miércoles, 20 de octubre de 2021

Danilo y su entrañable manera de dar pasos en falso

 Por Fernando Cabrera

Obra Pasos en falso, de Danilo Manera

Danilo Manera sabe de pasos, de viajes, en tanto es un quijotesco trotamundos de espacios y memorias. Intuíamos que errabundeaba por curiosidad intelectual, desconocíamos que también lo hacía por albergar un alma romántica presa del deseo irrefrenable de libertad y también de un apetito voraz por las emociones. Su corazón viajero aparece en múltiples personajes que en cierta forma, aunque se resiste a aceptarlo, constituyen su alter ego.  A veces es Odiseo, Ulises, en movimiento perpetuo, en procura de retornar a una Ítaca que se manifiesta como amores que obstinadamente escapan irrealizados. Otras veces, entrecruza biografías viscerales de italianos que, como Cristóbal Colón o Marco Polo, van a lo desconocido, incluso, al encuentro con la muerte.

La lectura de su obra Pasos en falso (2021), me hizo rememorar una enseñanza de Julio Cortázar en “Rayuela”, la licencia del lector para aproximarse a un libro en la manera que mejor le plazca. Confieso que me he sentido más cómodo con una lectura en orden inverso al propuestos por el autor o los editores. Valido, para los lectores dominicanos, la estrategia de colocar como anzuelo los textos “El amor tropical, en la época de los hombres lobos” y “La trinidad venezolana”, en los que fluye el embriagante perfume de lo real maravilloso. Sin embargo, para mí la narración principal, la joya de la corona, la constituye “La plaza de los Quinientos. Visitas guiadas con noticias históricas”, la única en la que el foco narrativo no está situado en el extranjero. Después, guiado por un instinto travieso en mi hojear de atrás hacia adelante, siguen en importancia sus andares, igual de poderosos, por geografías y biografías exóticas, hasta arribar a la crónica rosa en nuestra tierra. Veamos, a continuación, los pasos en falso que he dado en mi lectura.  

En “La plaza de los Quinientos”, Danilo Manero nos deleita con un diestro manejo del espacio y del tiempo como elementos generadores de atmósferas peculiares. Tramas múltiples, llenas de referentes emocionales, fluyen en torno a ese espacio urbano de Roma. La perspectiva narrativa es la del residente, de alguien que se ha criado en esos espacios y conoce al dedillo los intríngulis existenciales de aquel bestiario, de los variopintos personajes que allí sobreviven. La mirada, pues, es la del que es de ahí, del quien recibe a los viajantes, el que conoce a todos los personajes que desde sus lejanos orígenes vienen a emprender otro viaje, el que confronta con la cruda realidad del forastero en un entorno hostil. Llegar a Roma, a la plaza de los Quinientos, desde países tercermundistas, desde antiguas colonias depauperadas, implica para estos emigrantes indeseados dar pasos en falso apurados por gestos xenofóbicos. El narrador lugareño, desde la perspectiva de un peculiar guía turístico, nos hace cómplice de parejas que convergen en los 30 mil metros cuadrados de la plaza. Este es un cuento escrito al modo de William Faulkner, con personajes que se cuentan historias entre ellos. Somalíes, árabes, latinos, prostitutas rumanas y mendigos, comparten las desventuras en una plaza que “no es ni mejor ni peor” que sus lares de origen.

 “La herencia del geógrafo” contiene el espíritu de la ruta de la seda como colección de recuerdos, libros y apuntes de una anodina vida de investigaciones. El cuento nos presenta el escenario común a académicos, intelectuales y artistas que al morir dejan un inventario de que cosas que les eran vitales, pero que constituyen estorbo para quienes lo sobreviven, desconocedores de sus sueños y utopías. Algunas casualidades afortunadas llevarán a un experto pueblerino a defender ante un académico foráneo la importancia de un legado de valor aún indeterminado. La narración nos remite a las arenas de los egos crecidos de humanistas y cientificistas que fácilmente se embarcan en confrontaciones estériles.

Luto seco” propone una alucinante paradoja: la imposibilidad de bailar salsa y beber ron en la paradisíaca isla caribeña que los origina. Es una crónica del fin del mundo, el día después de lo imposible, el testimonio excepcional de la muerte del padre de la revolución, el principio del fin de la utopía socialista cubana. Contiene la euforia del ferviente revolucionario y el escepticismo de quienes, a golpes de necesidad, dejaron de creer. Destaca la mirada epidérmica de un personaje aferrado desde lejos a la ilusión marxista, acaso porque las consecuencias no le atañen; también muestra la indolencia de una persona narcisistas centrada en sus deseos, incapaces de sentir empatía. La realidad cubana es abordada de manera profunda. Se nota que el autor ha estado en contacto con muchos cubanos y por mucho tiempo. Se siente vívida la experiencia de los disidentes, así como las detalladas descripciones de espacios, edificios y costumbres en las que se extraña la ausencia de del realismo mágico propio de esta isla santera, quizás porque la trama se centra en las experiencias existenciales cotidianas y en los
cuestionamientos ideológicos.

