miércoles, 20 de octubre de 2021

Danilo y su entrañable manera de dar pasos en falso

 Por Fernando Cabrera

Obra Pasos en falso, de Danilo Manera

Danilo Manera sabe de pasos, de viajes, en tanto es un quijotesco trotamundos de espacios y memorias. Intuíamos que errabundeaba por curiosidad intelectual, desconocíamos que también lo hacía por albergar un alma romántica presa del deseo irrefrenable de libertad y también de un apetito voraz por las emociones. Su corazón viajero aparece en múltiples personajes que en cierta forma, aunque se resiste a aceptarlo, constituyen su alter ego.  A veces es Odiseo, Ulises, en movimiento perpetuo, en procura de retornar a una Ítaca que se manifiesta como amores que obstinadamente escapan irrealizados. Otras veces, entrecruza biografías viscerales de italianos que, como Cristóbal Colón o Marco Polo, van a lo desconocido, incluso, al encuentro con la muerte.

La lectura de su obra Pasos en falso (2021), me hizo rememorar una enseñanza de Julio Cortázar en “Rayuela”, la licencia del lector para aproximarse a un libro en la manera que mejor le plazca. Confieso que me he sentido más cómodo con una lectura en orden inverso al propuestos por el autor o los editores. Valido, para los lectores dominicanos, la estrategia de colocar como anzuelo los textos “El amor tropical, en la época de los hombres lobos” y “La trinidad venezolana”, en los que fluye el embriagante perfume de lo real maravilloso. Sin embargo, para mí la narración principal, la joya de la corona, la constituye “La plaza de los Quinientos. Visitas guiadas con noticias históricas”, la única en la que el foco narrativo no está situado en el extranjero. Después, guiado por un instinto travieso en mi hojear de atrás hacia adelante, siguen en importancia sus andares, igual de poderosos, por geografías y biografías exóticas, hasta arribar a la crónica rosa en nuestra tierra. Veamos, a continuación, los pasos en falso que he dado en mi lectura.  

En “La plaza de los Quinientos”, Danilo Manero nos deleita con un diestro manejo del espacio y del tiempo como elementos generadores de atmósferas peculiares. Tramas múltiples, llenas de referentes emocionales, fluyen en torno a ese espacio urbano de Roma. La perspectiva narrativa es la del residente, de alguien que se ha criado en esos espacios y conoce al dedillo los intríngulis existenciales de aquel bestiario, de los variopintos personajes que allí sobreviven. La mirada, pues, es la del que es de ahí, del quien recibe a los viajantes, el que conoce a todos los personajes que desde sus lejanos orígenes vienen a emprender otro viaje, el que confronta con la cruda realidad del forastero en un entorno hostil. Llegar a Roma, a la plaza de los Quinientos, desde países tercermundistas, desde antiguas colonias depauperadas, implica para estos emigrantes indeseados dar pasos en falso apurados por gestos xenofóbicos. El narrador lugareño, desde la perspectiva de un peculiar guía turístico, nos hace cómplice de parejas que convergen en los 30 mil metros cuadrados de la plaza. Este es un cuento escrito al modo de William Faulkner, con personajes que se cuentan historias entre ellos. Somalíes, árabes, latinos, prostitutas rumanas y mendigos, comparten las desventuras en una plaza que “no es ni mejor ni peor” que sus lares de origen.

 “La herencia del geógrafo” contiene el espíritu de la ruta de la seda como colección de recuerdos, libros y apuntes de una anodina vida de investigaciones. El cuento nos presenta el escenario común a académicos, intelectuales y artistas que al morir dejan un inventario de que cosas que les eran vitales, pero que constituyen estorbo para quienes lo sobreviven, desconocedores de sus sueños y utopías. Algunas casualidades afortunadas llevarán a un experto pueblerino a defender ante un académico foráneo la importancia de un legado de valor aún indeterminado. La narración nos remite a las arenas de los egos crecidos de humanistas y cientificistas que fácilmente se embarcan en confrontaciones estériles.

Luto seco” propone una alucinante paradoja: la imposibilidad de bailar salsa y beber ron en la paradisíaca isla caribeña que los origina. Es una crónica del fin del mundo, el día después de lo imposible, el testimonio excepcional de la muerte del padre de la revolución, el principio del fin de la utopía socialista cubana. Contiene la euforia del ferviente revolucionario y el escepticismo de quienes, a golpes de necesidad, dejaron de creer. Destaca la mirada epidérmica de un personaje aferrado desde lejos a la ilusión marxista, acaso porque las consecuencias no le atañen; también muestra la indolencia de una persona narcisistas centrada en sus deseos, incapaces de sentir empatía. La realidad cubana es abordada de manera profunda. Se nota que el autor ha estado en contacto con muchos cubanos y por mucho tiempo. Se siente vívida la experiencia de los disidentes, así como las detalladas descripciones de espacios, edificios y costumbres en las que se extraña la ausencia de del realismo mágico propio de esta isla santera, quizás porque la trama se centra en las experiencias existenciales cotidianas y en los
cuestionamientos ideológicos.

En “La media hora del farang” fluye una ironía agridulce, cruel sin desperdicio. Farang le llaman al turista europeo en Tailandia, al viajero ingenuo que no teme aventurarse por lugares desconocidos, deseoso de experiencias exóticas. Los “farang” deportivamente se toman el riesgo de sufrir en carne y alma con tal de realizar fantasías regularmente eróticas. Pero, el “farang” de este cuento de esta lejos del estereotipo, pues es comedido e incapaz de excesos; da un paso en falso sólo por sus ansias de encontrar el amor verdadero, abriéndose a la posibilidad de intimar con una desconocida amable, sin sospechar que era víctima de una artera ilusión. El narrador en este cuento es necesariamente heterodiegético, omnisciente, para que la historia, venciendo la muerte, pueda contarse.

En “La trinidad venezolana”, Danilo Manera, a través de los ojos de un joven abogado italiano encargado de documentar la suerte de un emigrante italiano fallecido, nos adentra a una Venezuela quebrada. Para lograr su cometido profesional, el abogado convertido en investigador, recurre a un viejo conocido y a sus amistades pertenecientes a las clases más afectadas por la crisis, y también a un poderoso personaje de la burocracia. En el texto, la valoración del régimen venezolano, como extensión colonial de Cuba, es severa. Acompañamos al narrador por los avatares de su búsqueda; es obvia su simpatía por los disidentes, quienes lo involucran en un ritual real maravilloso. Desconcierta que el protagonista acceda a convertirse en médium para interactuar con una trinidad de deidades para él desconocida constituidas por la reina María Lionza, el indio Guaicaipuro y el Negro Felipe. El ritual espiritista tiene un resultado dual. Por un lado, la trinidad acierta en referentes genealógico que permiten localizar con precisión a la familia del inmigrante, pero falla en su augurio de la inminente caída de la distopia socialista de chavista prolongada en Nicolás Maduro.

En “El amor tropical, en la época de los hombres lobos” fluye un homenaje a la narrativa dominicana. Quizás por la cercanía, es el viaje que siento más conservador, más turístico. En principio, fluye el espíritu “Carpe Diem” en una pareja italo-dominicana, en pleno disfrute sin obligaciones en el paradisíaco entorno de un hotel todo incluido de Punta Cana. El romance no tiene final feliz, culmina con la disolución de los afectos. El idilio intempestivamente se pospone por el llamado de la nostalgia adolescente de Brenda, una resbaladiza cibaeña. Ante la ausencia de la amada, el narrador queda solo. Pronto es abordado por otro turista italiano aficionado a las creencias fabulosas, quien, seducido por el sincretismo mágico religioso de raíces africanas, lo invita a San Juan de la Maguana y a pueblos rayanos, situados en la frontera con Haití. Al final, el abandono artero de Brenda y el amor posible de una hermosa haitiana se diluyen entre los aprestos, apresurados por la pandemia, de retorno a Italia. Es obvio que los legendarios galipotes, bacás y demás referentes mágicos religiosos, pudieron ser tratados a mayor profundidad, y que el Nick, el protagonista, confunde, o mimetiza, lo dominicano y lo haitiano, cuando se tratan de realidades escindidas; sin embargo, ambas consideraciones son coherentes con la mentalidad de un turista europeo promedio, poco interesado por la cultura de su destino vacacional.

Todas estas narraciones, alimentadas por referentes fantásticos, nos hacen viajar sobre fronteras físicas entre naciones; a la vez que nos empujan sobre los límites de los géneros literarios, con cuentos que por extensión, diversidad de lugares, complejidad de personajes e historias enlazadas, se acercan a novelas cortas. Esta estrategia experimental quizás sea fruto del afortunado contacto de Danilo Manera con la escritura de Marcio Veloz Maggiolo, en tanto director de la cátedra de este autor en la Universidad de Milán. En ese sentido, son conocidas las denominaciones experimentales protonovelas, antinovelas, ritmonovelas y arqueonovelas, y la filiación a las corrientes estéticas de lo real maravilloso y el realismo mágico presentes en la obra del novelista dominicano. 

Pero estas no son las únicas muestras de empatía de Danilo Manera con nosotros. Justo es destacar que este humanista italiano de espíritu renacentista (políglota, traductor, crítico y escritor) dio un afortunado paso en falso al enamorarse perdidamente de nuestra geografía y costumbres, relegando los intereses de su especialidad en la cultura de los Balcanes por la caribeña, convirtiéndose en pocos años en el mayor divulgador de nuestra literatura por el mundo. Sin dudas, se ha ganado el derecho de que lo consideremos un dominicano más.