Izqierda: 1826"Punto de vista desde la ventana de Le Gras", Joseph Niépce. Derecha, 1838, "Boulevard du Temple" Louis Daguerre |
Por Fernando Cabrera
A los humanos nos gusta registrar
nuestra presencia, captar la realidad, la vida, en imágenes imperecederas. No
sólo nos interesa la percepción individual de lo que somos y de lo que nos
sucede como individuos, también como sociedad e incluso especie. El interés siempre ha
sido el mismo, representarnos. Pero, nuestra forma de auto representación
cambia según las circunstancias, los contextos culturales, sociales, históricos
y científicos. En cada época desarrollamos técnicas novedosas de preservar esas
versiones de nosotros, de preservar la memoria.
Durante milenios, el dibujo y la
pintura fueron las extensiones predilectas de nuestros ojos, los métodos
ideales e indispensables de significación visual. Nuestros antepasados
utilizaban trazos naturales y tintes sobre las paredes para marcar aspiraciones
espirituales, estéticas y también pragmáticas, como aquellos jeroglíficos
destinados a influir, con una especie de magia premonitoria, en el resultado de
la caza.
Nuestros ancestros imaginaban divinidades,
y luego, con intuiciones fundaban religiones a través de las cuales aspiraban trascender
a su vez, como imágenes justas de los dioses inventados. De ahí, en
consecuencia, sólo tuvieron que dar un paso para enamorarse de sí mismos, de su
simple reflejo; cual nos cuenta el poeta Ovidio, en el año 43 a. C, en su poema
Metamorfosis, en el que el irresistible mozalbete Narciso se encontró a
sí mismo en las aguas del río Cefiso.
Pronto serán dos siglos desde la
invención de la cámara fotográfica. Poco tiempo, en realidad; pero sí muchas
las historias e influencias derivadas de aquella imagen de 1826 conocida como
"Punto de vista desde la ventana de Le Gras", tomada por el francés
Joseph Nicéphore Niépce. Para esta primigenia fotografía se utilizó un sistema
de cámara oscura y una placa recubierta de betún como material fotosensible. Del
mismo modo, en 1838, su compatriota Louis Daguerre, tomó la fotografía que
muestra a una persona en el Boulevard du Temple. Daguerre utilizó una
exposición de unos 10 minutos en la que, además del paisaje, captó el cielo y
la figura de un hombre que se había detenido a limpiar sus zapatos.
Lo cierto es que este producto de la
inteligencia y la tecnología, de forma impensable puso en la picota el oficio
de los artistas visuales tradicionales, obligándoles a evolucionar y, de paso,
posibilitó la aparición de dos nuevas artes: la séptima, el cine y, la que me
atrevo a vaticinar como octava arte: los videojuegos. En estos juegos
electrónicos, a las imágenes en movimiento, sus creadores han añadido el cambio
radical de rol de los diletantes, los cuales pasaron de ser simples
espectadores a jugadores, es decir, evolucionaron a personajes en interacción y
dinámica simultánea en tiempo real con presencia alrededor del mundo.
En efecto, cuando apareció la cámara
fotográfica, los artistas miméticos, aquellos que creaban sus imágenes
observando y copiando la naturaleza como modelo, sintieron incertidumbre. Les
inquietaba el hecho de que la cámara pudiera representar la realidad con mayor
fidelidad y de forma casi instantánea. Pensaron que su arte había llegado a su
fin, pero nada menos cierto.
El mero hecho de que una herramienta
simplificara un proceso en gran medida artesanal, que antes requería mucho
tiempo y esfuerzo, se convirtió en un poderoso estímulo para que estos artistas
y pintores decimonónicos, y más aún los del siglo XX, interiorizaran sus
románticas aspiraciones de libertad emocional y expresiva, y las transformaran
en manifestaciones originales, es decir, emprendieran búsquedas personales,
visiones inéditas apenas intuidas, las que conformaron las vanguardias
disruptivas, los "ismos" desacralizadores, a saber: Impresionismo,
Expresionismo, Fauvismo, Futurismo, Dadaísmo, Cubismo, Constructivismo,
Ultraísmo, Surrealismo, Suprematismo, etcétera.
Así, de la vocación clásica de de
crear fielmente, miméticamente, las formas y los colores, una pléyade de creadores
irreverentes evolucionaron, empujados por la cámara fotográfica, hacia planos
de connotación, sugerencia, conceptualizaciones y abstracciones; hacia un
manejo de la luz a través de pinceladas puntuales, fragmentadas. Sin embargo,
la influencia fue también en sentido contrario. Pues, el emergente oficio
fotográfico heredó de las artes plásticas tradicionales, a la hora de captar
una imagen, el conocimiento acumulado acerca de los elementos fundamentales de
la composición artística como son: el trazado, especialmente las líneas de
irradiación; los elementos geométricos en los que destaca la perspectiva, la
regla de los tercios para crear puntos de atención, la proporción áurea o
espiral de Fibonacci, la teoría del color, la textura, etc.
En fin que, después de casi doscientos
años, este artilugio mecánico, ahora digital, de representación mimética, en
manos y ojos sensibles de oficiantes rebeldes, ya también permite, como las
artes visuales tradicionales, perseguir con éxito la aspiración estética de captar
el alma de las cosas.