En “La media hora del farang” fluye una ironía agridulce, cruel sin desperdicio. Farang le llaman al turista europeo en Tailandia, al viajero ingenuo que no teme aventurarse por lugares desconocidos, deseoso de experiencias exóticas. Los “farang” deportivamente se toman el riesgo de sufrir en carne y alma con tal de realizar fantasías regularmente eróticas. Pero, el “farang” de este cuento de esta lejos del estereotipo, pues es comedido e incapaz de excesos; da un paso en falso sólo por sus ansias de encontrar el amor verdadero, abriéndose a la posibilidad de intimar con una desconocida amable, sin sospechar que era víctima de una artera ilusión. El narrador en este cuento es necesariamente heterodiegético, omnisciente, para que la historia, venciendo la muerte, pueda contarse.

En “La trinidad venezolana”, Danilo Manera, a través de los ojos de un joven abogado italiano encargado de documentar la suerte de un emigrante italiano fallecido, nos adentra a una Venezuela quebrada. Para lograr su cometido profesional, el abogado convertido en investigador, recurre a un viejo conocido y a sus amistades pertenecientes a las clases más afectadas por la crisis, y también a un poderoso personaje de la burocracia. En el texto, la valoración del régimen venezolano, como extensión colonial de Cuba, es severa. Acompañamos al narrador por los avatares de su búsqueda; es obvia su simpatía por los disidentes, quienes lo involucran en un ritual real maravilloso. Desconcierta que el protagonista acceda a convertirse en médium para interactuar con una trinidad de deidades para él desconocida constituidas por la reina María Lionza, el indio Guaicaipuro y el Negro Felipe. El ritual espiritista tiene un resultado dual. Por un lado, la trinidad acierta en referentes genealógico que permiten localizar con precisión a la familia del inmigrante, pero falla en su augurio de la inminente caída de la distopia socialista de chavista prolongada en Nicolás Maduro.

En “El amor tropical, en la época de los hombres lobos” fluye un homenaje a la narrativa dominicana. Quizás por la cercanía, es el viaje que siento más conservador, más turístico. En principio, fluye el espíritu “Carpe Diem” en una pareja italo-dominicana, en pleno disfrute sin obligaciones en el paradisíaco entorno de un hotel todo incluido de Punta Cana. El romance no tiene final feliz, culmina con la disolución de los afectos. El idilio intempestivamente se pospone por el llamado de la nostalgia adolescente de Brenda, una resbaladiza cibaeña. Ante la ausencia de la amada, el narrador queda solo. Pronto es abordado por otro turista italiano aficionado a las creencias fabulosas, quien, seducido por el sincretismo mágico religioso de raíces africanas, lo invita a San Juan de la Maguana y a pueblos rayanos, situados en la frontera con Haití. Al final, el abandono artero de Brenda y el amor posible de una hermosa haitiana se diluyen entre los aprestos, apresurados por la pandemia, de retorno a Italia. Es obvio que los legendarios galipotes, bacás y demás referentes mágicos religiosos, pudieron ser tratados a mayor profundidad, y que el Nick, el protagonista, confunde, o mimetiza, lo dominicano y lo haitiano, cuando se tratan de realidades escindidas; sin embargo, ambas consideraciones son coherentes con la mentalidad de un turista europeo promedio, poco interesado por la cultura de su destino vacacional.

Todas estas narraciones, alimentadas por referentes fantásticos, nos hacen viajar sobre fronteras físicas entre naciones; a la vez que nos empujan sobre los límites de los géneros literarios, con cuentos que por extensión, diversidad de lugares, complejidad de personajes e historias enlazadas, se acercan a novelas cortas. Esta estrategia experimental quizás sea fruto del afortunado contacto de Danilo Manera con la escritura de Marcio Veloz Maggiolo, en tanto director de la cátedra de este autor en la Universidad de Milán. En ese sentido, son conocidas las denominaciones experimentales protonovelas, antinovelas, ritmonovelas y arqueonovelas, y la filiación a las corrientes estéticas de lo real maravilloso y el realismo mágico presentes en la obra del novelista dominicano. 

Pero estas no son las únicas muestras de empatía de Danilo Manera con nosotros. Justo es destacar que este humanista italiano de espíritu renacentista (políglota, traductor, crítico y escritor) dio un afortunado paso en falso al enamorarse perdidamente de nuestra geografía y costumbres, relegando los intereses de su especialidad en la cultura de los Balcanes por la caribeña, convirtiéndose en pocos años en el mayor divulgador de nuestra literatura por el mundo. Sin dudas, se ha ganado el derecho de que lo consideremos un dominicano más.


lunes, 18 de octubre de 2021

El origen de la Policía Nacional Dominicana en La fiesta del chivo

 Por Fernando Cabrera

Mario Vargas Llosa

Uno de los aciertos de Mario Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo fue recurrir al monologo interior o flujo de conciencia para permitirnos ahondar, como nunca antes, en la personalidad de Rafael Leónidas Trujillo. Nos perfiló, a partir de un acerado español dominicano, las luces y sombras humanas del sátrapa. Así, en el segundo párrafo del capítulo dos, de esta interesante visión foránea a unos de los períodos históricos definitorios del siglo XX y el presente dominicano, nos encontramos con una visión íntima de lo que fue la fundación de la Policía Nacional Dominicana:

“A la disciplina debo todo lo que soy», se le ocurrió. Y la disciplina, norte de su vida, se la debía a los marines. Cerró los ojos. Las pruebas, en San Pedro de Macorís, para ser admitido a la Policía Nacional Dominicana que los yanquis decidieron crear al tercer año de ocupación, fueron durísimas. Las pasó sin dificultad. En el entrenamiento, la mitad de los aspirantes quedaron eliminados. Él gozó con cada ejercicio de agilidad, arrojo, audacia o resistencia, aun en aquellos, feroces, para probar la voluntad y la obediencia al superior, zambullirse en lodazales con el equipo de campaña o sobrevivir en el monte bebiendo la propia orina y masticando tallos, yerbas, saltamontes. El sargento Gittleman le puso la más alta calificación: «Irás lejos, Trujillo». Había ido, sí, gracias a esa disciplina despiadada, de héroes y místicos, que le enseñaron los marines.”

