las distintas partes: el verso, la estrofa, el bloque poético y, finalmente, el poema íntegro.”

domingo, 5 de junio de 2011

El asesino de las lluvias


Tras un asesinato múltiple,  evidencias de nuestras poéticas

El asesino de las lluvias[i], octava novela de Manuel Salvador Gautier, de calidad y aceptación validada por dos ediciones locales[ii] y una edición traducida al italiano[iii],  es una novela de tesis en cuanto sobre la acción argumentar procura plasmar los conceptos y aspiraciones formales (en fin, la preceptiva) del movimiento literario que el autor profesa, el Interiorismo. Ciertamente procura mantenerse fiel a las aristas semánticas: místicas, míticas y metafísicas que como canon estético sus teóricos proponen —principalmente Bruno Rosario Candelier—, en tanto derroteros indispensables para expresar con propiedad la actualidad.  Notorios y afortunados son los recursos transtextuales  utilizado por el novelista para sustanciar las historias que cuenta (verbigracia: referentes a autores e inclusiones, tipo collage, de textos teóricos y creativos) principalmente de poetas, que los cultores del Ateneo Insular han tomado como paradigmas, a saber: Reiner María Rielke, Paul Valery, Arthur Rimbaud, Vicente Huidobro y, con mención especial, el poeta chino Liu Yuxi, de la dinastía Wang, cuya poesía es referida como extraordinaria por su transparencia, sencillez y, al mismo tiempo, hondo significado.  
Gautier, mediante recursos de flashback y flashfoward —esto es, narraciones desde un pasado inmerso en los avatares de la tiranía trujillista y proyecciones futuras llenas de chicas universitarias alegres, prostituidas, en fin de “chicas beepers”—, nos sitúa en la dinámica de un álgido presente progresivo que se desplaza entre dos planos existenciales contrapuestos: de civilización y barbarie; habilidad artesanal y conocimiento de la lengua ha demandado conciliar intereses expositivos tan diversos. Por un lado deja fluir lo biográfico, el reto de lo cotidiano condimentado por el morbo y la truculencia dramática machista tan del gusto popular; mientras, concomitantemente, apuesta, desde la narrativa, por encima de la simple exposición de hechos, a plantearnos una historiografía e incluso una poética. Regularmente para el novelista basta la historia y para el poeta resulta imprescindible un ideario; en esta obra, sin embargo, el autor con desparpajo procura de manera ambiciosa ambos propósitos, dilucidando en el corpus de la obra incluso la dificultad de asumir ambos roles: “Quisiera que esta fuera una historia de amor, del amor de un Poeta por la Poesía.  En vez, es una historia de celos descontrolados, desdichas padecidas, afanes desbordados y ansiedades enclaustradas” (Pág. 63)
Desde el título del primer capítulo “Cómo ser la verdad y no existir” (el cual parafraseo para  claridad: “cómo puede ser verdadero lo que no existe”) el autor nos enfrenta a una contradicción usualmente insalvable, toda vez que verdad y existencia constituyen un binario filosóficos irreductible, ya que una instancia implica necesariamente a la otra, cual nos hace olfatear axiomáticamente Descartes “Pienso, luego, existo”[iv]. Empero, el ámbito en el que la narración nos sumerge no es el de la filosofía; al contrario, lejos de toda lógica, Gautier nos obliga a participar de una experiencia totalmente desestructurada y misteriosa, onírica. Partiendo desde la ingenuidad infantil, de la fantasía de la primera idealización romántica, prontamente nos hace testigos del desengaño primigenio que, accidentalmente, impele al protagonista, Sergio Echenique, a otra iluminación más determinante y auténtica que el amor romántico: la revelación inequívoca de la vocación verdadera, la de ser poeta y, con ello,  la vinculación temprana de la propia existencia con la misión definitiva de acceder a niveles de comprensión y expresión superiores de la realidad mundana, en función de otra realidad, la que los Interioristas denominan “trascendente”.
Así tenemos de entrada al imberbe, víctima de los ardides del travieso Cupido, encandilado por el polvillo de pomarrosa, mitológica flor de la inmortalidad[v], en trance de médium con una metafísica deidad que le exige consumar el ayuntamiento: “Disuélvete en mí, no tengas miedo: la vida soy yo y la muerte eres tú” (pág. 18). Hay en esta premisa de iniciación una referencia a la concepción clásica, ancestral, del poeta como un ser dotado de condiciones especiales para desentrañar los misterios de la vida y de la muerte, que nos remonta a los arúspices, a los profetas, en tanto que toda revelación, como la narrada en el primer capítulo, supone una relación de primer orden con un ente divino que en un elegido se confiesa o confía. La flor estimulante, el alucinógeno accidental que lleva al niño a la poesía, para la mente llana del vaquero de nombre Santico (que, verbigracia, lo ha privado del amor de Lili) contiene un veneno que lleva al infierno que, sin embargo, para el iluminado, deviene en la sangre contenida por el Santo Grial, en un portal privilegiado hacia lo eterno, capaz de convertir a cualquiera, en el sentir de Huidobro, en pequeño dios capaz de engendrar, con su estímulo: “otra realidad con las palabras y da sentido a lo absurdo de la vida y a lo inefable de la inmensidad cósmica” (Pág. 19). Obviamente, dado que desde el siglo pasado las vanguardias obligan a un nombre para los innovaciones (aun pírricas e imposibles), la revelación recibida por el protagonista en su infancia, también procura una denominación fundante: Mosmos, vocablo que a falta de otras pistas, obliga a la simple asociación parónima, haciéndonos apostar a que acaso sea una derivación de “cosmos”, lo que concuerda, por demás, con la aspiración holística, con la pluralidad (“multivocidad”, diría Candelier) que posteriormente el poeta-protagonista asocia con su revelación. Otra acepción posible, relacionada fonética y semánticamente, aunque un poco más lejana, es “magma”, por aquello de alimento —esta vez estético— caído del cielo[vi].
Máximo Vegas, Rosa Julia Vargas, Manuel Salvador Gautier,  Darío Fernández
Demian y Fernando José 
