Artistas participantes en la colectiva "Divergencia radicales" |
Para romper el hielo, dos
temeridades: una, esta es una de las mejores muestras colectivas del 2018; y
dos, no es una exposición feminista, aunque no estaría mal si lo fuera.
La singular exposición “Divergencia radicales”, organizada por la emergente Asociación Dominicana de Artistas Visuales (ADAV) en el Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA, llama a la atención por la convocatoria aguerrida del variopinto universo de creadoras dominicanas contemporáneas. Dado que se trata de exponentes femeninos en su totalidad, es inevitable pensar que se trata de otra batalla de los sexos, de discursos artísticos orientados hacia la oposición total y aguerrida contra el contexto de patriarcado, el abordaje del problema de la invisibilidad social de la mujer, el ahondamiento en las circunstancias históricas de discriminación, o bien, que recoge los pormenores del proceso de confrontación de género que viene dándose en las sociedades occidentales a partir de la década de los sesenta en todos los ámbitos de la cultura, incluso a lo interno de la lengua misma, en donde se apela a un lenguaje inclusivo. Pero precisamente, este evento llama a la atención porque su línea conceptual central no es de índole sexista per se.
La singular exposición “Divergencia radicales”, organizada por la emergente Asociación Dominicana de Artistas Visuales (ADAV) en el Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA, llama a la atención por la convocatoria aguerrida del variopinto universo de creadoras dominicanas contemporáneas. Dado que se trata de exponentes femeninos en su totalidad, es inevitable pensar que se trata de otra batalla de los sexos, de discursos artísticos orientados hacia la oposición total y aguerrida contra el contexto de patriarcado, el abordaje del problema de la invisibilidad social de la mujer, el ahondamiento en las circunstancias históricas de discriminación, o bien, que recoge los pormenores del proceso de confrontación de género que viene dándose en las sociedades occidentales a partir de la década de los sesenta en todos los ámbitos de la cultura, incluso a lo interno de la lengua misma, en donde se apela a un lenguaje inclusivo. Pero precisamente, este evento llama a la atención porque su línea conceptual central no es de índole sexista per se.
Insisto, la confrontación genérica
no es el tema axial de la exposición. Las divergencias no están ahí, deben buscarse
en las formas que estas creadoras perciben su entorno y en los elementos que
privilegian para su apropiación emotiva del mundo. Hay divergencias en motivos,
lenguajes, medios, recursos y técnicas utilizadas. Hay divergencias en los
tratamientos, algunos tradicionales y otros experimentales. Hay divergencias en
las perspectivas, pues algunas se aferran al plano, en tanto otras procuran la tridimensionalidad.
Unas prefieren métodos pictóricos, otras se afianzan en el dibujo, moldean
piezas escultóricas o se inclinan por lo efímero de las instalaciones y las
ejecuciones audiovisuales. Con fortuna, las obras expuestas van de lo descarnado
a lo preciosista, del barroquismo a lo kitsch, del realismo al surrealismo,
desde el plano a la tridimensionalidad, configurando divergencias –y también convergencias–
en formas y fondos que procuran contener, y trascender, las circunstancias.
En fin, la exposición “Divergencias
radicales” recoge gran parte del portafolio del arte hecho por mujer en estos
momentos en el país, unificado bajo el contexto de una “contemporaneidad” que
abarca propuestas cuya conceptualización se originaron en el contexto finisecular,
desde finales de los ochenta, pero también visiones discursivas recientes que
bordean el emergente universo de las “millennials”. Veamos, a continuación, el abigarrado
inventario creativo propuesto.
a)
Sensibilidad social
El tratamiento de las
circunstancias sociales enfrentadas por la mujer es abordado con vehemencia por
Inés de Tolentino, artista radicada en Paris desde hace años, con dos obras, en
la que predomina un dibujo de líneas firmes y limpias como de trazos de plantillas
rememorantes tanto del “Pop art” como de las infantiles mariquitas recortables.
