martes, 29 de junio de 2021

Entre filósofos, lingüistas y literatos

Escuela de Aristóteles. Fresco de Gustav Adolph Spangenberg, 1883_88

 Por Fernando Cabrera

Filosofía, lingüística y literatura constituyen tres formas singulares de aprehender la realidad. La filosofía, desde un racionalismo ontológico, especulativo; la lingüística, a partir de un pragmatismo de raigambre científico que, por ejemplo, sobre los aportes sintácticos de la gramática generativa de Noam Chomsky, hizo evolucionar el concepto de lenguaje desde el ámbito natural al artificial, propiciando el desarrollo de lenguajes de programación como FORTRAN, creado a finales de los cincuenta por la corporación IBM, siglas de International Bussiness Machine, y la tercera, la literatura, entrañablemente simbólica, lúdica y libérrima.

Emprendo esta entrañable tarea de referir algunas dicotomías en torno los conceptos lenguaje y pensamiento atinentes a las disciplinas referidas, sobre la metáfora escrita por Bernardo de Chartres, erudito francés del siglo XII, que refiere a los intelectuales como “enanos parados sobre hombros de gigantes”, con apoyo en dos ilustrativas citas que, a modo de epígrafes, comparto a continuación.

En la primera, tomada de la obra “Pensamiento y Poesía en Heidegger y Hölderlin”, Hans-Georg Gadamer refiere que:

“En este tema está inscrito inconfundiblemente el destino de Occidente. ¿Cómo deberíamos denominar la gran tradición literaria de otras altas culturas? ¿Deberíamos llamarlo poesía o más bien pensamiento cuando habla Buda o cuando un sabio chino intercambia unas palabras sencillas pero profundas con su discípulo? El camino de Occidente y el camino de la ciencia son los que nos han impuesto la separación y la unidad nunca del todo disoluble de poesía y pensamiento. Heidegger habló en repetidas ocasiones, con Hölderlin, de las “montanas separadas” sobre las que el poetizar y el pensar están uno frente al otro. Es bastante sugerente que precisamente esta lejanía también crea proximidad” (Gadamer, 2002).

 

En ese mismo tenor, George Steiner, en su obra Heidegger” considera que:

“Al menos para nuestra época, acaso fuera irreparable la ruptura entre la necesidad humana y el pensamiento especulativo, entre la música del pensamiento que es filosofía y la del ser que es poesía. Gran parte del pensamiento occidental tiene su instauración en la expulsión de los poetas de la ciudad platónica(Steiner, 1999).[i]

 

Lingüística, filosofía y literatura están conectados íntimamente. La filosofía, sobre los conceptos y estructuras idiomáticas, permite indagar acerca de los significados primeros y últimos expresados mediante el lenguaje; incluso, muchas de las búsquedas filosóficas, aun en el presente, están enfocadas a explicar la representación de la realidad a través del lenguaje. Los lingüistas, por su lado, como especifica Julius Moravcsik, en su obra “Comprensión del lenguaje: un estudio de las teorías en lingüística y en filosofía", recurren muchas veces a principios de filosofía para resolver problemas de significado y sintaxis. El vínculo primigenio que existe entre pensamiento y lenguaje puede entonces ser explotado abundantemente para ventajas de ambos lados. (Moravcsik, 1975)

Para el literato, el benjamín travieso de la triada, aplica lo dicho para el filósofo y el lingüista, pero se debe agregar algo de instinto suicida en su definición, en tanto este deconstruye de forma festiva los métodos de ambos a partir de los filtros emocionales (sentimientos, sensibilidad) con lo que aborda siempre la realidad. La literatura, especialmente la poesía, es pensamiento y lenguaje, pero el literato poco ha de pensar en las estructuras con las que canta y menos cuánto de razón o verdad hay en su canto. Al respecto señala José Lezama Lima que: "Al escritor sólo se le puede pedir cuenta de la fidelidad o no a una imagen: de ello depende no sólo su destino sino también su ética". (Sucre, Julio-diciembre, 1975. P.507) De ahí que, el literato al saber de facto antepone ser; no persigue conocimiento relevante ni útil, tampoco lo desmedra; concibe cada ficción, narración o poema, como expresión, aun en paradoja de muerte, del ritmo de la vida.

