viernes, 27 de mayo de 2011

Bordeando el río



SOCIALISMO, TRES TEMPERAMENTOS Y SEIS VISIONES DE LA REALIDAD


FERVOR PATRIÓTICO DE LOS AÑOS SESENTA

Los escritores del sesenta ostentan una herencia directa de Pedro Mir, Hector Inchaústegi Cabral, Aida Cartagena Portalatín y de los poetas de la Generación del 48, en su preocupación de de dotar a las palabras no solo de imaginación, sino también de conciencia social. En un contexto más amplio, sus búsquedas estéticas coincidieron con los aires de izquierda en boga por toda América, especialmente a raíz de la revolución cubana. Finalizados los desmanes de la Era trujillista, las ansias de justicia de estos escritores se acrecentaron con la frustración de las esperanzas democráticas por el golpe de estado de 1963 contra el incipiente gobierno de Juan Bosch, también con el ahogamiento de los aires constitucionalistas de las jornadas heroicas de abril de 1965 por la invasión norteamericana y el establecimiento de los doce años aciagos del gobierno del Dr. Joaquín Balaguer.
La ira creadora de esta generación fue canalizada preferentemente a través de la poesía, teniendo como escenario predilecto el entorno capitalino situado a ambos lados del Ozama. Eran poemas fogosos, realistas, miméticos; ideológicamente comprometidos con las masas desposeídas y contra el imperialismo norteamericano. Después de la revolución, los escritores emergentes se organizaron, según su concepción sobre el arte popular y la función de la literatura en la sociedad, en varios grupos, a saber: El puño (1965), fundado por René del Risco, Miguel Alfonseca, Iván García y Armando Almánzar; La Máscara (1965), orientado por Aquiles Azar; La Isla (1966) fundado por Antonio Lockward; y La Antorcha (1967) integrado por Mateo Morrison, Enrique Eusebio, Alexis Gómez, Soledad Álvarez y Rafael Abreu Mejía.
Dentro de este hervideros de palabras poéticas apareció en 1969, publicado por el Movimiento Cultural Universitario (MCU), como flor de excepción, la primera edición de la obra “Bordeando el río”, conteniendo doce cuentos concebidos en la mocedad de los autores Fernando Sánchez, Jimmy Sierra y Antonio Lockward; cuando estos apenas rondaban la veintena de años. En opinión de Pedro Mir, poeta nacional, en el texto introductorio del conjunto, estas narraciones breves iniciales contenían: “Una concepción muy pura del cuento, este género tan particularmente difícil que, por ciertas razones, yo asimilo al soneto en el campo de la poesía. Al mismo tiempo una visión nacional muy justa, que se aparta ya de la tradicional filiación naturalista, predominantemente campesina, que tuvimos en el pasado como materia natural del cuento. Y también una intensa preocupación por el destino de todo el pueblo.”
Si el reto inicial de estos autores, en 1969, fue arengar a cambios sociales radicales a través de palabras que confrontaban el poder político y económico; otro necesariamente ha de ser el objetivo contenido en la decena de nuevas miradas a la realidad dominicana (cuatro por cabeza) adicionadas a la edición del 2010. De oro, ciertamente, para los lectores esta oportunidad de pasar revista, por un lado a los compromisos ideológicos de entonces augurantes de una sociedad utópica, justa, equilibrada y libertaria y, por otro lado, a la visión actual de estos autores, toda vez que se puede constatar la inevitable brecha que cuarenta años de experiencias van dejando entre ideales y realidad.

Fernando Cabrera, Fernando Sánchez, Lincol López
Antonio Lockward, Jimmy Sierra, Puro Tejada

