Jorge Tena Reyes, Federico Henríquez Gratereaux, León David, José Luis Corripio, Fernando Cabrera |
Mi
primer contacto con León David fue a través de su obra Poema del hombre anodino (1980), en el cual, desde ámbitos
nerudianos, celebraba el escarceo cotidiano; propiciando una inusitada
aceptación entre lectores, al congregar “multitudes” en sus recitales. Eran los
ochenta, época en que muchos de sus ensayos también veían la luz en su columna
periodística. Después conocí otras sus propuestas conceptuales y creativas en las
que éste consolidó una fuerte personalidad escritural a partir de ingentes
desafíos formales, tanto en poesía como en prosa, aferrándose a recursos clásicos
relegados por muchos, acaso como estrategia contestaria, rebelde,[i] ante los usos y abusos que,
en nombre de las vanguardias y las ideologías, acontecían en la finisecularidad
literaria nacional.
Confieso
que, al ser convocado para la presentación de este Tomo V de su obra completa,
titulado Ensayo y Crítica, empecé a
prepararme, con ardua calistenia, para una misión que de entrada se me antojaba
maratónica, retadora. Para mi sorpresa, pese a lo profuso y diverso del
contenido de la obra, de sus características humanísticas renacentistas, mi
lectura atenta ha devenido en un fluido y placentero viaje en el tiempo. No es
para menos, pues la obra que hoy celebramos, compendia memorias axiales y
entrañables de finales del siglo XX dominicano, fruto de un excepcional ejercicio
de diarismo, cual testifica el autor en el prefacio: “es la recopilación de artículos aparecidos, durante varios meses en el
periódico matutino ‘El Nuevo Diario’, en el espacio de la columna titulada ‘Adentro’,
que salía de lunes a viernes con despiadada regularidad, para deleite de unos
pocos y desdicha de muchos”. (David, 2018, p. 13)
Esta
singular columna me hizo rememorar la del escritor español Antonio Gala en la
que, con igual espíritu creativo, plasmaba sus “Charlas con Troylo” en el
suplemento cultural del periódico El País
Dominical, desde el 22 de julio de 1979 hasta el 16 de noviembre de 1980. En
ambos casos, se trataba de interminables monólogos con aspiración de dialogo,
uno con su perro y el otro con un lector desconocido. Las anécdotas y
reflexiones en ambas columnas nacían de una dinámica imaginativa intensa y sincera.
León David nos refiere que fueron fruto de una “juguetona artesanía intelectual que si bien puede restar rigor
racional y claridad analítica a los temas que abordan, no deja también, con sus
imperfecciones, de contribuir a infundir a los razonamientos un tono menos serio,
más ligero, más espontáneo”. (David, 2018, p. 14) Lo cierto es que la
prisa que caracteriza al mundo periodístico liberó, para nuestro beneplácito, las
exigencias regulares del adornado estilo característico de nuestro autor,
brindándonos la posibilidad de percibir en toda plenitud e intensidad, sin
madejas ni artilugios que despejar, sus audacias conceptuales, sus
atrevimientos figurados y sus provocaciones y herejías. Una estrategia de
sencillez expresiva, sabemos, es inusual en León David. Libemos, pues esta
fruta de estación.
En
esta recopilación hay un confeso acto de fe. Los artículos, según el autor, han
sido recuperados en su estado natural, sin transformaciones; con todas las
paradojas, contradicciones, malabarismos lógicos, fantasías y, en especial, con
sus metáforas servidas con frescura dialógica, coloquial. Por la desnudez e
intensidad discursivas, este Tomo V acaso recoge la voz más sincera y auténtica
de la ensayística de León David. Es prosa, pero hecha con el mismo material imaginativo
y conmovedor de su poesía.
La
obra contiene un arriesgado testimonio existencial y un fuerte compromiso
personal, palpable en el hecho de que, pese a la obvia erudición
multidisciplinaria, resultante del conocimiento y manejo de obras fundamentales
de la cultura universal destaca la ausencia de referencias intertextuales documentadas.