Lingüistas, filósofos y literatos se hermanan en la materialidad de su interés, el lenguaje. Claro, en su objetivo mayor de expresión de lo humano, esta vez, como en todo lo que es relevante, importan los matices. Interesan al lingüista las formas que adopta el pensamiento en las estructuras del lenguaje, en orden de alcanzar su objetivo de efectividad comunicacional. Para el filósofo, el lenguaje deviene en instrumento indispensable de oficio, en tanto a través de sus recursos se adecuan las ideas, los conceptos, en función de conocer las esencialidades imprescindibles para aproximarse a la verdad.

Asimismo, pensamiento y lenguaje, interior y exterior, concreción y abstracción, devienen en vértices enlazadas por una diagonal emotiva: la experiencia humana sintetizada, trascendida, a través de la literatura. El literato contrario al lingüista procura disgregar las vinculaciones etimológicas, transgredir el significado original para sugerir otros. El literato aspira a conocer causas, como el filósofo, pero opta por las intuiciones y las interrogantes, por palpar visceralmente desde sus emociones, antes que desnudar la realidad ordinaria. No es el significado del discurso, sino su discurrir —la danza, la sola magia de la movilidad, de lo impreciso— lo que seduce y atrapa al literato, como señala Kavafis en su poema Ítaca, le importa el viaje más que el destino:

“Ten siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin esperar a que riquezas te dé Ítaca.” (Kaváfis, 1911)

 

La esfera de la literatura es lo humano, de ahí que no le afecte el remordimiento por el fingimiento que alude Nietzsche en su celebrado ensayo titulado “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” cuando expresa que “el hombre usa el intelecto la mayoría de las veces para la simulación. El hombre posee un misterioso impulso hacia la verdad que lo lleva a inventar una designación ‘válida y obligatoria de las cosas’. Pero olvida que él mismo ha creado las palabras y las convenciones sobre los significados de las palabras. /…/ Para Nietzsche, el lenguaje es un sistema arbitrario de designación de las cosas. Toda palabra implica un doble salto metafórico. Toda palabra implica dos traslados, dos metáforas. En primer lugar, se trata del traslado de una excitación nerviosa a una imagen. En segundo lugar, se transforma esa imagen en sonido(Soberón, marzo-junio 2006). Al contrario, cónsono con Nietzsche, lo ha dicho Fernando Pessoa con relación al literato extremo: “el poeta, (a Dios gracias) es un fingidor(Pessoa, 1998). Las trampas circulares que desvelan a filósofos y lingüistas divierten al literato, pues este no construye la realidad, si no que la destruye con recursos figurativos para hacer surgir de las cenizas, fortalecida, la realidad vislumbrada.

Lingüistas y filósofos coinciden en tanto que cualquier sistema de comunicación debe, en orden de ser significativo, incluir alguna forma de representar la verdad adecuadamente. Para alcanzar propiedad al develar los secretos del universo, aspiración de la filosofía, el lenguaje debe conformar un cierto conjunto de especificaciones, de convencionalismos, que prevengan la incertidumbre en todos los niveles. En tanto, muchos de los esfuerzos de los lingüistas están enfocados en demostrar la idoneidad de los sistemas comunicacionales (lenguaje, lengua, habla) y de los filósofos en verificar racionalmente, a través de los sistemas lingüísticos, cada detalle de objeto de interés para alcanzar la verdad absoluta.

Evidentemente, filósofos y lingüistas han de luchar a brazos partidos con problemas de relatividad y disgregación (ambos elementos adorados, objetos de pasión y culto, para el literato), toda vez que su propia fortaleza denotativa descansa en la pluralidad, multivocidad (o mejor, polisemia poética[ii]) que las imágenes, principalmente, metonímicas y metafóricas, entrañan. Así, mientras el problema del lingüista es alcanzar un sistema de símbolos combinados efectivo, en el cual el filósofo pueda discernir los significados y develar relaciones y condicionantes sin confusiones, al literato le basta y sobra con que los signos, significados y relaciones sean conocidos y compartidos por una comunidad de hablantes.

Si bien el literato rechaza la mentira, disfruta en disgregar el error. Se siente cómodo con la imprecisión, pues no persigue tierra firme, sino satisfacción existencial mediante el vuelo imaginativo. Y es que la literatura, y más la poesía, no está concebida —aunque lo contiene— para el conocimiento lógico, ordinario o empírico, sino el trascendente, aquel que anida en la sensibilidad mediante razones, como dijo Blaise Pascal, que la razón misma desconoce.

