Leaves of Grass, Walt Whitman |
De retirarme voluntaria o fortuitamente del mundanal
ruido a una isla desierta (necesariamente tropical al modo de la habitada por
Robinson Crusoe, por aquello de una supervivencia sin el asedio brutal de la
naturaleza) mi elección sería Leaves of
Grass / Hojas de hierba —y aquí ningún eufemismo a alucinógenos—, autoría
del irreverente patriarca de Manhattan, Walt Whitman, por sus vitales y cálidos
poemas que ofrecen entrañable compañía; toda vez que, cual nos dice en su Cantos de Adiós el mismo poeta: “camarada, esto no es un libro, quien vuelve
sus hojas toca un hombre”.
La indiscutida actualidad de su poesía
sorprende porque su lectura no es propiamente la de una obra clásica, toda vez
que sus pensamientos y sentimientos versados abundan frescos doquiera cual
verdolaga; siendo referentes indispensables para abordar, no sólo las poéticas contemporáneas, también muchas
de las ideologías y actitudes culturales en boga.
Ciertamente, Hojas
de Hierbas se lee como si estuviese recién escrita, no obstante haber sido concebida
a mediado del siglo XVIII, a pocas décadas de la guerra independista y en el entorno de la guerra de secesión
norteamericana, en un contexto pre-industrial de terratenientes, agricultores,
comerciantes y colonos que buscaban, dentro de los afanes de supervivencia, su
propia identidad. Aquella era una época de conflictos axiales, cual refiere el
intelectual Alexis Tocqueville en su libro “Democracy in America” de retos y
dificultades ciclópeos para los escritores: “Sin
dioses, héroes o rango de clases sociales disponibles para su imaginación, el
poeta de la época de la Democracia estaba forzado a recurrir, como su único
sujeto y principal tema, al ser de la individualidad común”. Con la voz
fuerte y original de Whitman esta tesis del poeta como vox populi se hizo realidad. Su único poemario editado
múltiplemente en vida, creció entre acumulaciones y podas[1]
al compás de los momentos axiales de la historia de su país.
Hojas
de Hierba no solo rompe los
esquemas formales de la versificación clásica, también arremete contra los
estamentos conceptuales tradicionales. Whitman llenó (como nunca antes en la historia de la
literatura) de mundo la poesía, toda vez que cada palabra (muchas consideradas
antipoéticas) y ritmo fueron tomados con sincera pasión de los diferentes roles
asumidos durante su vida: dandi, reformador político, editor de periódico,
poeta y carpintero; los cuales alimentaron su febril imaginación, su estro.
Hay en este apabullante decir una ética representativa
del hombre común, especialmente de los matices de su habla, asumida, en lo
formal, para liberar al verso de métrica y rima, e introducir, al otrora sacro
espacio poético, circunstancias cotidianas, matizadas tanto de política,
religión y economía, como de actitudes existenciales desinhibidas; preconizando
la emergencia de una sociedad abierta, sin privilegios, en la cual incluso la
absoluta libertad de preferencia sexual debía tener cabida. En fin, Whitman acrisoló tempranamente los
principales valores de la nación que prontamente devino en la más poderosa del
mundo.
De todas las partes de esta obra, Canto a mí mismo, la más importante por sus hallazgos estéticos, es
también, en términos emotivos, mi preferida. Sobre la gozosa visión egocéntrica
contenida (nada más apropiado para un solitario náufrago) anida, en cacofónicas
y exuberantes imágenes, a veces populares y otras cosmogónicas, la aspiración
casi mística del poeta de abarcar todo lo existente, de ser uno con el universo.
Este
poemario inicialmente fue rechazado por los intelectuales establecidos quienes
lo consideraron vulgar y ofensivo para la moral, lo cual no amilanó el
entusiasmo del poeta ni frenó su difusión y masiva aceptación, cual refiere Daniel
Hoffman en su ensayo “Hankering, gross, mystical, nude” al evaluar la relación
de la poesía de Whitman con su contemporaneidad: “Hojas de hierba es un documento de revolución. No de confrontación política en ninguna forma
explícita, pero nos arrastra, igual que Whitman sugiere que lo hace el poema,
como cuando se desenrollan aleatoriamente madejas de hilo, hacia un
revolucionario cambio de sensibilidad.” Ocasionalmente su pensamiento representó los
mismos valores de su sociedad, pero con mayor frecuencia, sus imágenes y
emotividad acertadamente estuvieron en contra de lo usualmente aceptado. Hoy
sabemos que la mayor virtud de sus Hojas
de Hierbas —y esta es una de las principales razones para llevarla a la
isla desierta— radica en la peculiar forma de mostrar bellas las cosas simples
de la naturaleza, y trascendentes los naturales y ordinarios deseos humanos.
