lunes, 26 de agosto de 2013

HOJAS DE HIERBA, WALT WHITMAN


Leaves of Grass, Walt Whitman
De retirarme voluntaria o fortuitamente del mundanal ruido a una isla desierta (necesariamente tropical al modo de la habitada por Robinson Crusoe, por aquello de una supervivencia sin el asedio brutal de la naturaleza) mi elección sería Leaves of Grass / Hojas de hierba —y aquí ningún eufemismo a alucinógenos—, autoría del irreverente patriarca de Manhattan, Walt Whitman, por sus vitales y cálidos poemas que ofrecen entrañable compañía; toda vez que, cual nos dice en su Cantos de Adiós el mismo poeta: “camarada, esto no es un libro, quien vuelve sus hojas toca un hombre”. 

             La indiscutida actualidad de su poesía sorprende porque su lectura no es propiamente la de una obra clásica, toda vez que sus pensamientos y sentimientos versados abundan frescos doquiera cual verdolaga; siendo referentes indispensables para abordar, no sólo  las poéticas contemporáneas, también muchas de las ideologías y actitudes culturales en boga.

Ciertamente, Hojas de Hierbas se lee como si estuviese recién escrita, no obstante haber sido concebida a mediado del siglo XVIII, a pocas décadas de la guerra independista y  en el entorno de la guerra de secesión norteamericana, en un contexto pre-industrial de terratenientes, agricultores, comerciantes y colonos que buscaban, dentro de los afanes de supervivencia, su propia identidad. Aquella era una época de conflictos axiales, cual refiere el intelectual Alexis Tocqueville en su libro “Democracy in America” de retos y dificultades ciclópeos para los escritores: “Sin dioses, héroes o rango de clases sociales disponibles para su imaginación, el poeta de la época de la Democracia estaba forzado a recurrir, como su único sujeto y principal tema, al ser de la individualidad común”. Con la voz fuerte y original de Whitman esta tesis del poeta como vox populi se hizo realidad. Su único poemario editado múltiplemente en vida, creció entre acumulaciones y podas[1] al compás de los momentos axiales de la historia de su país.

Hojas de Hierba no solo rompe los esquemas formales de la versificación clásica, también arremete contra los estamentos conceptuales tradicionales. Whitman llenó  (como nunca antes en la historia de la literatura) de mundo la poesía, toda vez que cada palabra (muchas consideradas antipoéticas) y ritmo fueron tomados con sincera pasión de los diferentes roles asumidos durante su vida: dandi, reformador político, editor de periódico, poeta y carpintero; los cuales alimentaron su febril imaginación, su estro.

Hay en este apabullante decir una ética representativa del hombre común, especialmente de los matices de su habla, asumida, en lo formal, para liberar al verso de métrica y rima, e introducir, al otrora sacro espacio poético, circunstancias cotidianas, matizadas tanto de política, religión y economía, como de actitudes existenciales desinhibidas; preconizando la emergencia de una sociedad abierta, sin privilegios, en la cual incluso la absoluta libertad de preferencia sexual debía tener cabida. En fin,  Whitman acrisoló tempranamente los principales valores de la nación que prontamente devino en la más poderosa del mundo.

De todas las partes de esta obra, Canto a mí mismo, la más importante por sus hallazgos estéticos, es también, en términos emotivos, mi preferida. Sobre la gozosa visión egocéntrica contenida (nada más apropiado para un solitario náufrago) anida, en cacofónicas y exuberantes imágenes, a veces populares y otras cosmogónicas, la aspiración casi mística del poeta de abarcar todo lo existente, de ser uno con el universo.