CUENTOS DE FERNANDO SANCHEZ MARTINEZ

Al adentrarnos en los cuentos de Sánchez Martínez, exitoso intelectual y siquiatra, encontramos que en su primera etapa, la del 1967, predomina un estilo narrativo fluido, breve, transparente; una exposición en primera persona, en la cual fluyen reflexiones de las protagonistas (en una suerte de monólogo interior) arraigadas al entorno capitalino, cual se aprecia en el cuento titulado “El gran pecado” en el cual encontramos el alma atormentada de un joven enfrentado a los tabúes religiosos y sociales de la sexualidad adolescente. En “El Abandono” aparece delineada la evolución del carácter de una persona provinciana (de un Santiaguero oriundo de Jacagua) que fruto de las escasas oportunidades de la ruralidad y por razones hombría se ve obligado a emigrar a Santo Domingo, en momentos de acentuado acoso y violencia policial generalizada. Con sagacidad el autor describe como lentamente se va doblegando la nobleza de este hombre simple ante necesidades de supervivencia que lo impelen a hacerse cómplice de desmanes que el mismo aborrece. En el cuento “La meta”, el autor expone los obstáculos que van surgiendo en el proceso de aterrizar los sueños. En esta historia nos muestra a dos personajes comprometidos con la concretización de una sociedad socialista que se ensalzan en un dialogo autocrítico, particularmente severo para quien, a fuerza de tropiezos, desfallece en su creencia. Al final un arrepentimiento con desenlace trágico e inesperado no es suficiente para el perdón del camarada que ha dudado. En los “Hijos de Caín” Fernando Sánchez retoma su visión binomial (de bien y mal, de pobreza y riqueza) en este caso de revolucionarios y capitalistas, siendo estos últimos los hijos siniestros de Adán y Eva.
En su segunda etapa, la del 2000, el autor mantiene la transparencia expresiva, el efectivo uso de los recursos coloquiales de la lengua (de dominicanismos), sin embargo, la serenidad del tiempo vivido o cumplido, luce sobrepuesta al fervor ideológico juvenil. Ciertamente queda el gusanillo de la justicia social, pero no tanto el fervor de lucha. En el cuento “Más allá de las ciudades” el autor confronta los conceptos fertilidad y pobreza, recurriendo nueva vez al Cibao para caracterizar personajes de provincia. Este cuento pone de manifiesto las iniquidades de nuestra sociedad, al evidenciar las carencias de recursos de las instituciones estatales de servicios tan vitales como las de salud. Nuevamente aparece el recurso sicosociológicos en los diálogos de dos generaciones de médicos que, para sobrevivir, se resignan. En “La avanzada”, nos encontramos con un retroceso romántico, una suerte de flashback en el que el autor recupera, cuatro décadas después, las indecisiones humanas, a partir de la lucha interior de un combatiente que con heroísmo se sobrepone al miedo a morir. El texto titulado “Noche frustrada”, con velado sarcasmo recupera su preocupación inicial acerca de la sexualidad; esta vez en un contexto maduro, de viejevo adepto a los happy hours, de galanteos con resultados que nos recuerdan un socorrido merengue sobro travestis de Fausto Rey. El ultimo cuento, titulado “Un millón de peso”, propone un argumento simplificado adrede para facilitar acaso moralejas, se destaca el riesgo de esterilidad de la nueva “meta” social que establece como objetivo primario la acumulación de riqueza sin importar el costo personal, la importancia de tener en lugar de ser.

CUENTOS DE JIMMY SIERRA

La versatilidad del espíritu renacentista de Jimmy Sierra, que en su obra creativa le hace tocar planos diversos (historia, literatura infantil, cinematografía, música, etc.) también emerge en su cuentística. En el cuento “Golden Star”, de su etapa del 1967, nos encontramos ya desde el título con una persistente apelación al idioma inglés (a veces al francés) al nombrar sus personajes: Mr. T. Happy, Mr. H. Smile, Madame Dollar, Mister Millions. El autor, con ironía nos sumerge en los prejuicios de las clases sociales dominantes, en las circunstancias de desigualdad y segregación capitalista que propician. La historia fluye a modo de sketch televisivo, en estrategia que avizoraba sus dotes de guionistas (verbigracia la expresión “No se admite la Chusma”, con la que se adelantó al menos en un lustro a Roberto Gómez Bolaño, el famoso comediante mejicano). El segundo cuento “El Camino” alegoriza lo que el autor consideraba la única opción valedera para la justicia social: la revolución. Sierra expone los hechos siempre de forma directa y contundente, procurando acaso registrar los niveles de violencia que contienen. Esta crudeza descriptiva se acentúa hasta niveles terribles, hasta lo grotesco, en el cuento “El hombre que no habló” en donde se exponen, de forma dolorosamente exhaustiva, los mecanismo de tortura de una policía nacional entrenada en treinta año de tiranía y de crueldad exacerbada en la gesta de abril por los mecanismos de inteligencia y agresión norteamericana. En el texto “El Aplauso” emerge nueva vez el pensar esquematizado, ya que a modo de actos teatrales van apareciendo diferentes personajes caracterizando roles sociales. El desenlace del drama propuesto contiene un ingenuo idealismo: la celebración de un pueblo que se reconoce en sí mismo.
En su segunda etapa, 2010, Jimmy Sierrra mantiene su preocupación anti-imperialista; pero matizada por una rabia exacerbada por lo relegado del advenimiento de la justicia social anhelada. En el texto titulado “El dedo infalible del General Libri Caballón”, la filiación narrativa al realismo mágico del boom latinoamericano es evidente. Este cuento contiene los pormenores de la vida de un antihéroe criollo, legendario, salvado de las aguas como Moisés, de un personero ciego capaz de las mayores subordinaciones, dotado con un toque inverso al de rey Midas, toda vez que destruye, indistintamente, todo lo tocado. Hay en estos textos recientes un mayor simbolismo y destrezas, pero también una radical frustración y resentimiento por los ideales perdidos (no sólo los sociales y políticos, también estéticos) que se hace latente, especialmente, en el escatológico cuestionamiento al rol de los intelectuales en su cuento titulado ¡Ante ustedes: Eztel Y2k Boboque!. Tras la figura de un conferenciante arquetípico, Sierra arremete sin piedad contra escritores y artistas de su propia generación, extraviados, según su criterio, en estériles y absurdos discursos (algunos referidos como vergonzantes plagios) con los cuales defienden atalayas teóricas personales, mientras se mantienen irresponsablemente de espaldas a los desmanes de la realidad social. Aparecen (como en la Divina Comedia de Dante) referidos con nombres y apellidos (a veces trucados, inversos) tanto los personajes de nuestro país de artes y letras merecedores de afectos del autor, pero, sobre todo, los de desafectos, calificados por éste (con razón o sin ella) como farsantes. En el cuento “El Banquete” reaparece la lucha de clase latente en Golden Star, pero esta vez con renovado acento escatológico. En el “Caballo de Troya”, Sierra hace una paráfrasis de la gesta y el simbolismo de la Odisea de Homero; en un original acróstico prosado hace encarnar a Ulises en el antihéroe Mijail Gorbachov, personero traidor a los ideales de Marx y Engel, que entregó, por las monedas de Judas, a la indomable URSS (Unión de República Socialistas Soviéticas) al enemigo.