Esta carencia casi total de citas explícitas hace recaer sólo en León David la
responsabilidad tanto por los posibles desaciertos como por los hallazgos, dice:
“No es motivo de vergüenza ni temor
explayar mi yo de manera que los demás se enteren, tengan siempre presente, no
olviden ni por un momento de que quien piensa, siente y opina de esa forma es
el que escribe y nadie más… Mientras me gratifique obrar de esta manera les
aseguro que seguirán oyendo hablar de mí con el mayor y más absoluto
desenfado.” (David, 2018, p. 159)
La
extensa labor de periodismo cultural –o mejor, intelectual– aparece compilada
en dos volúmenes de aproximadamente trescientas páginas cada uno. El primero contiene
las secciones “Literatura y Arte”, “Valores cotidianos” y “Política, ciencia y
sociedad”. En tanto el segundo volumen está compuesto por las secciones “La
búsqueda de lo absoluto”, “El holocausto” y, repite, las separatas “Valores
cotidianos” y “Política, ciencia y soledad”. El autor refiere que mantuvo intacta
la naturaleza de los artículos, pero que se tomó la licencia de agruparlos
según los ejes temáticos antes referidos. En esta recomposición se perdió la
cronología, pero se extrañan poco las fechas de las publicaciones originales,
salvo en los casos de temáticas aguerridas atinentes a aspectos de creación literaria
e ideología relacionados con el parnaso de nuestro país de letras. Hubiese sido
ilustrativo –al menos para el morbo– conocer las circunstancias e identificar a
los antagonistas para los cuales nuestro Quijote cultivó ortigas y cardos, lanzó
dardos envenenados y con quienes cruzó espadas.
En
ese sentido, la sección más jugosa es la separata “Literatura y Arte” del
primer volumen, en la que saltan a la vista las heridas de guerra. Esta bitácora
existencial y poética inicia con el reconocimiento de la nulidad, desde
perspectiva utilitaria, del oficio que tanto lo apasiona. En ese sentido
expresa con vehemencia: “Mi escritura es
inútil, total y absolutamente inútil, como la vida misma; posee esa maravillosa
gratuidad precaria en la que me complazco encontrar su más hondo significado.” (David, 2018, p. 22) Asimismo,
lamenta la inconsistencia del material que moldea: “la palabra es frágil como el cristal del hombre que en ella se
contempla”. (David, 2018, p. 23) Obviamente, León
David es ese hombre, Narciso frente al agua, que procura descubrir al mundo en
su reflejo. Para él la palabra y su escritura se validan como pasión
incontinente, o mejor, incontenida. Casi
con vergüenza, confiesa su adicción a metáforas que, cabalgando verbos, hilan
parentescos y derivaciones que expanden los límites de lo real.
El
autor, de manos de Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, para el cual “el estilo es el hombre” (David, 2018, p. 30) , se afana en
justificar su peculiar, florida y barroca escritura, planteada acaso como
artefacto dadaísta: “Me temo que mi forma
de expresión y las cosas que digo pueden producir perplejidad a más de una
persona.” (David, 2018, p. 30) Es evidente, por
la reincidencia temática en una decena de artículos, que su elaborada forma de
expresión tanto le envanece y satisface, solazado en la diferencia cultivada, como
le preocupa, por los desencuentros y destierros posibles: “No descarto en absoluto la posibilidad de que la reacción sea
muchísimo menos inofensiva: indignación, indiferencia, desprecio.” (David,
2018, p. 30)
Razones
había, y aún hay, para su aprehensión. Por décadas, León David ha venido sufriendo
en carne haber tentado, con su original y notable escritura, al monstruo del
ego de los correligionarios de la imaginación. La ofensa de este autor ha sido
tal que, aún con una excepcional producción literaria, compuesta por más de una
treintena de obras de calidad sobresaliente en los diferentes géneros
cultivados (a saber: poesía, ensayo, teatro, crítica de arte, etc.), ha sido
metódicamente neutralizado por la competencia de colegas en posiciones de
poder, y dejado fuera de lauros y reconocimiento sobradamente merecidos por la
exigua crítica especializada criolla[ii]. De hecho, con una
solvencia creativa tan notable no se entiende cómo, por ejemplo, a estas
alturas, aún no se le ha otorgado el Premio Nacional de Literatura. Me aventuro
a afirmar que son contados los casos de los últimos premiados cuyos aportes
literarios puedan equipararse a los de León David.
Sospecho,
sin embargo, que esta malquerencia no ha sido fortuita, sino que, en aras de intereses
de originalidad y diferenciación, ha sido meticulosamente cultivada y provocada
por León David, precisamente a través de muchos de los artículos de esta
columna “Adentro”, arriesgadamente colocada en la página editorial del “El nuevo
Diario”. En la misma, el autor testimonió sobradamente sus afectos y desafectos,
sus oposiciones a caudillos intelectuales y a sus “capillas”; al tiempo que se
vanagloriaba, socarronamente, de su singularidad. En muchos artículos se
percibe modestia expositiva, humildad en la reflexión, pero también un dejo de la
urticante suficiencia nacida del convencimiento del autor de estar
infaliblemente en lo cierto: “Si por
casualidad me preguntasen qué aspecto de mí mismo es el que más me agrada, creo
que no vacilaría ni un momento en contestar: mi capacidad para percibir las
cosas que siempre he visto como si las estuviera viendo por primera vez. /…/ No
estoy más allá de las cosas; no me he evadido de la realidad. Mis actos dan constancia
de ello… ¿Será que los demás no han podido encontrarla?” (David, 2018, pp. 142-144)
El
pecado original de Juan José Jimenes Sabater, el hijo del intelectual Juan Isidro
Jimenes Grullón, fue crear un personaje literario, un heterónimo o seudónimo,
tan peculiarmente llamativo como los creados por Walt Whitman y Pablo Neruda,
con igual aspiraciones cosmogónicas, incontinencia verbal y propensión a
colocar su ser, su Yo, como epicentro del universo: “Me he llegado a preguntar en más de una ocasión si al escribir de la
manera en que lo hago sobre el tópico omnipresente de mi yo no estaré
granjeando la indiferencia cuando no la hostilidad de muchos potenciales
lectores.” (David, 2018, p. 73) Afanado en definir un espacio simbólico
en el cual, al modo de Huidobro, el escritor sea Dios, León David no ha buscado
en circunstancias o fenómenos, en la exterioridad, las preguntas ni las
explicaciones. Ha apostado a la indagación visceral, interior, intimista; jerarquizando
a partir de sus propias prioridades y sus intereses, el devenir del mundo. Ha
hecho de su vida la materia y la sustancia de su poesía, aún más, de toda su
escritura creativa. En sus textos se manifiesta lo anecdótico y autobiográfico,
pero también lo simbólico y universal. El nombre de su columna: “Adentro”, probablemente
haya surgido, precisamente, de la valoración del yo, de lo propio, en
comparación de lo de “Afuera”, de los demás, de los otros. Cabría sospechar que
su distendida actitud de creador-diletante en perpetuo estado de ocio, de
delectación y éxtasis poético, enfermaba de envidia a más de uno.
Lo
cierto es que, sin dudas, León David ha sido un hombre de armas tomar, o mejor,
de “palabras tomar”; toda vez que no ha escatimado esfuerzo en provocar y
asumir duelos verbales. No ha temido alejarse, como lobo estepario, de la
manada. Al contrario, acaso con cierto dejo de sadomasoquismo, ha provocado los
conflictos. De ahí que, en momentos de tensión política y social a raíz de
eventos históricos traumatizantes, como la guerra del 65 y los primeros doce
años de gobierno del Dr. Joaquín Balaguer, haya sacado a relucir con
insistencia su distanciamiento del compromiso ideológico, marxista, tan en boga
aun en la literatura de la década de los ochenta. Es enfático al señalar que “La buena literatura política es primero
literatura y luego acción política; la buena literatura social es primero
literatura y luego crítica de la sociedad”. (David, 2018, p. 49)
Su
posición a favor de una literatura atenta a valores estéticos siempre ha sido firme.