Al centro Mario Vargas Llosa, acompañado de Edwin Espinal, Fernando Cabrera y Caros Fernández-Rocha

Acaso de los Marines, pues, el espíritu militar apabullante, arbitrario, de una entidad que está llamada a ser un organismo civil garantista de la paz social a partir solo del imperio de las leyes.

lunes, 4 de octubre de 2021

El teleférico de Santiago, una carambola afortunada

Teleféricos Roosvelt Island y Puerto Plata

 Por Fernando Cabrera

Leí con satisfacción el anuncio de un teleférico para mi patria chica. De inmediato me imaginé como Juan Antonio Alix recitando décimas en la Estación Central, contemplando la telaraña que opacaría las tejidas por Spider-Man en el universo Marvel. Me alegré tanto por las posibles ventajas de agilización del convulsionado transporte urbano plagado de carros de transporte y taxis unipersonales, como por las posibilidades de desarrollar una línea de horizonte singular e irresistible para turistas, a falta de un espléndido litoral.

Lo teleféricos fueron concebidos inicialmente para conectar la civilización urbana con remotos parajes regularmente empinados, otrora destino de los más aventureros. El primer sistema de transporte aéreo por cables fue construido en 1907 por Leonardo Torres Quevedo​ en la ciudad de San Sebastián, para que la aristocracia española accediera la cima del monte Ulía. Entre los más famosos destacan el de Manizales y Mariquita, el más largo de la historia, con una longitud de 73 kilómetros que funcionó desde 1927 hasta 1961; el que une las ciudades bolivianas de La Paz y El Alto con un recorrido de 30 kilómetros; el del Cañón del Chicamocha, Colombia, el más largo del mundo de un solo tramo de 6.3 kilómetros; el de Mérida, Venezuela, el más alto del mundo que alcanza una altura de 4,765 metros. No puedo dejar de mencionar el “bondinho” del Pan de Azúcar, el teleférico que une los distintos morros que se elevan al borde del mar en la bahía de Río de Janeiro en un recorrido de 1,400 metros, y cual, pensando en los cristos en las cimas montañosas, acaso sirvió de inspiración al construido en 1975 en la loma Isabel de Torre, con un recorrido de 1,303 metros desde el cual se disfruta la vista de las prístinas aguas que acarician las costas de la novia del Atlántico.

Como solución de transporte público, la historia de los teleféricos inició con la inauguración del Metrocable de Medellín en 2004. Lo reciente de su aplicación la movilización masiva de pasajeros se explica porque en los entornos urbanos deben construirse torres elevadas para sortear los altibajos de horizontes abruptamente interrumpidos por edificaciones que buscan sacar provecho vertical para apartamentos y centros comerciales. Pienso que el uso citadino más aguerrido, y quizás más justificado, ha sido el de llevar atisbos de paz y progreso a las populosas y marginales comunidades o favelas enquistadas en empinadas montañas próximas a grandes ciudades suramericanas.  

Unos de los teleféricos más entrañables y secretos se encuentran en la ciudad de New York. Pocos de sus residentes nativos, y menos los cientos de miles de dominicanos que visitan y habitan la gran urbe, lo frecuentan o conocen.  Entre espectaculares rascacielos se desplazan cabinas vertiginosas paralelas al puente Ed Koch Queensboro, atravesando las aguas del East River hasta y desde la isla Roosevelt situada entre Queens y Manhattan, paralela a las calles 46 y 85. Agradezco su feliz descubrimiento al poeta e investigador Esteban Torres que, en su anhelo de recuperar la idílica inspiración caribeña, descubrió en medio de la selva de concreto este singular oasis de apenas 3,2 km pletórico de espacios verdes, instalaciones deportivas, edificios de lujo y que alberga el campus de la universidad de Cornell.  Escapados de las urgencias de la modernidad recuerdo que leímos en voz alta, regocijados como en la película “Dead Poets Society”, el poema “Carpe Diem” atribuido a Walt Whitman:

“No dejes que termine sin haber crecido un poco, / sin haber sido un poco más feliz, / sin haber alimentado tus sueños. / No te dejes vencer por el desaliento. / No permitas que nadie / te quite el derecho de / expresarte que es casi un deber. /No abandones tus ansias de hacer de tu vida / algo extraordinario…”

En fin, celebro la sagacidad presidencial para empezar a movilizar a Santiago de los Caballeros hacia el futuro, al utilizar partes de los fondos ya aprobados para el teleférico capitalino de los Alcarrizos, que fue simplificado al decidirse la ampliación de una línea del Metro. Fue una afortunada carambola que además promete poner sobre rieles la transportación terrestre de mi querido lar natal. Me alegraré más cuando terminen los estudios de factibilidad encargados al Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) de una red ferroviaria nacional para carga y pasajero que iniciaría con el tramo Santo Domingo-Santiago. Unir la capital primada con el primer Santiago de América en menos de una hora permitirá un real y equilibrado dinamismo de desarrollo que nos obligará a pensarnos, a los dominicanos, como un todo que se multiplica más allá del kilómetro nueve.