            Este poemario inicialmente fue rechazado por los intelectuales establecidos quienes lo consideraron vulgar y ofensivo para la moral, lo cual no amilanó el entusiasmo del poeta ni frenó su difusión y masiva aceptación, cual refiere Daniel Hoffman en su ensayo “Hankering, gross, mystical, nude” al evaluar la relación de la poesía de Whitman con su contemporaneidad: “Hojas de hierba es un documento de revolución.  No de confrontación política en ninguna forma explícita, pero nos arrastra, igual que Whitman sugiere que lo hace el poema, como cuando se desenrollan aleatoriamente madejas de hilo, hacia un revolucionario cambio de sensibilidad.”  Ocasionalmente su pensamiento representó los mismos valores de su sociedad, pero con mayor frecuencia, sus imágenes y emotividad acertadamente estuvieron en contra de lo usualmente aceptado. Hoy sabemos que la mayor virtud de sus Hojas de Hierbas —y esta es una de las principales razones para llevarla a la isla desierta— radica en la peculiar forma de mostrar bellas las cosas simples de la naturaleza, y trascendentes los naturales y ordinarios deseos humanos.

            Walt Whitman, incisivo y curioso al extremo, anti-intelectual (mas que los poetas beats), armonizó un universo conceptual heterogéneo, cubriendo desde lo étnico hasta las profundidades de la conducta individual; tocando, alrededor de 1883, temas urticantes como el rol ideal de la mujer en el ambiente machista reinante, llegando incluso a afirmar, con alevosa provocación, que su poesía era esencialmente femenina. Al respecto, en su ensayo Whitman’s idea of Women, Jeromy Loving expresa que: “Whitman se presenta como un feminista de primer orden (al menos, en el siglo XIX) pero el resto de sus oraciones sugieren que él se aproxima más a lo que Harol Aspiz llama ‘un feminista positivo’.  No solo la mujer es igual al hombre, Whitman dice que su grandeza es mayor por su ‘divina y emblemática capacidad de maternidad’. Esta superioridad no debe utilizarse para detractar o distraer sobre su idéntica capacidad con relación al hombre en otras manifestaciones, pero le concede a la mujer un importante papel en el futuro de [Estados Unidos de] América”. De forma peculiar, cuando una mujer protagoniza algunos de sus textos, este poeta asume, con sobrado gusto, un andrógino e impersonal punto de vista.

            Para sus biógrafos Whitman fue el “profeta de la igualdad étnica y de la democracia”; toda vez que, si bien Abraham Lincoln abolió esclavitud, le correspondió a él celebrar, aún en circunstancias de fuerte segregación de la población negra, los valores de la libertad e igualdad racial alcanzadas. Whitman, cual refiere L. G. Backward Glance, concebía a Estados Unidos de América como una “nación de naciones” donde cada individuo se integraba al todo, como una hoja más entre las yerbas: “Yo considero a Hojas de hierba y su teoría experimental como internamente es, en el más profundo sentido, nuestra república americana, con su teoría”.

En ese sentido, Gay Wilson en su libro Solitary Singer, afirma que el insigne escritor desarrolló una escritura sin las limitaciones xenofóbicas de su época, pues no discriminaba a las personas por su origen, color de piel o posición social.  En poemas como In all people I see myself  (especialmente en los versos: “En todas las personas me veo a mí mismo.  / Nada más y absolutamente / nada menos; / y lo bueno o malo que de mí mismo digo lo digo de los demás”) el tópico “inmigración” deviene natural y deseable. No solamente en su poesía, también en cartas dirigidas a Emerson y a otras personalidades, el poeta defendió la riqueza de la multiplicidad racial, hablando sin prejuicios de nativos americanos, africanos, judíos, asiáticos, europeos e hispanos como “herencia”, en oposición al rancio chauvinismo cultivado por la mayoría anglosajona.

Los méritos de este singular bardo han sido reconocidos por la élite intelectual norteamericana, cual establece Alan Trachtenberg en su ensayo “Walt Whitman is a visionary politic” cuando expresa: “Se pueden encontrar las semillas de su pensamiento en la poesía de Pound, Eliot, Steven, Crane, Asberry y en la prosa de Hemingway”. Asimismo, su influencia es perfectamente rastreable en los principales autores latinoamericanos (verbigracia: Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y Octavio Paz), así como en poetas de otras latitudes, cual consta en el ensayo “Whitman and Ethnicity” del crítico Xilao Li: “Uno de los más fascinantes fenómenos en la historia de la literatura en [Estados Unidos de] América es que Whitman, un blanco y canónico autor, haya sido y aún sea ávidamente ‘absorbido’ por escritores de casi todos los grupos étnicos.”  

Ciertamente Whitman con sus Hojas de Hierba despierta empatías en el mundo, toda vez que en su creación habita, como pocas veces, el ser humano justipreciado en toda su debilidad y grandeza. ¿Cómo no llevar conmigo, a cualquier isla desierta, su antídoto contra el aburrimiento y la desesperanza? ¡Cómo no!



[1] Walt Whitman fue poeta de un solo libro, Hojas de Hierba, el cual se fue ampliando con cada nueva edición hasta alcanzar las quinientas páginas. Publicada en 1855 sin su nombre ni el de editor, constaba de 12 poemas sin títulos, un prefacio y el retrato de Whitman. Al año siguiente aparece la segunda edición, incluyendo una carta de Ralph Waldo Emerson, entonces ya un reputado ensayista y poeta, en la que le felicitaba “ante los inicios de una gran carrera”. En 1860, aparece en Boston la tercera edición, la cual contiene 54 poemas. Aparecerán ediciones ampliadas en los años 1867, 1871, 1876, 1889, 1892 y, con poemas póstumos, en 1897.

miércoles, 7 de agosto de 2013

BRENDA Y LAS ÍNTIMAS VOCES DE LUISA REBECCA VALENTÍN

Luisa Rebecca Valentín encarnando a "Brenda"

Ella, la soledad. Una mujer atrapada entre los engranajes del tiempo, entre la ruleta de arrugas que obstinadamente se afanan en marchitar toda aspiración. Emigrada a la babel de concreto, sumada a la oscilación de las cadenas de producción, hasta que de la otrora apetitosa fruta solo ha quedado un reseco bagazo, sin haber avizorado el publicitado cuerno de la abundancia, ni las monedas de Judas en calzadas y contenes de Washington Heights.

La mujer sola, Aída, es Brenda, personaje nacido de la exquisita dramaturgia de Frank Disla, quien al cumplir años, lo hace de forma vertiginosa, simpática, patética; transitando sobre el prejuicio de que la hembra debe ser eternamente joven y deseada,  aun en la edad  en la cual la vida se asemeja, cada vez más, a la muerte.
La mujer sola, Aída, es Luisa Rebeca; la exquisita traviesa de letras armonizada por la diva mayor, Patricia Pereyra; la de espontaneidad eternizada en los trazos de colores sobre los rostros de voluntarias victimas en el furor primaveral de Artevivo; la alada ninfa del coro que alguna vez acompañó las oníricas peripecias de la Giselle cubana entre los bosques cibaeños.  Esa mujer maltrecha, mas no vencida, es Luisa, la de honda raíces estéticas, la de acertada y enjundiosa palabra y mirar crítico que no mata la ternura.  
Esta multifacética mujer que es Luisa Rebecca  o bien, Brenda encarnada con su histrionismo y el desparpajo de su tristeza se adueña en cada representación de la sensibilidad del público.   Con la seguridad que dan más de 50 representaciones en todo el país, en cada ocasión nos brinda una actuación estremecedora, llena de verosimilitud, sinceridad y gracia. 
En fin, con esa magia que solo ocurre en las tablas, los espectadores lloran, se embriagan y se pierden, tanto con Brenda como con Luisa Rebecca, sintiendo como propio el drama representado, la tragedia de quien envejece amenazado por la pobreza y la soledad extrema.
Este es, por mucho, el más exitoso montaje teatral realizado en Santiago en el último lustro.