A la palabra ideológicamente comprometida se complacido en oponer una poética
preciosista y en concordancia con la filosofía. Alto ha sido el precio pagado
por León David al explorar temáticas alejadas de la estética marxista, como
puede observase en la cita siguiente: “Los
que escriben sobre otras cosas (sobre la intimidad, por ejemplo) y tienen la
desdicha de hacerlo en lenguaje menos directamente obvio, realista y
convencional que el que suele emplear el ‘literato social’ es inmediatamente
condenado a los fuegos eternos del infierno pequeño burgués, acusado de los
horribles crímenes de formalismo, subjetivismo decadente, cobarde escapismo o
inmoralismo excéntrico y novelero”. (David, 2018, p. 88) En cierta forma,
desde las reseñas contenidas en estas columnas diarias –y esto en concordancia
con Silvio Rodríguez[iii]–
se pueden vislumbrar los muertos de la felicidad de León David[iv], los celosos intelectualoides
de las “capillas”[v]
para los cuales, antes y aún ahora, ha sido impensable un ser satisfecho[vi] en medio de nuestra explotada
cotidianidad tercermundista.
Muchos
de estos artículos muestran a un León David regocijado asumiendo roles
contracultura. Desde la reflexión ontológica y sociológica, el autor se explaya
en el cuestionamiento de preceptos morales[vii], etiquetas sociales[viii], afanes perfeccionistas[ix], paradojas socialistas, actitudes
imparciales engendradoras de dictaduras, y también en el develamiento de dobleces
religiosas[x].
En fin, deconstruye el perfil “progresista” de las sociedades contemporáneas,
anteponiendo un discurso que rememora las utopías sesentistas encarnadas por
las comunidades hippies centradas en paradigmas individualidad, amor, libertad
y paz. En ese mismo tono, de rebeldía humanística, se inscriben los numerosos ensayos
en que advierte de un catastrófico final para el planeta de no cambiarse el
curso predador, consumista, de la nuestra civilización: “Acaso mi visión es demasiado pesimista y trágica? ¿Estamos fatalmente
condenados a un desastre colectivo? No lo sé. No soy adivino; aunque pretendo
ser profeta”. (David, 2018, p. 443)
En
estos espacios simplificados, León David libró grandes batallas[xi], entre las que destaca,
por las continuas referencias en múltiples artículos, la sostenida con colegas
por las etiquetas de elitista hecha a su persona y a su obra, al considerarlo,
según sus palabras: “una especie de
aristócrata del intelecto encerrado en su desdeñosa y aséptica torre de marfil
o una suerte de anacoreta de las ideas aislado en la montaña de la subjetividad” (David, 2018, p. 62) . Las respuestas
a la “subjetividad” de esos ataques, también documentada en la referida
columna, no fue otra que la reafirmación del autor en su estilo, esto es, la
validación de su renuencia a ajustar formas o contenidos para agradar gustos de
terceros, cual sugiere con preguntas a modo de mea culpa: “¿Seré un ególatra enfermizo? ¿Por qué no adopto, aunque sea de vez en
cuando, como para variar, un atuendo expresivo diferente?” (David,
2018, p. 482)
A este respecto, vale destacar, como curiosidad de esta compilación, que sólo
la prisa de la publicación diaria, parece haber logrado distender el corsé
autoimpuesto de su barroquismo estilístico, de su prestidigitación lingüística
selvática.