 


martes, 29 de junio de 2021

Entre filósofos, lingüistas y literatos

Escuela de Aristóteles. Fresco de Gustav Adolph Spangenberg, 1883_88

 Por Fernando Cabrera

Filosofía, lingüística y literatura constituyen tres formas singulares de aprehender la realidad. La filosofía, desde un racionalismo ontológico, especulativo; la lingüística, a partir de un pragmatismo de raigambre científico que, por ejemplo, sobre los aportes sintácticos de la gramática generativa de Noam Chomsky, hizo evolucionar el concepto de lenguaje desde el ámbito natural al artificial, propiciando el desarrollo de lenguajes de programación como FORTRAN, creado a finales de los cincuenta por la corporación IBM, siglas de International Bussiness Machine, y la tercera, la literatura, entrañablemente simbólica, lúdica y libérrima.

Emprendo esta entrañable tarea de referir algunas dicotomías en torno los conceptos lenguaje y pensamiento atinentes a las disciplinas referidas, sobre la metáfora escrita por Bernardo de Chartres, erudito francés del siglo XII, que refiere a los intelectuales como “enanos parados sobre hombros de gigantes”, con apoyo en dos ilustrativas citas que, a modo de epígrafes, comparto a continuación.

En la primera, tomada de la obra “Pensamiento y Poesía en Heidegger y Hölderlin”, Hans-Georg Gadamer refiere que:

“En este tema está inscrito inconfundiblemente el destino de Occidente. ¿Cómo deberíamos denominar la gran tradición literaria de otras altas culturas? ¿Deberíamos llamarlo poesía o más bien pensamiento cuando habla Buda o cuando un sabio chino intercambia unas palabras sencillas pero profundas con su discípulo? El camino de Occidente y el camino de la ciencia son los que nos han impuesto la separación y la unidad nunca del todo disoluble de poesía y pensamiento. Heidegger habló en repetidas ocasiones, con Hölderlin, de las “montanas separadas” sobre las que el poetizar y el pensar están uno frente al otro. Es bastante sugerente que precisamente esta lejanía también crea proximidad” (Gadamer, 2002).

 

En ese mismo tenor, George Steiner, en su obra Heidegger” considera que:

“Al menos para nuestra época, acaso fuera irreparable la ruptura entre la necesidad humana y el pensamiento especulativo, entre la música del pensamiento que es filosofía y la del ser que es poesía. Gran parte del pensamiento occidental tiene su instauración en la expulsión de los poetas de la ciudad platónica(Steiner, 1999).[i]

 

Lingüística, filosofía y literatura están conectados íntimamente. La filosofía, sobre los conceptos y estructuras idiomáticas, permite indagar acerca de los significados primeros y últimos expresados mediante el lenguaje; incluso, muchas de las búsquedas filosóficas, aun en el presente, están enfocadas a explicar la representación de la realidad a través del lenguaje. Los lingüistas, por su lado, como especifica Julius Moravcsik, en su obra “Comprensión del lenguaje: un estudio de las teorías en lingüística y en filosofía", recurren muchas veces a principios de filosofía para resolver problemas de significado y sintaxis. El vínculo primigenio que existe entre pensamiento y lenguaje puede entonces ser explotado abundantemente para ventajas de ambos lados. (Moravcsik, 1975)

Para el literato, el benjamín travieso de la triada, aplica lo dicho para el filósofo y el lingüista, pero se debe agregar algo de instinto suicida en su definición, en tanto este deconstruye de forma festiva los métodos de ambos a partir de los filtros emocionales (sentimientos, sensibilidad) con lo que aborda siempre la realidad. La literatura, especialmente la poesía, es pensamiento y lenguaje, pero el literato poco ha de pensar en las estructuras con las que canta y menos cuánto de razón o verdad hay en su canto. Al respecto señala José Lezama Lima que: "Al escritor sólo se le puede pedir cuenta de la fidelidad o no a una imagen: de ello depende no sólo su destino sino también su ética". (Sucre, Julio-diciembre, 1975. P.507) De ahí que, el literato al saber de facto antepone ser; no persigue conocimiento relevante ni útil, tampoco lo desmedra; concibe cada ficción, narración o poema, como expresión, aun en paradoja de muerte, del ritmo de la vida.

Lingüistas, filósofos y literatos se hermanan en la materialidad de su interés, el lenguaje. Claro, en su objetivo mayor de expresión de lo humano, esta vez, como en todo lo que es relevante, importan los matices. Interesan al lingüista las formas que adopta el pensamiento en las estructuras del lenguaje, en orden de alcanzar su objetivo de efectividad comunicacional. Para el filósofo, el lenguaje deviene en instrumento indispensable de oficio, en tanto a través de sus recursos se adecuan las ideas, los conceptos, en función de conocer las esencialidades imprescindibles para aproximarse a la verdad.