Tolentino, sobre un sutil tramado gráfico en la que predomina el collage de papel
moneda y un material rojizo transparentes, tipo encajes, perfila a una joven en
medio de los avatares sórdidos del amor vendido. Son retratos que testimonian
de forma contundente la moderna trata de blancas, o mejor: la objetualización
de la mujer, sometida al placer del hombre. Por el collage de tipos de moneda
(euros, dólares) las obras parecen aludir a la realidad de mujeres criollas que,
obligadas por la miseria, se prostituyen en sociedades del primer mundo. El sutil
fondo floreado, a modo de cortinas o sabanas, no logra matizar la tragedia.
Judit Mora, por su parte,
aborda el drama humano de envejecer. Propone dos retratos en los que se
perciben los efectos alienantes propios de la decrepitud, del pasar de los años.
En el primero aparece un anciano de rostro definido mediante un dibujo realista
y detallista en matices grises, cuyo medio cuerpo aparece apenas delineado a
partir de aguadas pinceladas a manos libres. El detonante imaginativo nace de un
trazo continuo de pincel grueso en azul que dota al viejo personaje de una
actitud napoleónica como alegorizando locura. En el otro cuadro se aprecia
igual tratamiento para un rostro femenino envejecido. Esta vez la línea azul perfila
una cortesana tipo Maria Antonieta, o bien, Juana la loca.
b)
Visión
identitaria
Más que en la confrontación
sexista, en esta exposición se da en la vertiente identitaria. Como veremos, al
menos tres pintoras exploran de forma explícita los rasgos fisionómicos y
culturales afrocaribeños.
Destaca Iris Pérez con su siempre
impactante tratamiento de la idiosincrasia criolla, con sus estudios anatómicos
y sus emocionales retratos. Esta artista presenta dos cuadros de simplificada composición.
En el primero, “Colección vital”, sobre trazos escriturales esquematiza a una
mujer entre rosas y espinas. Del rostro de perfil destaca el ojo alerta
matizado por una sombra azul, y los rojos labios que remiten a un anecdotario
romántico. En tanto, en los “Camino del ser”, también enmarcados por espinadas
rosas, se destacan dos seres (un tanto andróginos), colocados de espaldas, acaso
espejeados, en actitudes congeladas como de tótems, o bien, de cuerpos en un
sarcófago. Las posiciones inertes de los individuos contrastan con los ojos
abiertos, creando la paradoja de seres suspendidos pero contemplativos. La rigidez
de los cuerpos parece referir la muerte, pero el mirar ávido a la vida. Como en
Oswaldo Guayasamín, nos abocamos a retratos de línea fuerte, de impactantes
claroscuros.
Asimismo, Yuli Monción, en
su memoria diluida titulada “Algo que casi me soñé”, de ambiciosa factura y
bien lograda terminación, nos ofrece un trabajo de dibujo intenso en el cual abundan,
trazadas con líneas firmes, formas lanceoladas y matices de sombras húmedas. En
primer plano emerge una composición de mujeres negras que, al integrarse a la selvática
naturaleza onírica, nos remiten al África.
En igual tesitura se
expresa Lucia Méndez en el díptico que contiene la “historia de una herida”. Con un expresivo dibujo, destaca la
especificidad racial de mujeres un tanto legendaria, de abuelas negras, cuyos vestidos
sólidos, cerrados, ofrecen entrañables planos de texturas y colores. En estos rostros
se percibe fuerte dolor, angustia, desamparo, por las heridas que, en pechos y
corazones, infringen los zarpazos que a diestra y siniestra va dando la muerte
a su paso.
c)
Montajes
verticales esculto-pictóricos
Procurando despertar un sentimiento
de “extrañeza”, algunas de las expositoras acuden a un cambio de perspectiva
visual y a la dilución de la sutil línea entre los géneros visuales. Así
tenemos a Lucía Albaine Schott que nos convoca a un nuevo mundo a partir del
montaje, sobre el plano de una circunferencia bermellón vertical, de piezas de cerámica
que remiten a un entorno mineral enriquecido por texturas de corales y conchas
cubiertas de lava o savia derretida.