Otra
disputa documentada reiterativamente en esto artículos es la resultante de la
incomprensión de sus pares a los múltiples dones intelectuales recibidos y
cultivados por León David, cual se aprecia en la siguiente reflexión: “Y basta de filosofía poética o de poético
filosofar. Suele decirse que la poesía es mala filosofía y la filosofía
resulta, por lo general, de pésimo gusto poético. Nada tengo para refutar esta
afirmación. No intentaré, por tanto, refutarla. Me resignaré a que los
filósofos me miren con desprecio y los poetas con incrédulo asombro.” (David, 2018, p. 262) Lo cierto es que
en las páginas de su columna “Adentro” hay constancia de lo cómodo que se
siente León David andando siempre en el filo de la navaja. En este sentido, paradigmática
es la reseña de una carta recibida, o inventada, incluida en el ensayo titulado
“Mi postulado literario”, en la que
un lector sale en defensa de su renacentista legado, cual puede apreciarse en
la siguiente cita: “No te inquietes, León
David, ni ante los que se indignan ni ante los que se asombran de tus sensatas
locuras de escritor terrestre. Yo, que te sigo a ratos, que aprovecho los
huecos que me deja esta materialidad rutinaria en que vivo, siento, cuando te
leo, que me tomo de tu mano y soy, por un instante, ser humano.” (David,
2018, p. 63)
En
fin, los variopintos intereses creativos y el albedrío eclécticos de sus escarceos
intelectuales, lejos de restar hondura y seriedad a la copiosa obra de este
importante autor, ofrecen perspectivas atractivas y retadoras. Más aún, como es
el caso, cuando en este Tomo V ha desnudado su estilo hasta una sencillez en él
inaudita. Esta vez sus inquietudes axiales en torno a la humanidad y su
destino, aparecen enhebradas en un discurso gratamente preciso. Con facilidad, incluso
el lector común, puede aventurarse por la riqueza de su pensamiento sin las
cacofonías de los ornamentos. Todavía, advierte el mismo León David, se trata
de una escritura para élite, dice: “Y
seguiré siendo escritor de élites no porque semejante título me enorgullezca
sino porque, a fin de cuentas, en un país mayoritariamente analfabeto el que
tiene la posibilidad de leer –no diré ya apreciar– cosas como éstas es una
minoría…” (David, 2018, p. 43) Sin embargo, se
aprecia en la brevedad y simpleza compositiva de estos textos su vocación de
llegar a una “inmensa minoría”[xii] de lectores significativamente
mayor que la del resto de su ensayística crítica.
Enhorabuena,
pues, al prolífico y lúdico pensador que es León David por este Tomo V de su
obra completa, que seguro ha de ser devorado por los antiguos colegas y por la
nutrida generación de nuevos escritores; obligando a unos, los más viejos, a
justipreciar su obra singular y valiosa, y motivando a otros, los traviesos “millennials”,
a beber de la sabiduría de este singular maestro.
[i] “Meditar
es revolucionario. Nada más subversivo que sumergirnos hasta el fondo de
nuestro propio ser.” (David, 2018, p. 197)
[ii] “…
crítica injusta y arbitraria”, lamenta. (David, 2018, p.
104)
[iii] En
su canción “Pequeña serenata diurna”, del álbum Día y flores (1975)
[iv] “…
voy por el mundo con la sonrisa a flor de labios y esa desfachatada desnudez
interior que los demás fácilmente pueden tomar por pedantería…” (David,
2018, p. 177)
[v] “No me gustan las
capillas intelectuales ni los círculos literarios. /…/ No pertenezco ni quiero
pertenecer a ninguna capilla, a ninguna corriente, a ningún movimiento. /…/
Escribo para universalizarme; para ofrecer mi experiencia única e individual al
conjunto de los hombres y a la intemporalidad de la existencia” (David,
2018, pp. 103-105)
[vi] “Soy
lo que quiero ser, quiero ser lo que soy… y soy feliz” (David, 2018, p. 469)
[vii] “Yo no soy un
hombre moral. /…/ Sé que lo que estoy diciendo no puede gustar y me va a traer
problemas…” (David, 2018, pp. 124-126)
[viii] “Necesitamos
etiquetar a los demás para no verlos como son sino como nos gustaría que
fueran.” (David, 2018, p. 133)
[ix] “Soy un hombre
totalmente limitado e imperfecto”. (David, 2018, p. 205)
[x] “…
tanto la Iglesia Católica como entre la secta atea de los marxistas, predomina
una visión demoníaca, dicotómica, determinista y teológica que se emparenta más
con la magia que con una razonable fe en la razón humana y en el universo.” (David,
2018, p. 239)
[xi] “Guerra
despiadada y sin cuartel que a veces se manifiesta subterráneamente entre
falsas sonrisas, engañosos abrazos y mendaces felicitaciones…” (David,
2018, p. 104)
[xii] En
consonancia con Juan Ramón Jiménez, para quien los lectores de poesía
constituyen una inmensa minoría, según dedicatoria al frente de varios libros, León
David refiere: “Hoy no me produce el menor escozor saber que soy un escritor de
minorías” (David, 2018, p. 11)
Bibliografía
David, L. (2018). Ensayo y crítica. Adentro (Volúmenes I y
II). Tomo V. In Obras completas. Santiago: Editora Unicornio (Puerto
Rico) e Impresora Buho (Santo Domingo).
© Fernando Cabrera