Walt
Whitman, incisivo y curioso al extremo, anti-intelectual (mas que los poetas
beats), armonizó un universo conceptual heterogéneo, cubriendo desde lo étnico
hasta las profundidades de la conducta individual; tocando, alrededor de 1883, temas
urticantes como el rol ideal de la mujer en el ambiente machista reinante,
llegando incluso a afirmar, con alevosa provocación, que su poesía era esencialmente
femenina. Al respecto, en su ensayo Whitman’s idea of Women, Jeromy Loving expresa
que: “Whitman se presenta como un
feminista de primer orden (al menos, en el siglo XIX) pero el resto de sus
oraciones sugieren que él se aproxima más a lo que Harol Aspiz llama ‘un
feminista positivo’. No solo la mujer es
igual al hombre, Whitman dice que su grandeza es mayor por su ‘divina y
emblemática capacidad de maternidad’. Esta superioridad no debe utilizarse para
detractar o distraer sobre su idéntica capacidad con relación al hombre en
otras manifestaciones, pero le concede a la mujer un importante papel en el
futuro de [Estados Unidos de] América”. De forma peculiar, cuando una mujer
protagoniza algunos de sus textos, este poeta asume, con sobrado gusto, un
andrógino e impersonal punto de vista.
Para sus
biógrafos Whitman fue el “profeta de la
igualdad étnica y de la democracia”; toda vez que, si bien Abraham Lincoln abolió
esclavitud, le correspondió a él celebrar, aún en circunstancias de fuerte
segregación de la población negra, los valores de la libertad e igualdad racial
alcanzadas. Whitman, cual refiere L. G. Backward Glance, concebía a Estados
Unidos de América como una “nación de
naciones” donde cada individuo se integraba al todo, como una hoja más
entre las yerbas: “Yo considero a Hojas
de hierba y su teoría experimental como internamente es, en el más profundo
sentido, nuestra república americana, con su teoría”.
En ese sentido, Gay Wilson en su libro Solitary Singer, afirma que el insigne
escritor desarrolló una escritura sin las limitaciones xenofóbicas de su época,
pues no discriminaba a las personas por su origen, color de piel o posición
social. En poemas como In all people I see myself (especialmente en los versos: “En todas las personas me veo a mí
mismo. / Nada más y absolutamente / nada
menos; / y lo bueno o malo que de mí mismo digo lo digo de los demás”) el
tópico “inmigración” deviene natural y deseable. No solamente en su poesía,
también en cartas dirigidas a Emerson y a otras personalidades, el poeta
defendió la riqueza de la multiplicidad racial, hablando sin prejuicios de nativos
americanos, africanos, judíos, asiáticos, europeos e hispanos como “herencia”,
en oposición al rancio chauvinismo cultivado por la mayoría anglosajona.
Los méritos de este singular bardo han sido reconocidos
por la élite intelectual norteamericana, cual establece Alan Trachtenberg en su
ensayo “Walt
Whitman is a visionary politic”
cuando expresa: “Se pueden encontrar las
semillas de su pensamiento en la poesía de Pound, Eliot, Steven, Crane, Asberry
y en la prosa de Hemingway”. Asimismo, su influencia es perfectamente
rastreable en los principales autores latinoamericanos (verbigracia: Jorge Luis
Borges, Pablo Neruda y Octavio Paz), así como en poetas de otras latitudes,
cual consta en el ensayo “Whitman and Ethnicity” del crítico Xilao Li: “Uno de los más fascinantes fenómenos en la
historia de la literatura en [Estados Unidos de] América es que Whitman, un
blanco y canónico autor, haya sido y aún sea ávidamente ‘absorbido’ por
escritores de casi todos los grupos étnicos.”
Ciertamente Whitman con sus Hojas de Hierba despierta empatías en el mundo, toda vez que en su
creación habita, como pocas veces, el ser humano justipreciado en toda su
debilidad y grandeza. ¿Cómo no llevar conmigo, a cualquier isla desierta, su
antídoto contra el aburrimiento y la desesperanza? ¡Cómo no!
[1] Walt Whitman fue poeta de un solo libro, Hojas de Hierba, el cual se fue
ampliando con cada nueva edición hasta alcanzar las quinientas páginas.
Publicada en 1855 sin su nombre ni el de editor, constaba de 12 poemas sin
títulos, un prefacio y el retrato de Whitman. Al año siguiente aparece la
segunda edición, incluyendo una carta de Ralph Waldo Emerson, entonces ya un
reputado ensayista y poeta, en la que le felicitaba “ante los inicios de una
gran carrera”. En 1860, aparece en Boston la tercera edición, la cual contiene
54 poemas. Aparecerán ediciones ampliadas en los años 1867, 1871, 1876, 1889,
1892 y, con poemas póstumos, en 1897.