Asimismo, pensamiento y lenguaje, interior y exterior, concreción y abstracción, devienen en vértices enlazadas por una diagonal emotiva: la experiencia humana sintetizada, trascendida, a través de la literatura. El literato contrario al lingüista procura disgregar las vinculaciones etimológicas, transgredir el significado original para sugerir otros. El literato aspira a conocer causas, como el filósofo, pero opta por las intuiciones y las interrogantes, por palpar visceralmente desde sus emociones, antes que desnudar la realidad ordinaria. No es el significado del discurso, sino su discurrir —la danza, la sola magia de la movilidad, de lo impreciso— lo que seduce y atrapa al literato, como señala Kavafis en su poema Ítaca, le importa el viaje más que el destino:

“Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin esperar a que riquezas te dé Ítaca.” (Kaváfis, 1911)

 

La esfera de la literatura es lo humano, de ahí que no le afecte el remordimiento por el fingimiento que alude Nietzsche en su celebrado ensayo titulado “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” cuando expresa que “el hombre usa el intelecto la mayoría de las veces para la simulación. El hombre posee un misterioso impulso hacia la verdad que lo lleva a inventar una designación ‘válida y obligatoria de las cosas’. Pero olvida que él mismo ha creado las palabras y las convenciones sobre los significados de las palabras. /…/ Para Nietzsche, el lenguaje es un sistema arbitrario de designación de las cosas. Toda palabra implica un doble salto metafórico. Toda palabra implica dos traslados, dos metáforas. En primer lugar, se trata del traslado de una excitación nerviosa a una imagen. En segundo lugar, se transforma esa imagen en sonido(Soberón, marzo-junio 2006). Al contrario, cónsono con Nietzsche, lo ha dicho Fernando Pessoa con relación al literato extremo: “el poeta, (a Dios gracias) es un fingidor(Pessoa, 1998). Las trampas circulares que desvelan a filósofos y lingüistas divierten al literato, pues este no construye la realidad, si no que la destruye con recursos figurativos para hacer surgir de las cenizas, fortalecida, la realidad vislumbrada.

Lingüistas y filósofos coinciden en tanto que cualquier sistema de comunicación debe, en orden de ser significativo, incluir alguna forma de representar la verdad adecuadamente. Para alcanzar propiedad al develar los secretos del universo, aspiración de la filosofía, el lenguaje debe conformar un cierto conjunto de especificaciones, de convencionalismos, que prevengan la incertidumbre en todos los niveles. En tanto, muchos de los esfuerzos de los lingüistas están enfocados en demostrar la idoneidad de los sistemas comunicacionales (lenguaje, lengua, habla) y de los filósofos en verificar racionalmente, a través de los sistemas lingüísticos, cada detalle de objeto de interés para alcanzar la verdad absoluta.

Evidentemente, filósofos y lingüistas han de luchar a brazos partidos con problemas de relatividad y disgregación (ambos elementos adorados, objetos de pasión y culto, para el literato), toda vez que su propia fortaleza denotativa descansa en la pluralidad, multivocidad (o mejor, polisemia poética[ii]) que las imágenes, principalmente, metonímicas y metafóricas, entrañan. Así, mientras el problema del lingüista es alcanzar un sistema de símbolos combinados efectivo, en el cual el filósofo pueda discernir los significados y develar relaciones y condicionantes sin confusiones, al literato le basta y sobra con que los signos, significados y relaciones sean conocidos y compartidos por una comunidad de hablantes.

Si bien el literato rechaza la mentira, disfruta en disgregar el error. Se siente cómodo con la imprecisión, pues no persigue tierra firme, sino satisfacción existencial mediante el vuelo imaginativo. Y es que la literatura, y más la poesía, no está concebida —aunque lo contiene— para el conocimiento lógico, ordinario o empírico, sino el trascendente, aquel que anida en la sensibilidad mediante razones, como dijo Blaise Pascal, que la razón misma desconoce.

Las teorías del lenguaje han sido concebidas para explicar las estructuras lingüísticas o como plataformas para el lanzamiento de teorías de pensamiento; en tanto las teorías literarias, que en ocasiones podrían originarse o compartir alguna teoría del lenguaje y también una teoría filosófica, se enfocan más en lo existencial, se ocupan de contener (esta vez como posibilidad o memoria verbalizada), en consonancia con el pensar de Ortega y Gasset, la fragilidad del ser y sus circunstancias (Ortega y Gasset, 1914).

Lo empírico, el estar en el mundo real y concreto, es la fuente primigenia de toda abstracción o especulación, de cada conocimiento o significado, esto es, del lenguaje. Todo novela o poema es enunciación de la experiencia humana. Al margen de lo útil e indispensable, de los enfoques pragmáticos de la lingüística y la filosofía, la mayor aspiración creadora posible en el lenguaje es la literatura y, dentro de esta, la poesía constituye la última frontera de la estética. Mientras el lenguaje constituye abstracción del mundo real, la literatura, esencialidad del lenguaje, contiene, en paradoja, la concreción de la espiritualidad, de la verdad, claro según el ser humano; en palabras de Nietzsche, “la metamorfosis del mundo en los hombres” o bien la “comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada” (Nietzsche, 1990).