De igual manera, Thelma
Leonor propone una instalación, a modo de relieve, de piezas de cerámicas. En
la misma, tubos arcillosos, de unas seis pulgadas de largo y dos de ancho, definen
dos circunferencias concéntricas, como labios vaginales. En el centro de la composición,
y unas pocas rezagadas fuera de él, se concentran manzanas ennegrecidas, acaso
por el pecaminoso placer, a modo de fluidos espermatozoides. Digamos que si no
de fertilidad reproductiva y goce, el trabajo de Thelma lo es de fecunda imaginación.
Con la misma estrategia de asombrar
al diletante, América Olivo hace una apuesta eclética al volumen y a los
materiales, proponiendo, primero, un acolchado rectángulo en tela en el cual se
asienta una espiral cromática apastelada a modo de arcoíris simplificado, compuesto
a partir de degradaciones del verde, rojo y amarillo, que invita hipnóticamente
a una divertida búsqueda abstracta. Y, segundo, con una gran circunferencia en pronunciado
relieve aumenta la apuesta a los efectos ópticos y cinéticos. En ambas obras se
apoya en la tridimensionalidad y en la ornamentación barroca, expresada en la
última mediante triángulos apastelados matizados con lentejuelas, alfileres y
placas metálicas de diferentes colores y texturas, distribuidas aleatoriamente
en abierta provocación lúdica. Ambos trabajos proponen el adorno, la ornamentación
kitsch, como signo de la civilización de lo aparente y, cual diría Mario Vargas
Llosa, del espectáculo.
Asimismo, Gina Rodríguez,
con otra obra de experimentación esculto-pictórica, retorna a los años de
finales de los noventa, y a su mejor momento creativo, expresado en su exposición
“Ojos de bolero”. Sobre un paño amarillento con un fuerte tratamiento de texturas
y manchas ocres, doradas y cobrizas, emerge una composición geométrica, seriada,
formada a partir de nueve circunferencias dispuestas a modo de pupilas móviles;
una de las cuales, la central, contiene la provocación de una bombilla eléctrica
que al iluminarse actúa como eje central de su experimentación visual.
e) Mitos y fabulaciones
e) Mitos y fabulaciones
No todas las provocaciones
son formales, algunas exponentes mantienen la integridad de las técnicas pictóricas
y desplazan sus búsquedas hacia planos de contenidos, de significados. Es el caso
de Maritza Alvarez, la cual conocí como fotógrafa en un paradigmático trabajo
sobre cementerios. Esta vez expone un díptico en el cual grafica una equilibrada
visión de la sexualidad humana. Por las manzanas y la foresta parecería
procurar la recuperación gráfica del mito bíblico de Adán y Eva. En el primer
cuadro aparece la anatomía del varón con su sexo enhiesto, sobre un fondo rojo
que responde al estereotipo de la pasión y acaso de la violencia. En la otra
obra aparece el cuerpo de la mujer sobre un fondo azul, acaso procurando decodificar
este color para hacerlo simbolizar, contrario al uso, la femineidad y la
naturaleza pródiga. En ambos trabajos, lo erótico parece sugerido sutilmente
por caballos de madera que aparecen en primer plano, necesariamente alegorizando
un juego que no puede ser otro que el ayuntamiento de los cuerpos.
De igual manera, Gini A.
Berrido, sobre superficies pintada con acrílico con tal técnica de brillo y
limpieza que simula la fina terminación del óleo, nos propone dos fábulas nocturnas.
La primera obra presenta un panorama coronado por una gran luna llena encima de
una línea de horizonte definida por modernos edificios iluminados que sirven de
telón de fondo a una figura, mitad Lego y mitad humana, que cosecha rosas rojas, en
tanto es contemplado por una multitud expectante de figuras antropomorfas apenas
delineadas. El otro cuadro, con la misma luna y la foresta, refiere una especie
de deidad que tanto puede simbolizar al viento como a una etérea entidad ancestral
que metamorfosea en terrosa humanidad.
f) Barroquismo visual, surrealismo, figuración abstracta y extravagancia matérica
f) Barroquismo visual, surrealismo, figuración abstracta y extravagancia matérica
Con experimentaciones en el
plano pictórico, la mayoría de las exponentes se aventuraron por la incorporación
mediante collages, materiales y referencias diversas, de elementos que
procuraron enriquecer, más allá de las posibilidades de la línea y el color, sus
discursos visuales. Así, Pilar Asmar presenta, con buena factura, dos trabajos
oníricos, surreales, que combinan rostros y cuerpos de trazos realistas sobre
composiciones selváticas. En uno destaca un metafórico corazón colgado de la
luna, en tanto en el otro acontece la recomposición de la figura humana en un
contexto diluido, cual, si se tratase de la armonización de la identidad del Ser
individual en la naturaleza. La textura y los colores son llamativos.
En tanto, Josefina Berrido,
apuesta radicalmente al collage, ofreciendo una composición gráfica aguerrida a
partir de cartones de diferentes textura y colores, y de papeles superpuestos
diluidos por una aguada amarilla que actúa como luz diurna, definiendo un fondo
acuarelado a una figura central carnavalesca: una quimérica mujer, una crisálida
humana, dispuesta a la concupiscencia. Nueva vez la preponderancia de elementos
ornamentales y el barroquismo cromático referido en otras piezas expuestas.
Marcia Guerrera, por su
lado, presenta dos trabajos de figuración abstracta, concebidos a partir de una
cuidada elaboración de planos de colores macizos en los cuales predominan
matices ocres, azules y verdes. Los cuadros presentan un fuerte entramado de líneas
verticales y horizontales que al coincidir definen formas geométricas invasivas,
perfilan superficies y formas, que desembocan en una suerte de crucigrama
matérico, de un barroco calidoscopio de tonos enriquecidos que procuran atrapar
la selvática esencia del suelo marino.
De manera coincidente, Myrna
Ledesma, propone un paraíso tropical concebido al modo de la grafía de Wilfredo
Lam, contenedor de una abigarrada trama de múltiples planos de color. El
barroquismo formal, de troncos convencionales pero cubiertos de cáscaras y
hojas pletóricas de texturas con arabescos, acaso, con su atrevida celebración de
la luz, procura crear una metáfora de la diversidad de las selvas tropicales y
lo real maravilloso de la cultura latinoamericana. Es un cuadro preciosista en
el cual la autora se ha tomado muchos riesgos.
Como excepción, la caótica
cotidianidad de Rosalba Hernández contrasta con los febriles juegos visuales
coloridos de las exponentes referidas en esta sección, especialmente con el florido
universo de Ledesma, al plantear en dos cuadros monocromáticos, concebidos sólo
a partir de la gama de los grises, composiciones un tanto naif basadas en miríadas
de figuras antropomorfas, construcciones urbanas y apenas vegetación, el
retrato carnavalesco de nuestra sociedad criolla. Ambas obras de Rosalba, en un
golpe de mirada alegorizan cuanto acontece, tanto ridículo como sublime, en nuestros
barrios populares y ciudades tercermundistas.
g) Sensibilidad 3D: instalaciones, esculturas y ensambles.
g) Sensibilidad 3D: instalaciones, esculturas y ensambles.
El carácter antológico de
esta exposición se afirma en la inclusión de los principales géneros artísticos
que las mujeres dominicanas están cultivando, palpable en los trabajos desligados
de la pintura referidos a continuación.
Así tenemos que, Marivel
Liriano, participa con la sobria instalación titulada “Organícense. Organícense”,
la cual, a modo de inventario, sobre un elongado paño negro, presenta una
colección de embalajes blancuzcos de diferentes formas y tamaños, dispuestos en
torno a líneas que parecerían retratar a Danilo de los Santos. De estar
dedicada a Danicel, esta instalación ha de referir los aprestos del viaje
emprendido por el admirado artista hacia la luz, hacia la eternidad. A partir
de la hoja de vida del principal historiador del arte dominicano, y del título
de la instalación, aflora, como una suerte de moraleja, la impostergable necesidad
de los artistas de abocarse a la solidaridad, a contundentes muestras de apoyo
mutuo como el expresado en esta exposición para enfrentar, sobre las
divergencias y convergencias estéticas, los riesgos y distracciones de esta apremiante
globalidad líquida.