En el segundo capítulo “Cómo matar un sentimiento y quedar contento”, toma cuerpo el asedio que la cotidianidad descarnada ejerce sobre un Sergio Echenique ya adulto. El autor no escatima esfuerzos en situar al personaje en su inadecuación familiar y social —tan común no obstante lo satírico, a la de nuestros poetas criollos reales—, al insistir, en medio de limitaciones materiales severas, tras la utopía económicamente improductiva de contemplar permanentemente “el mundo desde una visión poética” (Pág. 33).  Escudado en su predestinación poética, como criollo aristócrata este personaje actúa cual si fuese merecedor incluso del sacrificio ajeno, cual confiesa: “Del mundo exterior solo logré compenetrarme con sus comodidades” (Pág. 33). El perfil de Echenique no puede ser más desbastador e incisivamente alegórico de nuestra fauna-florida literaria; encarna al escritor idealista acostillado: “Sé que muchos me consideran un caso perdido, un modelo de ‘vividor’ para  imitar conveniencias./…/ La fortuna de mi tía Eutimia la administraba Claudia./…/ En definitiva, creo que mi tía Eutimia me escogió de administrador solo para ayudarme económicamente, evitando darme a entender que me mantenía” (Pág. 35); es el tunante a tiempo completo que, no obstante evitar el trabajo bienhechor, parasitando sobre el sudor de su mujer (obligada, por el rancio entorno patriarcal, a suplantarlo en su rol primario de proveedor del hogar), tiene el tupé de aventurarse: “ a dar unas vueltas ‘por ahí’ en busca de alguna aventura fácil con alguna mujer liviana (prostituta o sirvienta de la calle,  cualquiera de las dos me da igual, con tal de satisfacer mi apetencia sexual” (Pág. 34). Es el intelectual mediocre capaz de prestarse a componendas, con tal de acceder al propio reconocimiento: “los premios ya estaban dados y los miembros del jurado solo tenían que firmar el acta de premiación” (Pág. 93).  Esta afirmación última se hace en la novela en contexto de la tiranía, pero constituye rumor socorrido con vehemencia en la actualidad con relación a los galardones otorgados por el Estado, bajo el alegato que sobre la calidad literaria aún pesan circunstancias extraliterarias.
 Estamos, pues, frente a un antihéroe, y la pregunta urge: ¿cómo un sujeto esencialmente vil puede ser percibido como el elegido, como el receptor de verdades nuevas y positivas para la sociedad, esta vez a través del género que precisamente sublimiza pensamientos y sentimientos humanos?  Alguien ingenuamente defenderá que del  carbón surge el diamante, sin embargo, afirmar esto ya en el plano de lo simbólico tiene sus dificultades, puesto que se trata de alimentar la espiritualidad desde la iniquidad parasitaria, en el caso de marras desde la inmoralidad libidinosa. Evidentemente el fin de la poesía ha de ser la belleza, en tanto arte, a través del el lenguaje; y esto no necesariamente implica verdad ni ética; de hecho, en muchas circunstancias la poesía afortunadamente luce amoral, en función de que sitúa los juegos del lenguaje, de las palabras, por encima incluso de sus significados primeros, en tanto los utiliza para inducir perspectivas inéditas. Pero en esta ocasión se trata de que Sergio Echenique es desleal incluso con su vocación revelada y su propósito de dedicarse oficiosamente al quehacer poético, hecho constatable en su pírrica producción de apenas un poemario, mediocre por demás, en  cerca de setenta años de vida.
            La cacofonía evidente entre el predicador y su mensaje impregnado de “la verdad suprema de la Poesía”, la resuelve el narrador con la creación de un alter ego mitificado, un personaje diametralmente opuesto al protagonista ruin: Vinicio Acosta, también poeta: “No era su otro yo [yo pienso que sí],  más bien su antítesis, pero tenía las actitudes que él debía desarrollar: la pureza en sus sentimientos, la convicción en su propia valía, la seguridad y el arrastre en sus convicciones” (Pág. 115). El conflicto entre el personaje principal y  su otredad, su complemento, es evidente desde el principio; empezando por el apelativo despectivo con que Sergio Echenique insistentemente lo refiere: “El negro”, procurando descalificarlo, desde su propia insignificancia y resentimiento, a partir de los antivalores de racismo otrora socialmente arraigados. Este nombrar accidentado, sin embargo, deriva después en una sinonimia para nada peyorativa: “Moreno”, en tanto, luce mecanismo transtextual para fijar adhesiones a un poeta altamente valorado por todos: Moreno Jimenes, o mejor: Domingo Moreno Jimenes, padre del Postumismo[vii]; lo dicho encuentra eco en la evaluación dual que Echenique hace de la obra de Acosta: “Sus versos son axiomas, tienen las características de un post postumismo, antes de que hubiese postumismo. En definitiva es una poesía imposible.” (Pág. 101) Evidentemente, Echenique está proyectando en su otro aquello en lo que él íntimamente cree, ya que los preceptos de sus formulación “mósmica” recuperan en gran medida el legado postumista en tanto corriente estética de hondura de pensamiento sustentada sobre la llaneza expresiva, como la celebrada en el referido poeta chino: “Yo soy el poeta que usted quiere ser” (Ibíd.), le dice Acosta “el negro”  a Echenique, el pervertido.
Concomitantemente a la definición del plano simbólico, el de la poética, en este segundo capítulo afloran las circunstancias que dan sentido y continuidad al plano de la historia ordinaria. Aparecen en el entorno doméstico dos personajes jóvenes, vitales, agrestes, que alcanzarán axial importancia para el desenlace argumental trágico: Roque y Silvina, ambos responsables de los quehaceres del hogar y catalizadores, como veremos, de las pasiones prohibidas de los esposos que degeneran a la postre en violencia doméstica extrema. De los dos, Silvina, cibaeña con todos los encantos imaginable (personaje salvado de una depuración de la tetralogía de novelas heroicas), tendrá mayor peso especifico, puesto que también ha de entrar con igual determinación en el plano especulativo, creativo, del protagonista; Con Silvina, al igual que antes con Lili, el protagonista nuevamente confunde el llamado de Eros con la iluminación poética. En la postrimería de su vida, agotado sobre la propia nulidad escritural, sobre su obstrucción para concebir el poema a la altura de su propia aspiración teórica, Echenique se obstina erróneamente en buscar en lo epidérmico, en el ardor de la carne joven, el detonante, el “viagra” para que su inspiración derramada en lluvias emocionales finalmente fertilice las páginas en blanco con versos “mósmicos”, cual se percibe en su conmovedora confesión: “Un ser despreciable; un poeta mediocre; un miserable que idealiza una mujer (una jovencita, más bien) para inspirarse y solo siente deseo de poseerla sexualmente” (Pág. 75). En el devenir argumental poca inspiración aporta la musa que no desemboque en los avatares tragicómicos del romance, en la ensoñación egoísta de quien, como Echenique, vive despreocupado del mundo. En definitiva, lo que se aprecia en el poeta envejecido (o mejor, en el viejo verde,  en el intelectual “viejebo”) es la preeminencia del placer inmaterial sobre lo estético contemplativo. Con Silvina el estro de Echenique continua retraído, relegado por el simple deleite instintivo, primario, animal, del orgasmo posible. En algo Silvina ciertamente encarna la Poesía, ambas comparten dotes de putas: una, beldad libidinosa; y la otra, en tanto verdad estética, pertenencia de todos.