Cabe señalar que este es un contexto algo aprehensivo —en tanto visión homocéntrica de la concepción regular del lenguaje—, pero corresponde cabalmente al ámbito primigenio y exclusivo de la literatura. El literato celebra lo que al Nietzsche filósofo escandaliza, la relatividad de un sistema referencial que es “eco infinitamente repetido de un sonido original, el hombre; como la imagen multiplicada de un arquetipo, el hombre”. Si no lo estaba, la literatura, pone al hombre en el centro de todo. Cada literato, con las palabras contenidas en sus textos, tiene la capacidad de construir, deconstruir o simplemente, tontear, retando, como sugiere Roberto Juarroz cuando cuestiona: “Es el silencio la puntuación de la voz o es la voz la puntuación del silencio?(Juarroz, 2005, p. 400), con desparpajo el silencio: ¡Allá cada quien con el destino de su verbo!

Mas, al margen del contraste de las tonalidades destacadas, sobra señalar que, de lingüista, literato y filósofo, todos tenemos mucho más que un poco…

 



[i] Steiner continúa diciendo: “En sombrío contrapunto, la negativa de Heidegger a replicar a [Paul] Celan y el poema de allí resultante [“Todnauberg”, publicado en Lichtzwang en 1970] equivalen a una expulsión, a un auto-ostracismo del filósofo que se va de la ciudad del hombre.”.  

[ii] En los libros Seven Types of Ambiguity (1930), Some Versions of Pastoral (1935), y The Structure of Complex Words (1951, William Empson, trata sobre la polisemia poética, en tanto capacidad de poesía de generar múltiples significados. Asimismo, En el ensayo de 1942 “The Language of Paradox,” capitulo introductorio de The Well Wrought Urn (1947), Cleanth Brooks hace similar señalamiento sobre la riqueza esencial de la poesía para dejar fluir la paradoja y la ironía como elementos característicos del lenguaje poético.

 

Bibliografía

Gadamer, H. G. (2002). Los caminos de Heidegger. (A. A. Pilari, Trans.) Barcelona: Herder.

Juarroz, R. (2005). Poesía vertical, (Vol. II). Buenos Aires: Emecé.

Kaváfis, K. (1911). Ítaca.

Moravcsik, J. U. (1975). Moravcsik, J.M.E. Understanding Language: A Study of Theories in Linguistics and in Philosophy. The Hague: Mouton, 1975. Mouton: The Hague.

Nietzsche, F. (1990). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Tecnos.

Ortega y Gasset, J. (1914). Meditaciones del Quijote. Madrid.

Pessoa, F. (1998). 42 poemas. (Á. Crespo, Trans.) Mondadori.

Soberón, F. (marzo-junio 2006). Nietzsche, Borges y Caeiro. Lenguaje y poesía. In Espéculo. Revista de estudios literarios. Num. 32. Universidad Complutense de Madrid. (Vol. No. 32). Madrid: Universidad Complutense de Madrid.

Steiner, G. (1999). Heidegger»,. Mexico.

Sucre, G. ( Julio-diciembre, 1975. P.507). “Lezama Lima: El logos de la Imaginación.”, (Vols. Vol. XLI. Núm. 92-93. ). Revista Iberoamericana.

 

©Fernando Cabrera 

martes, 23 de marzo de 2021

Resonancias emocionales del Concurso de arte Eduardo León Jimenes

 







(Recordando a Danilo de los Santos)

 Por Fernando Cabrera

 

Durante la segunda mitad del siglo XX, el concurso Eduardo León Jimenes fue el principal crisol de talentos de las artes visuales dominicana. Era el evento artístico de mayor nivel competitivo en el país. Las noches inaugurales, de apertura de exposición y veredictos, interesaban a todos los sectores de la sociedad dominicana, aún los regularmente ajenos a las artes y la cultura. Nadie discutía que, en cada bienal, Santiago de los Caballeros se convertía en la capital cultural.

Hasta principio de la década de los 2000, las bases de esta paradigmática bienal convocaban abiertamente a los cultores de todos los lenguajes artísticos, garantizando, como un jurado de nivel mundial, la justipreciación de las obras según su género. Eran épicas las grandes colas de entrega, sobre todo el último día. Reinaba pasión desmedida en quienes, sobre el interés de premios siempre cuantiosos, concursaba sobre todo por urgencia expresiva. Así, en la XIX versión, hubo una participación de cerca de 200 artistas con más de 500 obras, que colmaron todos los salones, pasillos y recovecos del Gran Teatro Cibao. Artistas de diferentes generaciones y géneros creativos concurriendo eufóricos, porque más que ganar era importante “estar”; para que, además de los especialistas, la gente del pueblo que se contaba por millares, viera lo que cada artista realmente “era” capaz de producir, e hiciera su propia valoración al margen del gusto de los jueces de premiación.

En aquellas antológicas muestras fluía a borbotones una dominicanidad intuitiva, de claras raíces idiosincráticas y sincréticas, esto es, arte con marca de origen. Las obras respondían a realidades y ficciones nacionales indiscutidas, expresadas a través de la mirada aventajada y libre de los artistas. Importaba más la expresión personal e inmediata que las tentaciones de representar una globalidad galopante a duras penas entendida. Muchas obras participantes, no sólo las premiadas, por sus singularidades y excelentes facturas, obligaban a exposiciones internacionales interesadas en nuestra singularidad caribeña.