Las teorías del lenguaje han sido concebidas para explicar las estructuras lingüísticas o como plataformas para el lanzamiento de teorías de pensamiento; en tanto las teorías literarias, que en ocasiones podrían originarse o compartir alguna teoría del lenguaje y también una teoría filosófica, se enfocan más en lo existencial, se ocupan de contener (esta vez como posibilidad o memoria verbalizada), en consonancia con el pensar de Ortega y Gasset, la fragilidad del ser y sus circunstancias (Ortega y Gasset, 1914).

Lo empírico, el estar en el mundo real y concreto, es la fuente primigenia de toda abstracción o especulación, de cada conocimiento o significado, esto es, del lenguaje. Todo novela o poema es enunciación de la experiencia humana. Al margen de lo útil e indispensable, de los enfoques pragmáticos de la lingüística y la filosofía, la mayor aspiración creadora posible en el lenguaje es la literatura y, dentro de esta, la poesía constituye la última frontera de la estética. Mientras el lenguaje constituye abstracción del mundo real, la literatura, esencialidad del lenguaje, contiene, en paradoja, la concreción de la espiritualidad, de la verdad, claro según el ser humano; en palabras de Nietzsche, “la metamorfosis del mundo en los hombres” o bien la “comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada” (Nietzsche, 1990).

Cabe señalar que este es un contexto algo aprehensivo —en tanto visión homocéntrica de la concepción regular del lenguaje—, pero corresponde cabalmente al ámbito primigenio y exclusivo de la literatura. El literato celebra lo que al Nietzsche filósofo escandaliza, la relatividad de un sistema referencial que es “eco infinitamente repetido de un sonido original, el hombre; como la imagen multiplicada de un arquetipo, el hombre”. Si no lo estaba, la literatura, pone al hombre en el centro de todo. Cada literato, con las palabras contenidas en sus textos, tiene la capacidad de construir, deconstruir o simplemente, tontear, retando, como sugiere Roberto Juarroz cuando cuestiona: “Es el silencio la puntuación de la voz o es la voz la puntuación del silencio?(Juarroz, 2005, p. 400), con desparpajo el silencio: ¡Allá cada quien con el destino de su verbo!

Mas, al margen del contraste de las tonalidades destacadas, sobra señalar que, de lingüista, literato y filósofo, todos tenemos mucho más que un poco…

 



[i] Steiner continúa diciendo: “En sombrío contrapunto, la negativa de Heidegger a replicar a [Paul] Celan y el poema de allí resultante [“Todnauberg”, publicado en Lichtzwang en 1970] equivalen a una expulsión, a un auto-ostracismo del filósofo que se va de la ciudad del hombre.”.  

[ii] En los libros Seven Types of Ambiguity (1930), Some Versions of Pastoral (1935), y The Structure of Complex Words (1951, William Empson, trata sobre la polisemia poética, en tanto capacidad de poesía de generar múltiples significados. Asimismo, En el ensayo de 1942 “The Language of Paradox,” capitulo introductorio de The Well Wrought Urn (1947), Cleanth Brooks hace similar señalamiento sobre la riqueza esencial de la poesía para dejar fluir la paradoja y la ironía como elementos característicos del lenguaje poético.

 

Bibliografía

Gadamer, H. G. (2002). Los caminos de Heidegger. (A. A. Pilari, Trans.) Barcelona: Herder.

Juarroz, R. (2005). Poesía vertical, (Vol. II). Buenos Aires: Emecé.

Kaváfis, K. (1911). Ítaca.

Moravcsik, J. U. (1975). Moravcsik, J.M.E. Understanding Language: A Study of Theories in Linguistics and in Philosophy. The Hague: Mouton, 1975. Mouton: The Hague.

Nietzsche, F. (1990). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Tecnos.

Ortega y Gasset, J. (1914). Meditaciones del Quijote. Madrid.

Pessoa, F. (1998). 42 poemas. (Á. Crespo, Trans.) Mondadori.

Soberón, F. (marzo-junio 2006). Nietzsche, Borges y Caeiro. Lenguaje y poesía. In Espéculo. Revista de estudios literarios. Num. 32. Universidad Complutense de Madrid. (Vol. No. 32). Madrid: Universidad Complutense de Madrid.

Steiner, G. (1999). Heidegger»,. Mexico.

Sucre, G. ( Julio-diciembre, 1975. P.507). “Lezama Lima: El logos de la Imaginación.”, (Vols. Vol. XLI. Núm. 92-93. ). Revista Iberoamericana.

 

©Fernando Cabrera