            Un recurso narrativo interesante, que complementa el engranaje de planos de la novela,  es la referencia que, desde el futuro, un amigo poeta, Apolinar, hace a terceras personas interesadas en conocer los detalles del devenir trágico de Sergio Echenique. Estos breves diálogos permiten ahondar en retrospectiva, desde la lejanía, aspectos atinentes a la socialización de las ideas del poeta fracasado, y en ellas las de tantas poéticas malogradas de nuestra realidad que ya ni siquiera la historia literaria recoge: “…Sergio Echenique no está. ¿Por qué no se acepta su teoría y no se conoce su poesía? ¿Qué pasó con el poeta Sergio Echenique que a nadie le interesa, realmente?/ —Usted conoce el ritual indígena por medio del cual el victimario se nutre de las cualidades de sus víctima?” (Pág. 80).  Las afirmaciones que en estas conversaciones entre desconocidos y el amigo del escritor, resultan de claridad meridiana aplicable sin apuros al canibalismo que en la realidad de la  poesía dominicana acontece; aparecen verdades como templo explicativas de los síndromes de Sísifo y de Penélope propios de la dinámica artera existente entre nuestros poetas, que impide incluso la consolidación internacional de la que es, sin dudas, una de las principales vetas poéticas de Hispanoamérica: “Sergio siempre tendía a disminuir la obra de los demás, considerándose el mejor, el teórico supremo, el creador de una nueva visión universal del hombre.  Si los poemas no seguían el planteamiento que decía, no servían. Había que ser ‘mósmico’ o nada. Es un problema que tenemos  la mayoría de los intelectuales. Nos convencemos de que nuestras creaciones son superiores a la de los otros y nos empecinamos en que lo reconozcan así” (Pág. 102)
En igual tesitura, resulta paradigmática —en tanto ejemplifica a la perfección las tensiones por las pasiones encontradas que se gestan regularmente en las tertulias entre poetas dominicanos—, la critica visceral y desmesurada que hace Sergio Echenique, nuestro mediocre poeta, a una lectura que hace Franklin Mieses Burgos, voz esencial de nuestra poesía, de su extraordinario poema “Monólogo del hombre interior”,  del cual por no ser “mósmico” con atrevimiento necio dice: “En este poema no se ha creado nada /…/  tan solo se han organizado nuevas relaciones entre los elementos ya establecidos.  Más, ¿son realmente nuevas? ¿Qué tiene de nuevo proponer que la deidad nos da la espalda?” (Pág. 106). El poeta de ficción, igual que los de carne y huesos, concibe como original y valiosa solo su propia propuesta de “acoplamiento imperecedero de la psique del hombre con el universo y su misterio”, esto es, su concepción “mósmica” [viii]. Lo cierto es que ni el “mosmos” ni otra tendencia o escuela criolla actual, real o fictiva, puede objetivamente hacer alarde de primogenituras o exclusividades —por demás innecesarias, cuando lo que importa es el poema— dado los vínculos evidentes e inevitables de sus conceptos fundacionales con expresiones universales o iniciadas en otras latitudes.[ix]
Las tensiones acumuladas en el capítulo II (tanto por los aprestos sexuales, como por los fracasos del protagonista en su intento de acceder al parnaso de los consagrados) alcanzan desenlace en el capítulo III titulado “Como ser el que se quiere ser”, pero no de forma lineal. La catarsis en el plano vivencial primario no resulta de la satisfacción por la posesión del objeto del deseo, sino por su destrucción; tampoco, en el plano simbólico, es el deleite resultante de la consagración al del pensamiento iluminado, sino la desazón existencial por la pérdida paulatina de la fe. Tras la a tragedia absurda que la irresponsable conducta de vida de Echenique provoca —el doble asesinato por celo obsesivo de Claudia (confundida con Silvina) y su amante, el jardinero Roque—, el decir de la pitonisa onírica alcance significado lapidario: “la vida soy yo y la muerte eres tú”. Silvina, como creyó el malogrado poeta, ciertamente le devuelve la “inspiración”,  mas no en el contexto apetecido; su obsesión por ella le hizo abrir la caja de Pandora y lo condujo a un callejón cuya única salida honrosa fue un desahogo operático, en palabras de trascendencia oportunamente “mósmica”. Impelido por la desgracia, con el mar por horizonte (cual ya lo pautaron, entre muchos, Alfonsina Storni y Nelson Minaya) su atrofiada vocación creadora se alentó en la proximidad de la Nada, en el ayuntamiento postrero del  ego y su alter ego en el Ser verdadero. En el clímax narrativo el poeta mediocre al fin se catapulta integrando su teoría con su escritura creativa al legar un “inspirado” poema de divulgación póstuma: “Yo soy el asesino de las lluvias/ el único desprendimiento de si mismo/ que desafío la verdad/ y la esperanza/ el único que sobrevive/ y que muere/ por sí solo” (Pág. 140).
Reitero, Gautier en “El asesino de la lluvias” permanece leal a su vinculación interiorista, toda vez que en esta obra importan tanto los aspectos biográficos y los hechos concretos como —y esto con preeminencia— preocupaciones míticas, místicas y metafísicas que recuperan los preceptos del movimiento referido. No obstante, sobre su peculiaridad interiorista, el autor procura ofrecer un equilibrado recuento de las generaciones poéticas dominicanas, abarcando desde las peñas literarias que emergen en los albores de la tiranía trujillista hasta los convites poéticos finiseculares escenificados en la informalidad aromática de la Cafetera de la Calle del Conde. En este sentido, el autor con fino tacto propone, primero, un personaje arquetípico del poeta criollo; y segundo, con pericia de primera mano (tanto por experiencia personal como por vidas tomadas prestadas a contertulios), hilvana las peripecias del personaje en tanto socializa sus teorías y obra. En este sentido, las “lluvias” que inicialmente, como experiencia interior, simbolizan a la Poesía —“Confío en tu sentido de la existencia! ¡Me disolveré en ti como niebla que alcanza las nubes para regresar hecha lluvia, la lluvia de la inspiración, la lluvia de las palabras iluminadas que se esconden en las obscuridades de mi subconsciente!” (Pág. 65)— también parecen aludir (cuando el personaje se afana en divulgar sus ideas) a la plaga de manifiestos, promociones y tendencias literarias que en su fruición superan, en nuestro entorno, el fervor reproductivo de la verdolaga —De hecho, superan la decena los movimientos de los que se guarda algún registro, a saber: Vedrinismo, Postumismo, Poesía Sorprendida, Generaciones del 48, 60 y Postguerra, Pluralismo, De la Crisis, Generación Ochenta, Contextualismo, Metapoesía y, por supuesto, Interiorismo—. Ciertamente, a través de la “Mosmos”, inevitablemente devienen inferencias acerca de las poéticas imposibles, teorías sin poemas y, lo peor, poemas sin poesía, que como “lluvias” anegan nuestra actualidad literaria (y quizás por esta manifestación estéril, el deseo del Gautier de asesinarlas a través de Echenique). Pero al mismo tiempo, paradójicamente,  como consecuencia de esta diversidad y riqueza manifiestas, aparecen poetas y obras con hallazgos extraordinarios, a nivel de lo mejor de la Lengua. Evidencia feliz de lo dicho —que desdice todo instinto criminal o suicida, aún figurado— es esta importante novela que testimonia el hecho de que incluso nuestros narradores privilegian a la Poesía.


 [i] Luce cual si el autor ha pluralizado lluvia para diferenciar la novela de la película The Rain Killer  (El Asesino de la Lluvia), dirigida por  Ken Stein en 1990, en la cual dos policías van tras la pista de un brutal y sádico asesino múltiple. Sin embargo, Manuel Salvador Gautier en notas enviadas a raíz de la lectura de este trabajo, fechada 30 de marzo de 2010,  hace una importante puntualización en torno al origen del nombre de la obra: " ‘El asesino de las lluvias’ es una metáfora, que surge de la presentación que hago de la obra al copiar unos datos de la Sección de Astronomía del Periódico El Caribe que trata sobre la lluvia de meteoritos que son destruidos cuando alcanzan la atmósfera. Dice: ‘La contaminación ligera de la luz y el medio ambiente es un asesino verdadero de las lluvias de meteoritos’. En la metáfora, las lluvias de meteorito representan lo que nos viene del más allá, la espiritualidad, lo trascendente, los elementos metafísicos (en la novela, es el plano de la poesía, considerada la expresión de mayor trascendencia del hombre) que podríamos captar si no nos dejáramos envolver por nuestros sentidos (en Sergio, especialmente, la libido), representados por el ‘medio ambiente’. No sé si es un símil adecuado, pero quiere recalcar el hecho que la novela trata sobre la lucha entre el materialismo y la espiritualidad, sobre la preeminencia que damos a los sentidos que nos impide desarrollar lo mejor de nuestros sentimientos.
[ii] Gautier, Manuel Salvador, "El asesino de las lluvias",  Editorial Santuario, 2008, Santo Domingo.  (La primera edición fue realizada por Ediciones CEDIBIL, 2006)
[iii] “L'assassino delle piogge”, tradotto de María Antonieta Ferro e Eleonora Andreuccetti, Collana Marco Polo, 2007
[iv] Gautier está consciente de su paradoja, de su despropósito, y se lo hace confesar a Echenique: “Subvierto a Descartes./ Non cogito, ergo sum. / Deseo no pensar por existir. Deseo no pensar y ser. Punto./ Pero pienso./ Cogito…/ Luego soy.” Pág. 75
[v] Ambientado en todos los ambientes tropicales, la pomarrosa es “el árbol cosmogónico más representativo de la India, llamado Jambú, el cual según la leyenda, dio el fruto dorado de la inmortalidad; las semillas produjeron oro y el jugo de las frutas formó el gran río Jambú o Jumna de la India”  Oliva, Francisco. 1972. «Doce árboles de Venezuela». Monte Ávila Editores. Caracas. Pág. 37
[vi] “MOSMOS viene de un sueño que tuve en que me hablaron de  la mósmosis o mosmófica. Este sueño lo utilicé en la novela; precisamente es el sueño que Sergio tiene cuando le hacen la revelación, sólo que yo lo modifico a mi conveniencia para llevarlo a lo que pretendo en la novela. También la primera revelación viene no de un sueño sino de una pesadilla recurrente que tengo desde niño y que he utilizado en otras novelas, en la que caigo en un hueco en la calle y no puedo salir de él. Para que veas cómo los novelistas aprovechamos todas nuestras experiencias, incluidas las oníricas.”  Gautier, Manuel Salvador.  Notas citadas.
[vii] Para el autor, la relación observada entre Vinicio Acosta y Domingo Moreno Jimenes fue involuntaria, tal vez inconsciente: “En cuanto a Moreno, no tuve intención de ligarlo con Vinicio Acosta, Hago de Vinicio un alter ego de Sergio que él desprecia (por negro, por andar con gente estrafalaria, por cualquier cosa) porque no quiere entender que se tiene que identificar con Vinicio para superarse (es decir, tiene que purificarse), y no seguir con sus celos y envidias y juegos sexuales./ Mi inclusión de Moreno es para confirmar mi tesis que presenté en el trabajo que hice sobre Bosch y Virgilio Díaz Grullón en el que planteo que todas las maneras de hacer del hombre (en arquitectura,  literatura, artes plásticas, etc) comienzan con una propuesta simple que se va complicando según se libera de las ataduras de su revelación o creación. Para mí, Domingo Moreno Jimenes representa la sencillez extraordinaria del manejo de la poesía al principio de las propuestas del siglo XX, igual que el poema del chino en su época. Te adjunto también el trabajo sobre Bosch y Díaz, por si no lo conoces.” Gautier, ibid.
[viii] Gautier a través de Echenique presenta como original la teoría “mósmica” con un marcado interés argumental de ensalzar la disputa; sin embargo, esta poética parecería tener parentesco con concepciones esotéricas (que posteriormente, en el siglo XIX. James Lovelock incorporó a la ciencia), para las cuales los cuerpos celestes son entidades vivientes. Lo valioso de la anécdota recogida por el novelista es lo fehaciente del espíritu beligerante, egocentrista, con que los poetas tienden a batirse (con y sin razón) contra otros poetas tanto afines como adversarios.
[ix] La MOSMOS no pretende ser ninguna tesis de la renovación de la poesía como tal, sino el planteamiento de las pretensiones de los poetas que creen que su obra es única y no aceptan las creaciones de los otros (bueno, eso no ocurre sólo entre poetas, que digamos), pero al mismo tiempo es un llamado a los poetas a superarse, a renovarse, a buscar nuevas maneras de ver lo mismo. La crítica que hace Sergio al poema de Mieses Burgos es porque él no encuentra que el poeta ha partido de una renovación de la poesía, sino de la confirmación de una tendencia de ésta (quiero decirte que mi poeta de poetas es Mieses Burgos y lo escogí porque sabía que esta crítica le chocaría a los poetas que me leyeran)”. Gautier, Ibid.