CUENTISTICA DE ANTONIO LOCKWARD ARTILES

Quizás por su vocación poética sea, Antonio Lockward, el más apegado de los tres autores al uso de recursos simbólicos. Los diálogos en las historias de la primera etapa tienden a ser fragmentarios, concisos, concebidos en ocasiones al modo de versos libres. Acaso, con la parquedad de las expresiones, Lockward apuesta a la cultura del lector para completar o inventar los significados, apoyados en las claves que ya, como narrador omnisciente, va dejando en los párrafos descriptivos. En su primera etapa, del 1967, su vocación connotativa se percibe desde el título del primer cuento: “Nueve horasantas para el perdón de un Zapatero”, que alegoriza el ambiente socio-cultural (netamente tradicional, religioso y barrial) en el cual se van a desarrollar los hechos relacionados con el personaje central, un protagonista muerto. Sobre imágenes labradas con sutileza emergen referentes circunstanciales que hacen sospechar que el deceso del artesano resultó de su filiación política, esto es, que no “murió” sino que lo mataron. Su segundo cuento el “Ferrocarril Central”, nace a partir de un experimental collage con la décima “Santiaguense” de Juan Antonio Alix (1833-1918). Sobre la apropiación textual, el pastiche, se asienta también el simbolismo del decimero redivivo que en esta historia encarna una mentalidad de progreso que sobrepasa de la contemporaneidad de entonces, esto es, de la visión de burócratas y esbirros capitalistas de la segunda mitad del siglo de las luces. El Alix de Lockward representa al pensante asediado, vituperado, acorralado por el establishment, sólo por el pecado imperdonable de pensar. “La Casa Marina” encierra dos simbolismos: primero refiere la base militar de Sans Souci como lugar terrible en que, sobre la belleza del mar Caribe, los golpes de invasores y lacayos hacían claudicar al más fuerte; y, segundo, representa una patria que debiera pertenecer a todos por igual. “JERUSALEM”; la tierra prometida, la tierra santa, no es otra que “CIUDAD NUEVA”, igual que aquella en manos de plebeyos invasores. Ante la contundencia del poder imperial, hasta el idealista parece sucumbir y claudicar.
La segunda etapa de Antonio Lockward está marcada por un estilo narrativo más definido y directo, menos apegado a recursos poéticos. Con prosa depurada, comunicativa, fluyen historias contadas a medias con alevosía, en estrategia que procura mantener al lector atento a cada palabra. Así el texto “Nos Gobierna Petró” constituye una semblanza de negritud que reniega de esa apelación directa; el autor adrede deja que una voz en primera persona vaya hilando su epopéyico peregrinar a través de una media isla de negros y mulatos europeizados que obstinadamente reniegan de su origen. El cuento titulado “Barrio de las Flores” recupera la temática de las clases sociales, al contrastar la realidad de una familia pudiente, de un creciente vecindario acomodado, amenazada incidentalmente por la presencia de una prostituta y un prostíbulo que, obviamente, han de ser prontamente desarticulados por el “progreso”. El extraordinario cuento “Me llamo June”, de no tratar de una judía voluntariamente desarraigada de los tentáculos del Tío SAM, que no le gusta New York, paradójicamente identificada con el sincretismo afroantillano de una vecina, juraría que simplemente contiene (ideología aparte) una historia humana de lastimera soledad. Así, en igual circunstancias y dimensiones de humanismo universal, fluye el anecdotario final de un loco genial que, preso de una soledad abismal, por la incomprensión de todos se suicida.
En suma, sobre loables aspiraciones de una sociedad solidaria, estos tres autores han perfilado, en momentos distintos, entrañables registros de nuestra realidad. Fernando Sánchez es acaso el que en términos formales menos ha cambiado, empezó con un buen nivel narrativo en los sesenta que hoy con gracia mantiene. Jimmy Sierra, ha depurado las herramientas del lenguaje, dejando fluir, en igual proporción (quizás por la decepción de los ideales relegados) la rabia. Antonio Lockward aunque fiel a un simbolismo de dimensiones poéticas, se ha alejado de las fragmentaciones, convocándonos ahora con una hermosa prosa y una fluida técnica narrativa.