De forma provocativa, Guadalupe
Casasnovas, nos deleita con bien logrados ensambles de madera de vetas finamente
pulidas y bisagras metálicas. Sus artefactos escultóricos que, por su detonante
versatilidad me recuerdan los antipoéticos de Nicanor Parra, representan tanto
animales de caparazones articulados, tipo camarones y langostas, como dispositivos
maquinales, tecnológicos, verbigracia la obra titulad “Obturador” que
representa al diafragma o pupila mecánica utilizada por las cámaras
fotográficas para atrapar la luz.
Asimismo, Evelim Lima, nos
propone su instalación denominada Barreras de espinas, de la serie 13, constituida
por once conjuntos escultóricos, compuesto por una base de charamusca o viruta
de madera de las que emergen escuálidas y deshojadas ramas espinadas junto a las
cuales yacen rosas de hierro, como en una suerte de metáfora otoñal de lo
efímero de la belleza, o de la fragilidad de la vida.
Convocando al vértigo, Patricia
Castillo, presenta una instalación conformada por dos triángulos de cáñamos de
colores contrapuestos (blancos y negros) que suspendidos desde el techo sostienen
dos troncos rústicos de unas treinta pulgadas de largo y un diámetro de unas
cuatro pulgadas. La artista llamó a este trabajo Patatús, nylon y madera. El patatús,
intuyo, sugiere la impresión de mareo del diletante al procurar, del cielo al
suelo, atisbar sentidos de esta composición.
Saltando del plano pictórico,
Iris Pérez, completa su participación con dos esculturas verticales de la serie
“Bosque Tropical” que, en la misma línea identitaria de sus pinturas, procuran
visiones ancestrales y telúricas, esta vez a partir de troncos de madera
Campeche, de poco más de un metro, con ranuras verticales con incrustaciones de
cerámicas multiformes seriadas.
h)
Performances audiovisuales
Completan el abigarrado
inventario sensible, cuatro provocativas y comprometidas realizaciones audiovisuales,
a saber: Maricarmen Rodríguez, en “Dembow Inevitable”; Sole Fermín, con “Amen
de Mariposas”; Mónica Ferreras, en “El piquete”; y Lina Aybar, con “Huellas”. Pienso
que para mayor comprensión y disfrute, convendría que estos espectáculos –performances,
o bien, producciones audiovisuales– sean proyectados en una sección especial de
cinefórum, o mejor, representados en vivo en una de las modernas salas del
mismo CCCD, quizás como acto de clausura de esta exposición.
A modo de conclusión
Al final, y concluyendo el
año 2018, justo es reconocer al Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA
sus acertados criterios de gestión cultural mostrados hasta el momento y su
política de inclusión abierta que va –y esto sólo relación a las artes visuales–
desde la celebración de los artistas consagrados, expresado en la excelente muestra
pictórica de Antonio Guadalupe, y el estímulo de figuras emergentes como Melanio
Germán y sus versiones iconográficas de la Virgen María y sus advocaciones, hasta
la apertura a colectivos creativos pujantes como el Grupo Fotográfico de Santiago
(GRUFOS) y la emergente Asociación Dominicana de Artistas Visuales (ADAV) propiciadora
de ambiciosos proyectos como el que nos ocupa, esta exposición “Divergencias
Radicales”, contentiva de algunos de los principales discursos del arte
concebido por mujeres en la actualidad. La filosofía académica, universitaria,
que hay detrás del CCCD necesariamente ha de actuar como antídoto contra todo
tipo de elitismo y voracidad materialista.
Enhorabuena a las artistas,
curadores, museógrafos y organizadores de esta importante muestra.
© Fernando Cabrera