El legado de aquellas bienales era concreto e indiscutible. A partir de siempre voluminosos catálogos se podía hacer un diagnóstico bastante confiable de estado de las artes visuales criollas, pues las estrellas eran las obras y los artistas, no sus teóricos y mercaderes. Creadores, críticos y simple diletantes se enfrascaban en una lucha cuerpo a cuerpo para adquirir un ejemplar impreso de las memorias de la exposición, pues para los primeros constituían un referente de trayectoria profesional a ser incluido en su Curriculum Vitae; en tanto, para los especialistas e investigadores eran ventanas a las tendencias creativas en germinación. De igual manera, para el público general, aquellos eran documentos para el deleite y las oportunas consultas; y para los auspiciadores devenían en constancia imperecedera de un dinero bien invertido en preservar los valores de nuestra nación.

Las bases de entonces convocaban estrictamente el arte de los artistas, sin pautarle temáticas, técnicas o medios. Dicho de otra manera, había diversidad de fondo y forma, fruto del incentivo de una participación artística abierta y espontánea. El artista, siempre reacio a formalidades, no se veía obligado a inventar proyectos para la bienal, mandaba como referente de su arte, lo que mejor hacía. Las obras presentadas correspondían a búsquedas que venían realizando por años en sus talleres, y que definían su estilo en base a los materiales, lenguajes y temáticas resultantes del albedrio creativo.

Con el arribo del nuevo milenio, la filosofía de la bienal cambió. Las últimas versiones, desarrolladas en el contexto del Centro León, ha apostado la especialización. En una transformación radical de propósitos, en vez de obras terminadas, se requieren propuestas formales, proyectos, que implican aprobación previa, planificación, financiamiento y supervisión del proceso de construcción. Los especialistas que antes tenían solo el peso de la evaluación y premiación, lucen empoderados, en control de las fases de construcción de las obras, de una dinámica regularmente lúdica e intuitiva. Esta estrategia, quizás contemporánea o posmoderna, parece haber desconcertado a los participantes habituales; pues, acaso con más voluntad organizativas, inversión y mayores despliegues comunicacionales, la capacidad de convocatoria ha venido en drástico declive. Al margen del día inaugural, las actividades inaugurales y expositivas apenas encuentran eco real en la comunidad de artistas y en los diletantes acostumbrados. Obviamente, quedan las publicaciones impresas que registran los hallazgos estéticos, sin embargo, por la reducción de obras y artistas, que rondan la veintena, se confunden con los catálogos de las exposiciones regulares de la importante institución cultural.

En la 28 versión del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, una obra ha desbordado las paredes del Centro León y, sorprendentemente, ha concitado el interés de los diletantes de la comunidad Santiaguera. El proyecto creativo de Raúl Morilla “Agonía de la memoria”, desarrollado entre las ruinosas estructuras del paradigmático Hotel Mercedes, parece contener efectos catárticos que concilian la rigurosidad selectiva de la modalidad reciente con el fervor democrático de las versiones del siglo pasado. 

Del Hotel Mercedes, Domingo Batista


La atrevida intervención artística más que original (que lo es en nuestros predios), deviene oportuna, masiva y conceptualmente certera. Su provocación arquitectónica, escultórica, monumental y multimedia, recoge el espíritu de lo que al arte público debiera ser: una llamada urgente de atención, una denuncia contundente, un aguerrido atentado contra la indiferencia en torno a una problemática humanística, de interés social generalizado.


Hotel Mercedes, "Agonía de la memoria", Raul Morilla

En la misma aspiración desaforada de Jean Claude y Christo, la efímera instalación de Morillo procura un efecto inverso al recubrimiento o empaquetamiento de estructuras monumentales, edificios áreas públicas preferentemente urbanas, con el que los esposos artistas franceses procuraban silenciar la tridimensionalidad. El artista vegano ha procurado iluminar y sonorizar el edificio ya invisibilizado por la indiferencia de propietarios y organismos gubernamentales llamados a preservarlo. Hay un apropiado reciclamiento material y conceptual, en tanto el artista ha recuperado para ojos y espíritus, las estructuras en ruinas de la obra arquitectónica otrora magistral, reconvirtiéndola en un arriesgado discurso contestatario.

"Agonía de la memoria", 28 Concurso de Arte Eduardo León Jimenes

El mayor acierto de Morilla ha sido descubrir un punto de inflexión latente en el entorno histórico del primer Santiago de América; esa estructura mágica, solemne, que se resiste a la muerte. La mecánica del artista luce vinculadas a las aspiraciones seductoras de los jardines verticales, como el de la fachada del edificio Caixaforum de Madrid, y la iniciativa del Museo del Prado que durante el 2018, año del bicentenario, realizó un replanteamiento visual con la construcción de gigantescos motivos textiles de Velázquez, El Greco, Goya o Ribera que hacían mirar, desde las calles y los jardines, el interior del santuario del arte, mientras la fachada real de museo era sometida a un proceso de cura de la licuación de su capa exterior de granito. Los técnicos del Prado vistieron de arte aquellas paredes que precisaban urgentemente una restauración, en tanto Morilla ha creado una ilusión de glamour recuperado audiovisualmente para llamar a la atención hacia el hermoso edificio agonizante.