domingo, 29 de mayo de 2011

La Fiesta del Chivo


HORROR EN TODAS LAS DIMENSIONES

Para cualquier lector dominicano razonablemente ilustrado, las primeras 400 páginas de La fiesta del chivo no presentan significativa novedad de fondo. A muchos, no sin razón, puede parecerle sólo un bien cronometrado y documentado reportaje, o bien una crónica de fin previsible engarzada con notable maestría. Sin embargo, para un público foráneo, para una lectura internacional, los recursos usados en la recreación de atmósferas y sicologías constituirán frutas en sazón, ladrillos imprescindibles de una ficción planteada con eficiencia. Yo no viví la era funesta. Es más, nací varios años después de aquella fiesta de aniquilación necesaria, esto en cierta forma me da distancia generacional, impasibilidad, licencia o desparpajo para leer este libro, pese a los vínculos de idiosincrasia, sin prejuicios y para aventurarme en esta reflexión desarraigada, estrictamente literaria, tal y como lo haría un argentino, un inglés o un peruano, sin premuras ni expectativas de veracidad.


En La fiesta del chivo nos encontramos con dos planos narrativos llanos, miméticos, de sobria exposición, y con otro en el cual reina a sus anchas la ficción vestida de una prosa arrebatadora, liberada de toda mecánica coloquial, afincada en técnicas de monólogo interior, con descripciones de espacios y atmósferas, y de certeras precisiones culturales. Armar estos planos ha supuesto un arduo proceso de asimilar y fundir, sin mayor dispersión, una cantidad enorme de elementos y detalles, lo cual evidencia una férrea disciplina de oficio, manejo excepcional de los recursos narrativos, del lenguaje, y un gusto acentuado por encajar fichas de rompecabezas. Estas tres dimensiones narrativas aportan de forma fragmentaria y alternada detalles de los eventos, mostrando punto de vistas distintos, encontrados, contrapuestos, que recrean entre todos una atractiva dialéctica de acción y reacción que permite al lector una visión totalizadora de la dictadura, desde los avatares en torno al centro mismo del poder, Trujillo, hasta recoger en sus periferias las circunstancias que provocaron su dramática caída.

         
Edwin Espinal, Fernando Cabrera, Mario Vargas Llosa y Carlos Fernandez-Rocha
Gran Teatro del Cibao, mayo de 2000
         De los tres planos alternados, uno, el que surge a partir del segundo capítulo, está dirigido a destacar los rasgos de personalidad del tirano, de su familia (en particular de la excelsa matrona, la españolita;  y del esmirriado y  perverso playboy, Ramfis); también las característica de sumisión irrestricta de sus cortesanos, destacándose particularmente Johnny Abbes como elongación de su alma siniestra, y por otro lado, de personajes presentados como contrapartes potables (civilistas,  bondadosas) del régimen, destacándose entre estos Joaquín Balaguer, Henry Chirino, y en ocasiones (hasta la caída en desgracia narrada en otro plano) el senador Agustín Cabral. Para algunos críticos el abandono de las ideas socialistas de Mario Vargas Llosa, el relego de los utopismos imprácticos de cara al ejercicio del poder y la propia acción proselitista fallida del autor a finales de la década de los ochenta, hacen avistar simpatías y empatías con Joaquín Balaguer, quien no obstante la permanente calificación peyorativa, en diminutivos, parece trascender, agigantarse y adueñarse del desenlace del conflicto, hasta proclamarse heredero natural de la tiranía. También en este plano se plantean las condiciones que posibilitaron el establecimiento y caída del régimen, así como los hechos relevantes del período, partiendo de la intervención  militar norteamericana del 1916, la matanza de haitianos, la feria de la confraternidad del mundo libre, el atentado contra Rómulo Betancourt, hasta la terrible mecánica de intimidación, persecución y asesinatos ejecutadas por los esbirros por más de tres décadas.
Los otros dos planos expositivos referidos aparecen como crónicas de seres frustrados, victimados mediante todas las formas conocidas de vejámenes, saturados de repugnancia por las tropelías inducidas por atroces pruebas de lealtad, desesperados por los crímenes de familiares e inocentes, asqueados por la anulación de la capacidad de elección, por las violaciones y por el escarnio antojadizo. Ambos planos se contraen y expanden en dinámica sucesiva de presente y pasado para desencadenar dramáticamente en el doble ajusticiamiento del chivo. Vargas Llosa presenta la acción de anulación de la figura del sátrapa tanto en la realidad histórica, y también, de forma sutil  pero no menos impactante, en sus valores viriles.
En el plano de los conspiradores se percibe la necesidad de establecer el expediente de rencor de cada protagonista. Si bien, como hombres de carne y hueso, el deseo de acabar con la tiranía no emerge de ideales sino de circunstancias muy personales, la decisión tomada convierte a los ajusticiadores en paradigmas. Para Vargas Llosa, mostrar la imperfección humana no empobrece a los héroes sino que los enaltece. Aquí se recrean los motivos y circunstancias que llevaron a la eliminación física del tirano. Se observa la transformación de los conjurados desde el servilismo y la complicidad, hasta romper la fascinación nacida del terror, y concebir el plan para matar a Trujillo a partir de sus hábitos invariables de andar solo y prácticamente desalmado, en la confianza (esta vez, venturosa) de su narcisismo exacerbado, de su infalibilidad mesiánica.
El plano más crítico, y que constituye la visión del presente desde la perspectiva de Urania Cabral, fluctúa sobre un rico simbolismo que se constituye testimonio vivo del horror. El desahogo en primera persona de Urania fácilmente encuentra eco en el lector tornándose exorcismo de los íncubos, de los demonios, de toda una generación. Recoge el drama de muchas mujeres anodinas, subordinadas a la celebración de la libido exagerada del dictador, en violaciones realizadas muchas veces con la plena complicidad de sus seres queridos; en este caso, de su padre caído inexplicablemente en desgracia mediante una carta publicada en el Foro Público, sección periodística en la cual se recriminaba enfermizamente, y siempre con consecuencias terribles, a toda la sociedad inclusos a funcionarios y personeros incondicionales de la tiranía.
La inmolación a la que Urania fue obligada, pese a la violencia de que fue objeto, resultó fallida, deviniendo lo que pudo ser placer para el agresor, Trujillo, en guillotina implacable al constituirse en una suerte de castración simbólica. De forma premonitoria e involuntaria la inocencia ejecutó al tirano con el arma de rigor tan efectivamente usada por tres décadas: la frustración nacida de la impotencia. En capítulos alternados, Urania morirá por treinta y cinco años de ostracismo voluntario, rumiando el pasado en procura de entender, claro, sin resultados, los hilos que se entretejieron en su personal tragedia, desenhebrando como traumatizante no únicamente el violento abordamiento sexual, sino el marco de agresión posterior del macho humillado que la obligó al exilio. Al retornar forastera esta mujer respira el ruido, la basura, la bullanguería tropical, el caos del urbanismo reciente, descubriendo con horror y asombro que muchos estigmas del pasado aún perviven honrosamente inalterados y que muchos cortesanos afortunados apuestan desde el poder a la impunidad del silencio y el olvido. No obstante la presentación narrativa temprano del ajusticiamiento de Trujillo (en el capítulo XII en el plano de los ajusticiadores y en el XVIII de los cortesanos) la novela mantiene un nivel de expectación ascendente, mantiene en vilo al lector; la narración desde la referencia histórica se diversifica y enriquece hasta cubrir los eventos posteriores al 30 de mayo, los asesinatos de casi todos los conjurados, el maquiavélico desmantelamiento de los reductos de la tiranía y la ejecución simbólica del chivo en el capítulo XXIV, el último de la novela (nótese la simétrica diferencia de 6 capítulos entre cada pasaje de "ajusticiamiento"), como conjuro de una víctima que sólo admite su propia redención a través de la ingenuidad de su pequeña sobrina.
Ciertamente, con Urania se aprehende la situación de la mujer en la sociedad machista, su circunstancial vulnerabilidad e incapacidad para defenderse, constituyendo excepción las hermanas Mirabal que pagaron con sus vidas su marcada oposición al régimen. Sobre este importante simbolismo hay, sin embargo, otra lectura del rol del personaje en la trama. Por muchas razones, principalmente por la mirada foránea asombrada latente, se percibe gran  compromiso e identificación de Mario Vargas Llosa con el personaje, toda vez que luce una suerte de médium a través del cual fluyen las experiencias reales del autor y sus propias impresiones alimentadas por tantos viajes, afectos y desafectos cultivados en República Dominicana desde finales de los años setenta.  En ese contexto, Urania luce ventana ideal para el autor fijar su  opinión, para sentirse visceralmente involucrado en esta trama que, no obstante lo universal, resulta ajena a su realidad de origen, la peruana.
Llama a la atención el que la poesía aparezca en la novela como elemento recurrente (claro, este referente pintoresco que quizás encontró justificación en la necesidad de mistificación y mitificación de la tiranía, de su ideología), así no asombra constatar que tanto la prestante primera dama como las viejas trasnochadoras gustaban de buenos poetas como Amado Nervo y Rubén Darío;  asimismo que Henry Chirino, la inmundicia viviente, era según sus propias palabras, un poeta maldito; igualmente, el ilustre cortesano Joaquín Balaguer, aparece catalogado como diligente poeta (esto independientemente de una ponderación objetiva de su quehacer literario real); incluso en Trujillo (no obstante éste renegar de los intelectuales por consideraros el último peldaño en la escala social, aún después de los curas, por su inclinación a la traición) se aprecia una humanidad sensible incluso a la poesía, como cuando en su estrategia seductora recita a Urania "Me gustas cuando callas, porque estás como ausente", versos de Los veinte poemas de amor de Pablo Neruda, comunista confeso y por ende enemigo natural de la tiranía. Esta ficción, gazapo o paradoja, de acuerdo al gusto del evaluador, según Vargas Llosa encuentra explicación en la notoria popularidad de las obras románticas de Neruda, capaces de sensibilizar tanto al aristócrata más rancio, al déspota poco ilustrado, al intelectual, y también a los adolescentes de todas las clases y sistemas sociales.
La fiesta del chivo termina por donde empieza, en el mismo plano de memoria, cual si quisiese agotarse infinitamente en sus parámetros temáticos de poder y pasión, cuando acaso representa, para gran parte de la sociedad dominicana, la posibilidad de avistar en las nuevas generaciones, igual que Urania, la inocencia y la fe perdida.


(Publicado originalmente el 20 de mayo de 2000, Suplemento Cultural Periódico El Caribe)

Un contexto para la Fiesta del Chivo

Marcos Pérez Jiménez, Fulgencio Batista, Manuel A. Odrías
Juan Domingo Perón, Gustavo Rojas Pinillas y Rafael Leonidas Trujillo

Los dictadores latinoamericanos de mediados del siglo pasado (a saber: Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Fulgencio Batista en Cuba, el General Manuel A. Odrías en Perú, Juan Domingo Perón en Argentina, Gustavo Rojas Pinillas en Colombia y Rafael Leónidas Trujillo en Dominicana), personajes machistas, autoritarios, histriónicos, constituyen cordones umbilicales de nuestra principal novelística, una veta inagotable para autores como Gabriel García Márquez, Augusto Roa Basto, Miguel Ángel Asturias, Uslar Pietri y Alejo Carpentier. Es tal la identificación con los temas derivados de este entorno que acaso algunos de estos escritores, independientemente o aunados en el llamado "boom", probablemente sin estos, fuesen otros, otra su vocación o simplemente distintas las estaturas paradigmáticas alcanzadas.
Mario Vargas Llosa con su excelente novela Conversación en la Catedral (1969) también toca a fondo la fértil veta de las dictaduras aunque por otros caminos, toda vez que por las características un tanto desdibujadas o peculiares del caudillo sobre el cual trata su obra, el General Odrías, quien gobernó Perú mediante la corrupción, la intriga y la complicidad, más que con la usual violencia generadora de héroes y víctimas radicales. Con un arquetipo distinto de sátrapa menos sangriento pero igualmente perversos  (precursores de la camada de caudillos camuflados de demócratas, de urticante presencia en las últimas décadas en toda Latinoamérica), su obra toma una distancia reflexiva del modelo novelístico propuesto en El señor presidente, El recurso del método, y El Otoño del patriarca, destacando sobre el inevitable y barroco anecdotario de la barbarie, la profundización en  el desvelamiento de las estructuras corruptas del poder sobre las cuales se afianza toda dictadura, así como las circunstancias sicológicas y sociopolíticas que la posibilitan al pintar frecuentemente sus opciones arbitrarias y autoritarias como panacea para la solución de los desmanes sociales. De pronto, cuatro décadas después, cuando parecía improbable otra referencia de este autor a este contexto de sátrapas legendarios, quizás para saldar viejas deudas con el perfil novelístico señalado, reaparece este autor con la notable saga La fiesta del chivo, cargada de los crímenes, megalomanía y mitología propios de regímenes absolutistas. En esta obra aflora a sus anchas la constante devoción o subyugación del autor por el poder y el sexo, al momento de enhebrar sus mundos imaginarios.
La fiesta del chivo, en estrategia menos abigarrada que la presente a la obra ante referida, genera una lectura ávida y fácil, claro, todo lo amena que puede resultar un suceder trágico. Mediante una prosa efectiva, Mario Vargas Llosa, muestra sus garras para generar y manejar conflictos cruzados, para construir diálogos inteligentes. Su condición de transeúnte ocasional y su nombradía planetaria le abrieron las puertas de personajes intocables y le permitieron recibir confesiones a partir de las cuales ha pasado la guadaña a muchos de nuestros tabúes e hipocresías recientes.  Al modo de Oliver Stone con relación a la película JFK (en la cual se recrea el asesinato del joven presidente norteamericano John F. Kennedy) y con derecho o sin él, nos enfrentó con nuestros demonios recientes. La distancia connatural de las circunstancias insulares por su condición de extranjero ilustre, le permitió, no sin riesgo de afortunada distorsión del suceso histórico en pro de la ficción, mayores perspectivas para apropiarse objetivamente de esta dolorosa realidad vivida por generaciones de dominicanos. 
En La fiesta del chivo está latente una severa crítica a las estructuras de poderes fácticos, a la complicidad y la hipocresía impuesta por el statu quo y a los conservadurismos trasnochados de una sociedad aun decimonónica, rural. La polémica desatada por la publicación de acaso la mejor novela sobre Trujillo (no obstante escrita por un extranjero) y que resbala por una piel sobradamente curtida en lides literarias y también en otras más aguerridas como las políticas, no es sino la rabiosa respuesta de cortesanos que apostaron erróneamente al olvido, a ocultar el estigma de sus manchas indelebles. Desde su salida (a mediados del 2000) esta inquietante narración ha tenido la virtud, por morbo o interés literario autentico, de despertar, de forma inusitada, el entusiasmo por la lectura en una población regularmente apática, indiferente; ojalá que como efecto boomerang a la curiosidad historicista algunos queden prendados permanentemente del placer encerrado en las grandes ficciones.
Por lo terrible entrañado, los 31 años de la era de Trujillo constituyen una cantera inagotable para la re-invención y creación tanto de nuestros miedos como, paradójicamente, de nuestras aspiraciones libertarias siempre relegadas por el surgimiento de algún pichón de dictador. No obstante la numerosísima bibliografía sobre este período, los  escritores parecían agobiados por el reto de mostrar un retrato total de los hechos acontecidos, empantanados por las retrancas y remanentes del oprobioso régimen. La presencia viva de personeros del régimen que aún, después de medio siglo, mantienen una importante cuota de poder, cierta inercia social generadora de complicidades y temores, han venido sujetando las voluntades creativas en su propósito de lograr una imparcial profundización histórica para esclarecer los hechos de este período, no obstante estar estos documentados o validados por furtiva oralidad. Por lo anterior, no es casual el que haya sido la distancia física del país la que posibilitara la concreción de algunas de nuestras mayores realizaciones narrativas sobre el tema, a saber: Solo cenizas hallaras de Pedro Bergés, Los que falsificaron la firma de Dios de Viriato Sención y El tiempo de las mariposas de Julia Álvarez.
Vargas Llosa no tiene vinculación afectiva, telúrica, con la dictadura de Trujillo, por eso su obra, La fiesta del chivo, se desentiende socarronamente de ofrecer un panorama textual "cotejable" con la historia. En vez de lo veraz, el autor persigue lo asombroso verosímil, resultando la novela una ficción devoradora de realidades, un ambicioso y meticuloso proyecto de imaginación. Ciertamente Novelar es fingimiento, simular mundos en la “realidad” simbólica del lenguaje, razón por la cual toda vinculación con lo real constituye apenas una coordenada posible, entre muchas, jamás suficiente para una aproximación interpretativa crítica, puesto que los hechos concretos de origen adquieren necesariamente, de mano de una voluntad oficiosa, otro significado de mayor trascendencia en la obra. El oficio del novelista entraña, pues, una aspiración cosmogónica, esto es, la de hacer vivir los hechos de forma más intensa que la simple redacción anecdótica, periodística, ajena a a cualquier concepción de verdad o moral.  Lo dicho viene a cuentas, toda vez que una calistenia de asociación del universo fictivo a la realidad concreta no es solo innecesaria, sino odiosa; para la adecuación literaria basta que los hecho expuestos estén sustentados en entre los planos o dimensiones cerradas de la creación.
El célebre autor peruano consciente de estas premisas, al igual que para su novela La casa verde colonizó la selva peruana, su Amazonía, se colocó esta vez por tres años en el mismo trayecto del sol, en las fronteras ultimas del salitre, en el mundo del país del poeta Pedro Mir, para hurgar con pasión febril entre documentos, anécdotas y  chismes, hasta desmadejar la truculencia caudillista, hasta engullir su sus humores criollos y regurgitarlos en afortunada farsa de trascendencia global. Vargas Llosa realizó un aprovechamiento exhaustivo de fechas, referencias epocales y circunstancias, para configurar un argumento obstinadamente complejo, bajo la voluntad expresa de mentir con conocimiento de causa. Según confesara Vargas Llosa  (en el acto de puesta en circulación de la novela, celebrado en mayo del 2000, en la sala principal del Gran Teatro Cibao) escribió a mano una extensísima primera versión en donde perfiló personajes y trama, y sólo después, procedió a su destilación y perfeccionamiento en el computador, y que apoyado en esta herramienta se dedicó con excitación a rescribir y reformular situaciones, hasta el cansancio; eliminando elementos de la realidad histórica que por su desmesura y truculencia sobrepasaban el ámbito de credibilidad de su propio novelar.
Degustador de la imaginación sensual, del galanteo erótico, y acostumbrado a la profundización en los vericuetos de las estructuras autoritarias, absolutistas, este autor construyó esta extensa narración con tal meticulosidad que es entendible que se hayan diluido y confundido, hasta para los más avispados, los frágiles límites de la historia y la ficción. Si bien se contempla preocupación, rigor y hondura en el conocimiento de los hechos, la obra no se limita al simple testimonio, ni los personajes se desenvuelven exclusivamente en el anecdotario histórico. Los datos recogidos de variopintas fuentes (libros, revistas, periódicos, documentos personales, etc.) fueron usados por el autor para perfilar psicologías y aventurar situaciones posibles, tanto de los personajes abiertamente inventados como los correspondientes a individuos reales; de forma que aunque algunos hechos no fueron reales pudieron perfectamente ocurrir. En este sentido, la realidad plasmada en la obra no necesariamente corresponde a la vivida por esbirros y víctimas directas o anodinas, sino a las derivaciones surgidas de decantaciones de referentes históricos a través del proceso creativo, de la poderosa imaginación del autor.
Como es característico en otros autores del boom, también en Mario Vargas Llosa se siente un cierto gusto por el recurso de la intertextualidad en donde, de forma consciente se utilizan recursos (tema, personajes, estrategias discursivas) de obras precedentes. En La fiesta del chivo, además del perenne enfrentamiento con las estructuras de poder, comunes son los recursos de la memoria, los flash back, los monólogos interiores, la fluidez de diálogos, así como la atmósfera y el eco de personajes de otras producciones, especialmente de Conversación en la catedral. A este punto, aventuro una la hipótesis de que probablemente Trujillo en esta novela conjuga las personalidades del General Odrías y la de Don Rigoberto. Percibo similitud con Odrías en la acentuada vocación corruptora del régimen trujillista y el amortiguado perfil de la violencia directa ejercida por el tirano, toda vez que en La Fiesta del Chivo los asesinatos, torturas y desapariciones recaen principalmente en el espaldero siniestro Johnny Abbes. Es notable la delegación de lo terrible en Abbes dota en el contexto de la obra, al déspota criollo —no obstante su consabida fama de sanguinario— de una cierta enrarecida humanidad, perceptible en la celebrada actitud bonachona, condescendiente, con familiares y allegados. Por otro lado, veo afinidad con Don Rigoberto en la pronunciada sexualidad gozosa compartida por ambos personajes, y contenida en el mefistofélico mote de macho cabrío, de padrote, de “chivo” con que nombran al tirano (verbigracia, leitmotiv y parte del título de la obra). Precisamente, es la lujuriosa voracidad de depredador sexual de Trujillo, de íncubo, la que concomitantemente posibilita en la novela de Vargas Llosa, tanto su ajusticiamiento físico como una aniquilación imprevista pero no menos dramática: la pérdida de la virilidad ante la inocencia que encarna la adolescente Urania Cabral cedida para el ultraje por su propio padre, personero caído en desgracia ante la dictadura.

(Publicado originalmente en el Suplemento Cultural del Periódico El Caribe, 27 de mayo  de 2000)