Luisa Rebecca Valentín encarnando a "Brenda" |
Ella, la soledad. Una mujer atrapada entre
los engranajes del tiempo, entre la ruleta de arrugas que obstinadamente se
afanan en marchitar toda aspiración. Emigrada a la babel de concreto, sumada a
la oscilación de las cadenas de producción, hasta que de la otrora apetitosa
fruta solo ha quedado un reseco bagazo, sin haber avizorado el publicitado
cuerno de la abundancia, ni las monedas de Judas en calzadas y contenes de
Washington Heights.
La mujer sola, Aída, es Brenda, personaje nacido de la exquisita dramaturgia de Frank Disla, quien al cumplir años, lo hace de forma vertiginosa, simpática, patética; transitando sobre el prejuicio de que la hembra debe ser eternamente joven y deseada, aun en la edad en la cual la vida se asemeja, cada vez más, a la muerte.
La mujer sola, Aída, es Brenda, personaje nacido de la exquisita dramaturgia de Frank Disla, quien al cumplir años, lo hace de forma vertiginosa, simpática, patética; transitando sobre el prejuicio de que la hembra debe ser eternamente joven y deseada, aun en la edad en la cual la vida se asemeja, cada vez más, a la muerte.
La mujer sola, Aída, es Luisa Rebeca; la
exquisita traviesa de letras armonizada por la diva mayor, Patricia Pereyra; la
de espontaneidad eternizada en los trazos de colores sobre los rostros de
voluntarias victimas en el furor primaveral de Artevivo; la alada ninfa del
coro que alguna vez acompañó las oníricas peripecias de la Giselle cubana entre
los bosques cibaeños. Esa mujer
maltrecha, mas no vencida, es Luisa, la de honda raíces estéticas, la de
acertada y enjundiosa palabra y mirar crítico que no mata la ternura.
Esta multifacética mujer que es Luisa
Rebecca —o bien, Brenda encarnada— con
su histrionismo y el desparpajo de su tristeza se adueña en cada representación de la sensibilidad del público. Con la seguridad que dan más de 50 representaciones en todo el país, en cada ocasión nos brinda una
actuación estremecedora, llena de verosimilitud, sinceridad y gracia.
En fin, con esa magia que solo ocurre en las
tablas, los espectadores lloran, se embriagan y se pierden, tanto con
Brenda como con Luisa Rebecca, sintiendo como propio el drama representado, la
tragedia de quien envejece amenazado por la pobreza y la soledad extrema.
Este
es, por mucho, el más exitoso montaje teatral realizado en Santiago en el
último lustro.