El hotel Mercedes, construido por Enrique García Gómez y su hijo Romualdo, inaugurado el 1 de diciembre de 1929, encarna el espíritu emprendedor de los santiagueros. Su estructura material-espacial, elegante floreada, refleja la ideología del entorno humano, la conciencia de una sociedad pueblerina con aspiraciones capitalistas, desarrollistas, mundialista. De ahí las habitaciones de lujo, el amplio restaurante en la primera planta y la emisora Radio Cibao en su carta planta, en el mismo corazón de la capital de la provincia más provincia, en el decir de Eugenio María de Hostos. Este hotel fue símbolo de Santiago antes que el fálico monumento erigido originalmente a la paz de Trujillo. Increíblemente, lleva más de cuatro décadas inexplicablemente abandonado, cuando su restauración podría constituir un factor clave para la recuperación del Centro Histórico.

Con audacia Morilla, cónsono con el Borges del poema “Casi juicio final”, ha visto con asombro lo que otros con costumbre. La ejecución de su proyecto acaso valida las bondades de las estrategias preconcebidas y direccionadas de las nuevas bases de la bienal, pero también alerta sobre la necesidad de que estos reflejen válidamente la necesidad de representación de la sociedad y sus circunstancias.

En ese sentido, celebro que el certamen más importante de iniciativa privada en América Latina, haya recuperado su eco en la comunidad que la genera. El paso siguiente, al que aspiran la mayoría de los creadores dominicanos es lograr que las convocatorias se liberen, como el caso del famoso cetáceo hollywoodense, y se recupere el amplio portafolio abandonado en el que se permitan, además de los proyectos creativos, la competencia en los diversos géneros de las artes; que se apueste al albedrío creativo, de modo que los artistas puedan participar con sus obras características como antes, con las que cotidianamente producen en sus talleres, sin supervisión de curadores ni terceras personas ajenas a sus sensibilidades.

©Fernando Cabrera




 

 


viernes, 26 de febrero de 2021

Homenajes a Johnny Pacheco, 2004. Una aclaración necesaria

Maestro Johnny Pacheco y Dr. Príamo Rodríguez

En Arte Vivo y Casa de Arte agradecemos al profesor y teatrista Lincoln López el respaldo que, en diferentes ocasiones, siendo director del Gran Teatro Cibao, nos prestó al facilitarnos espacios para la organización de algunas de las actividades siempre gratuitas de nuestro festival. Sin embargo, entendemos necesario hacer algunas precisiones en torno a su artículo “Johnny Pacheco: Magister Populi”, publicado en el periódico La información, el 25 de febrero, de cual cito los párrafos siguientes:

“La Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) había comenzado la docencia de su primer ciclo 1-2004 (enero-abril) cuando los medios de comunicación informaban al país sobre la visita a su ciudad natal, Santiago de los Caballeros, de un gran artista popular de fama internacional y una figura fundamental de la música latina: Johnny Pacheco. 

En esa época quien esto escribe, ocupaba la Dirección del Departamento de Arte y Cultura de UTESA, y consideré la opción de presentar algún tipo de reconocimiento, de aprobarse por parte de la universidad, podría sumarse al programa de homenajes dedicados a ese carismático y talentoso flautista, director de orquesta, productor y compositor que, siendo un niño de 11 años, tuvo que dejar su barrio de ¨Los Pepines¨, para acompañar a su familia Pacheco-Kniping como emigrante a la ciudad de Nueva York." 

Cuando en la rueda de prensa del festival, realizado en esa ocasión con los auspicios de Industria de Tabaco León Jimenes y Banco Popular Dominicano, en calidad de presidente de la comisión organizadora, anuncié la primicia de la dedicatoria del festival al legendario Johnny Pacheco, ya habíamos informado al artista que se le otorgarían diferentes reconocimientos, entre ellos el de Magister Populi, la declaratoria de Hijo Distinguido de la ciudad de Santiago, y los conciertos a realizarse en Centro León y en Los Pepines, como parte de la motivación para que nos acompañara, después de varias décadas de ausencia. 

Enfatizo que, al notificar al maestro Pacheco, ya contaba con la autorización de la universidad, gracias al cordial respaldo de doña Ingrid González de Rodríguez quien me facilitó una reunión con el Dr. Príamo Rodríguez. El generoso emprendedor, siempre abierto a iniciativas en beneficio de la comunidad, se encargó personalmente de motivar nuestra solicitud en las diferentes instancias de UTESA. Obviamente debió discutirlo con Lincoln López, dado su puesto de director del Departamento de Arte de dicha Universidad.

Para la ceremonia de entrega del Magister Populi, Don Príamo Rodríguez, fanático de la Salsa y admirador de Johnny Pacheco, me invitó cortésmente a ocupar un puesto en la mesa principal; y después, en compañía de doña Ingrid, nos honró con su presencia en el acto celebrado en Centro León.
Lidia León, Johnny Pacheco y Fernando Cabrera

Posteriormente, asumimos el compromiso de motivar como Casa de Arte, ante la Asociación de Cronistas de Arte, la postulación del maestro Johnny Pacheco para que le fuese otorgado el máximo reconocimiento de los Premios Casandra. Sus directivos nos informaron la necesidad de que los artistas postulados se encontrasen presente el día de la premiación. En el 2009, gracias a los esfuerzos de la escritora Marivel Contrera, entonces presidente de Acroarte, fue posible la entrega del Gran Soberano a esta gloria santiaguera. 

En fin, una simple aclaración. El dolor de la partida del maestro Pacheco nos hace responsables, a todos sus admiradores, de preservar su memoria, de hacer que su música no muera. En ese sentido, toda mención, aún inexacta, es válida. 

Debajo, enlace al artículo de Lincoln López: